Rodolfo
Alonso: sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Rodolfo Alonso nació el 4 de
octubre de 1934 en la ciudad de Buenos Aires, la Argentina, y reside en Olivos,
provincia de Buenos Aires. Entre 1954 y 2015 publicó más de veinte poemarios: “Salud o nada”, “El músico en la máquina”, “El
jardín de aclimatación”, “Gran Bebé”,
“Entre dientes”, “Hablar claro” (Premio Fondo Nacional de las Artes), “Hago el amor” (con prólogo de Carlos
Drummond de Andrade), “Guitarrón”, “Música concreta” (Segundo Premio
Nacional de Poesía), “El arte de callar” (Premio
Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia), “Poemas pendientes” (con prólogo de Lêdo Ivo, Alción Editora, Córdoba, Argentina, en
2012, y Universidad Veracruzana, Xalapa, México, en 2013), “En el aura de Saer”, “A flor de labios”… Éstos son
los títulos de algunas de las antologías de su obra poética: “Poemas escogidos” (con prólogos de
Milton de Lima Sousa y Daniel Samoilovich, en España, 1992, Segundo Premio
Regional de Literatura), “Antología
poética” (Fondo Nacional de las Artes, 1996), “Poesía junta” (con prólogo de Juan Gelman, en Cuba, 2009). Y han
sido (o están siendo) editados en otros idiomas los volúmenes “Elle, soudain” (con prólogo y
traducción de Fernand Verhesen, en colaboración con Roger Munier y Jean A.
Mozoyer, en Francia, 1999), “Antologia
pessoal” (bilingüe, con traducciones de José Augusto Seabra, Anderson Braga
Horta y José Jeronymo Rivera, en Brasil, 2003), “Il rumore del mondo” (bilingüe, con selección y traducción de Sara
Pagnini y prólogo de Juan Gelman, en Italia, 2009), “Cheiro de choiva” (en idioma gallego, en España, en prensa), “L’art de se taire” (con traducción de
Bernardo Schiavetta, en Francia, en prensa), “The art of keeping quiet” (con selección y traducción de Katherine
Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez, en Inglaterra, en prensa), “Entre les dents” (con traducción de Jacques
Ancet, prólogo de Juan Gelman, Francia, en preparación), etc. En el género
ensayo destacamos “Poesía: lengua viva”
(1982, Mención Especial en el Premio Nacional de Ensayo), “No hay escritor inocente” (1985, Segundo Premio Municipal de
Ensayo, y otras distinciones), “La voz
sin amo” (con prólogo de Héctor Tizón, 2006, Premio Único de Ensayo Inédito
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Dos son sus libros de narrativa: “El fondo del asunto” (1989) y “Tango del gallego hijo” (España, 1995).
Tradujo a innumerables autores de habla francesa, italiana, portuguesa y
gallega. Le concedieron, entre otros, el Premio Nacional de Poesía, la Orden “Alejo Zuloaga” de la Universidad de Carabobo
(Venezuela), el Premio Konex de Poesía, las Palmas Académicas de la
Academia Brasileña de Letras, el Premio “Rosa de Cobre” de la Biblioteca Nacional.
1
— En una oportunidad declaraste: “Ni mi
infancia ni mi adolescencia fueron agradables, sino más bien lo contrario.” En varias ocasiones
hiciste referencia a tu timidez.
RA — Toda
memoria es precisa e injusta, a la vez. ¿Recordamos o somos recordados, acaso,
por ese mismo recordar? Como hijo mayor de inmigrantes gallegos, ambos de
linaje campesino, a mí me tocó enfrentar solo, por mi cuenta, sin apoyo de
nadie, a la inmensa Babel que era entonces Buenos Aires. La fui descubriendo a
tropezones, y la recuerdo por fragmentos. El asombro de la primera lluvia, del
primer granizo, el asombro de los primeros libros (descubiertos en librerías de
lance), el primer Arlt, el primer Vallejo, ¡el primer Macedonio! Y el tango, el
tranvía, la radio, el cine. Y el lenguaje popular, coloquial. Y los matices
extranjeros. ¡La canción! Sólo mucho después percibí que mi infancia fue
bilingüe, lo que trae consecuencias. Y a la vez como dos infancias simultáneas:
la metrópoli que me tocaba descubrir, y la memoria de la aldea de montaña y la
pequeña ciudad junto al mar de que aún hablaban entonces mis padres.
