BORROSA
*
(Sin clientes no hay trata)
Enormes. Como globos. En
blanco y negro. En primer plano. Y echada para atrás, su cara. Borrosa.
Escondida atrás de los números. Así la encontré. Ofreciendo los servicios en un
par de volantes mal hechos, pegados a un tacho de basura. Y el pelo largo.
Nunca lo había tenido tan largo.
Un buen rato me quedé parado al lado del tacho tratando
de disimular. De a ratos me sentaba en el banco de piedra que está ahí nomás.
Tenía que disimular. La edad no me ayuda. Tenía que arrancarlos y que ningún
otro se los llevara.
Hice bien en buscar un tacho para tirar la botella. Y en
esa cuadra era el único. No sé cuándo empecé a cuidar el medio ambiente... Será
que me enseñaron de chico. Algunos dicen que las casualidades no existen. Pero
yo nunca ando por ahí. Hice bien en buscar el tacho. Porque ahí la encontré.
Ahí estaba su foto. Borrosa. Pegada a la mugre. Lástima cómo estaba... Se nota
que se puso para la foto porque mira como si estuviera contenta. Pero no se ríe
como yo me acuerdo. Cuando se reía conmigo mostraba todos los dientes.
Eran dos los volantes y estaban mal pegados. Se podrían
haber caído antes de que yo pasara y la viera. Porque los pegan así a
propósito. Para que los hombres los arranquen rapidito, sin que se note lo que
están haciendo. Y para que se los guarden bien guardados hasta que tengan
ganas. O se aprenden el teléfono y se deshacen de la prueba del delito, del
papelito roñoso con la foto mal sacada y la propaganda de mierda… borrosa...
Me quedé un rato largo dando vueltas cerca del tacho,
como un perro. Quería arrancar los dos volantes. ¡Son nuestros que ningún otro
se lleve su cara ni se aprenda el número! Pero a esa hora anda mucha gente por
ahí. Tenía miedo de que me vieran. La edad no me ayuda. Y a esa hora anda mucha
gente por ahí... Gente bien vestida sale de las oficinas y de los bancos, los
manteros de la calle Florida empiezan a levantar sus cosas, y los turistas
andan buscando los cafés de la Avenida de Mayo. Pero ahí me quedé... ¡Que nadie
me vea que nadie la vea que nadie me vea hasta que pueda salvarla!
Tuve que esperar. Pasó el barrendero bien pegadito al
cordón, llevando la mugre de la calle para la esquina. Ahora sí, me dije. Pero
enseguida… ¿No sabés si el 56 pasa por
esta cuadra? Y ahí fue cuando me distraje... Y cuando volví la vista, una
de las propagandas ya no estaba, o mejor dicho un pedazo ya no estaba.
Y ahí quedó la mitad de su cara. Borrosa. La nariz, los
pómulos. Y sus ojos. Yo la recordaba o la soñaba con otra mirada. Y ahora descubría
que ella podía mirar diferente. Me dio mucha rabia. Y despegué como una bestia
lo que quedaba de la foto. Pero después saqué la otra con cuidado. Y ya no me
preocupé por el basurero que volvía, ni me fijé en el chofer que esperaba al
patrón al lado del auto negro. No sé si ellos me habrán visto, no sé si alguien
me habrá visto...
Después de todo… ¿a quién le importa un pibe que corre a salvar
a su madre?
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