2 — ¿Cómo
fue cursar tu bachillerato más o menos entre 1947 y 1951 en el prestigioso y
exigente Colegio Nacional de Buenos Aires?
RA — No
por su culpa, claro, mi padre llegó aquí sólo con segundo grado de la primaria.
Y aquí la terminó, por voluntad propia, en horario nocturno. Pero venía con sus
libros. Y a algunos, como “Don Quijote de
la Mancha” o nuestro “Juan Moreira”,
los había interiorizado de tal manera, los había hecho carne de tal modo, que
sus relatos de ello eran tan vívidos como para contagiarle a uno su sensación
de haberlos visto, actuantes, palpables. Fue mi padre el que eligió el Colegio
Nacional de Buenos Aires. Por mi parte, siempre tuve (y tengo) terror a los
exámenes, a la idea misma de examen. Y no sé cómo logré atravesar, no sólo la
primaria sino todo el bachillerato (que incluía seis años de latín), sin
habérmelo propuesto y sin que pudiera aún hoy explicar cómo lo hice, sin rendir
ningún examen por mis buenas notas y alcanzando incluso galardones. ¿Puede el
miedo empujarnos a tanto? ¿Quién era yo, quién era ese que hacía (si es que se
puede decir hacía) todo eso? Todavía me lo pregunto. Como era previsible,
frente a la primera mesa de examen para la carrera de Arquitectura, en la UBA, me di vuelta y me fui,
para ya no volver. En Filosofía y Letras fue peor: sólo logré asistir a una
clase de Raúl Castagnino sobre “El
discípulo”, de Ralph Waldo Emerson.
3 —
Durante seis años dirigiste en tu juventud un par de revistas de gran tirada.
RA — A
mitad de ese bachillerato, no sé bien cómo me animé, la noche antes de cumplir
mis diecisiete años, me advierto convertido en el más joven de una revista de
vanguardia: “poesía buenos aires”. Y ya un poco desde antes, pero sobre todo
desde allí, comienzan a sucederse acciones tan espontáneas e inesperadas como
simultáneas, en muy poco tiempo y a la vez. Me descubro escribiendo y
publicando poemas, traduciendo de varios idiomas, amigo de pintores, músicos,
escultores, arquitectos, cineastas, y otros artistas e intelectuales
decididamente modernos, participando en el recién creado Departamento de
Cultura de la Universidad
de Buenos Aires (donde todo eso se multiplica y se potencia), haciendo cine, radio,
ediciones, y un paso fugaz —y definitivo— por la redacción publicitaria, con la
que nunca me involucré. Y de la que me salvó para siempre contestar un aviso de
trabajo, así, sin antecedente alguno en periodismo, sólo por mi curriculum
literario y principalmente por mis varios idiomas: me transformo en el
subdirector (a cargo de la dirección, acéfala) de la exitosa revista “Claudia”
de la editorial Abril. A la que casi convertí en una revista de arte y de
literatura, lo que también acontecería con la segunda dirección, encomendada
por la editorial Atlántida, de su flamante revista “Karina”.
4 —
Tendrías treinta y tres años cuando lanzaste el sello Rodolfo Alonso Editor,
hasta el año —1976— en el que se produjo el último golpe cívico-militar en
estas orillas. Y casi de inmediato proseguís con Editorial Rodolfo Alonso,
hasta 1988.
RA — Al
mismo tiempo que iba ocurriendo lo anterior, a los veintitrés o veinticuatro
años, creí haber formado una familia. Habiendo concluido por decisión de la
empresa la etapa de “Karina”, me encontré ante una doble situación: la
necesidad de mantener a los míos, y mi experiencia más bien ligada con el arte
y la poesía. Siempre estuve entre libros, ya desde niño, y como persistía el
extra de seis meses por el despido como periodista, pensé en hacerme editor.
Para lo cual sólo se me ocurrió ir visitando, y a veces consultando, a todos
los integrantes de la cadena: imprentas, linotipias, papeleras, encuadernación,
distribuidoras, librerías. Lo mío nunca fue una empresa propiamente dicha, sino
más bien una actividad de artesano, individual y múltiple, casi sin empleados.
El resultado fueron más de 250 títulos diferentes, muchos de ellos varias veces
reeditados, y que se ha ido convirtiendo en una referencia “de culto”, con
ejemplares buscados y rebuscados por coleccionistas y bibliófilos, en todo el
ámbito de la lengua. ¿Algunos autores?: Marqués de Sade, Jacobo Fijman, Carlos Marx y Federico
Engels, Alfred Jarry, Leopold von Sacher-Masoch, Herman
Melville, Leda Valladares, Sigmund Freud, Giacomo Casanova, Bram Stoker,
Adriana Civita, Aristófanes, Vladimir Propp, Albert Einstein, Alina Diaconu,
Marcel Schwob, Lucio V. Mansilla, Mary Shelley, Enrique Blanchard, Jean
Cocteau, Francisco (Pancho) Muñoz, Georges Brassens,
Errico Malatesta, Jacques Prévert, Perla Chirom, León Trotsky, Alonso
Barros Peña, Ambrose Bierce, Rodolfo Modern, Charles Fourier…
5 — Además
de ese texto casi poético para el multipremiado documental de Humberto Ríos que
se tituló “Faena”, ¿qué otros guiones para cine escribiste?
RA — Vamos
a ver si me acuerdo de todos. Son cortos o medio metrajes, como “Crónica en
Maciel”, de Víctor Iturralde; “Fiesta en Sumamao” y “La ciudad universitaria”,
de Aldo Luis Persano; “De vuelta a casa”, de Ricardo Becher. Se trataba del
promisorio “nuevo cine argentino”, otro de los muchos emprendimientos
culturales ahogados por la dictadura de Onganía. Justo cuando estábamos por
filmar el primer largometraje, “Tierra roja”, basado en cuentos de Horacio
Quiroga y con tres equipos de trabajo, cada uno con su director y guionista.
Pero no pudo ser. Siempre amé el cine, nací en el cine, ese “instrumento de poesía”, como tan bien
lo definió Luis Buñuel.
6 — ¿Y los
volúmenes ilustrados, tu quehacer a partir de las artes visuales?
RA — Como
ya dije, me encontré conviviendo con artistas plásticos. Para cuyas
exposiciones me fueron pidiendo prólogos, textos, presentaciones. Mi tercer
libro, “El músico en la máquina”, es fruto de una invitación del escultor
Libero Badii, que quería editar sus dibujos con mis poemas. De allí nació una
profunda y duradera amistad, que testimonian cerca de ocho o nueve ediciones de
arte para bibliófilos, en las cuales seguimos unidos. Otro de mis primeros
libros, “El jardín de aclimatación”,
editado por Julio Llinás, lleva tres dibujos de Clorindo Testa. Y el sexto, “Entre dientes”, cuenta con diseño
gráfico y un dibujo de Alfredo Hlito. Y me convocan para colaborar en el
prestigioso y ejemplar suplemento literario del diario tucumano “La Gaceta”, donde se
publicaron durante décadas mis poemas, en ocasiones acompañados con
ilustraciones de Josefina Robirosa, Isaías Nougués, Juan Batlle Planas, Juan
Lanosa, Raúl Alonso, Juan Grela, Miguel Ocampo, y otros. El Instituto Torcuato
Di Tella me invitó a prologar su Primer Premio Internacional de Pintura. Mi
libro “Hablar claro” lleva portada de
Rogelio Polesello y cinco dibujos de Rómulo Macció. Y “Señora Vida”, un trabajo de Guillermo Roux. En fin, no fue sino
mantener viva una fecunda y bella tradición que venía de los grandes poetas y
artistas de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, es decir modernos y
de vanguardia.
7 — Estás
dirigiendo la colección La Gran Poesía, con el auspicio de la Editorial
Universitaria de Villa María, en nuestra provincia de Córdoba.
RA — Es
un emprendimiento que me propuso, estando en Xalapa (México), el sello Eduvim,
o “la Eudeba
del interior”, como suelen llamarla. Me ofrecieron dirigir una colección y, de
inmediato, les dije que se iba a llamar La
Gran Poesía, que íbamos a recuperar y
volver a poner en circulación, en ediciones cuidadas y bilingües, los maestros
de la modernidad y de la auténtica vanguardia original. A los pocos meses ya
estábamos lanzando los primeros títulos. Hasta el momento han aparecido
antologías bilingües de Charles Baudelaire (“Mi
bella tenebrosa”), Dino Campana (“Cantos
órficos”) y Guillaume Apollinaire (“La
razón ardiente”). Está por
aparecer otra de Emily Dickinson (“La asesina
rubia”), con la cual comenzamos a reeditar las traducciones de Raúl Gustavo
Aguirre. Y esperan turno Miguel Hernández, “Lluvia
oblicua”, dos tomos de poesía portuguesa de los siglos XIX y XX, César
Vallejo, un volumen de poesía francesa moderna, “Airiños, airiños aires” de Rosalía de Castro, Ricardo Molinari,
todo lo que queda de Safo de Lesbos, en versiones de Oscar Andrieu…
8 — La
Universidad de Princeton se hizo cargo de tu archivo personal y está en proceso
de catalogación.
RA — El interés vino por un colega amigo, ex profesor
allí. Y las cláusulas me parecieron aceptables. También
contribuyó un poco a decidirme el hecho de que ya estuvieran viejos y queridos
amigos, como Juan José Saer, por ejemplo. No sólo lo conservarán en las mejores condiciones, sino que cuando
concluyan la catalogación de ambos archivos, epistolar y fotográfico, la misma
estará a disposición de todo el mundo. La información, porque para consultar
algo hay que hacerlo personalmente allí. A mí sí me enviarán reproducción de lo
que quiera, y ya he tenido buenos ejemplos de ello. De hecho, el listado me
resultará útil incluso a mí: llegaría a ser tarea ímproba ubicar nada aquí, por
mi cuenta.
9 — He
leído tu primer libro de narrativa (y supongo que tu otro libro, editado en
España, debe ser inhallable). ¿Tenés textos inéditos suficientes en este género
con los que preveas conformar un tercer volumen?
RA — No, me temo que esa fuente (que siempre
me costó) se ha secado. Lo que no quita que, como desde un comienzo, la mayoría
de mis libros incluyan poemas en prosa. Que no son directamente narraciones,
por supuesto. Sobre todo en “El fondo del
asunto”, fue la única vez que me PROPUSE sentarme a escribir. Y le fijé
incluso un horario: las mañanas. Me costó, insisto, sentí como si me estuviera
forzando. Y el resultado fue magro, un libro breve. El segundo, “Tango del gallego hijo”, fluyó con menor dificultad. Quizás porque es en gran
medida autobiográfico, como un volumen de casi memorias. No creo que me surja,
o lo intente, por tercera vez. Ya pagué mi precio. ¿Pero
quién puede estar seguro?
10 — En “Una
temporada con Lacan” de Pierre Rey, leo: “La cultura es la memoria de
la inteligencia de los otros.” Y unos párrafos después cita a Levi-Strauss:
“El día en que comprendí que tesis, antítesis y síntesis eran el fundamento
de la Universidad, me fui de la Universidad.” Vos también, precozmente,
huiste de la Universidad.
RA — Sería insensato que me atreviera a evaluar la vida universitaria
tan sólo en base a mis fobias. Al menos soy consciente de eso. Y también que me
perdí algunos beneficios invalorables: aprender griego clásico, leer con un
poco más de orden, conocer gente valiosa. Muy valiosa, me animaría a decir.
Porque me correspondía haber conocido la
UBA en su mejor etapa reformista, desde 1955 hasta el
siniestramente eficaz golpe militar de Onganía. Cuya ominosa dictadura
constituyó un cercenamiento feroz y profundo para nuestra vida cultural, que
nunca volvió a ser la misma.
11 — Después de la página 336 del
volumen “El movimiento Poesía Buenos
Aires (1950-1960)” (Editorial
Fraterna, 1979), en la siguiente, sin numeración, se reproducen seis
fotografías, y en una se te advierte conversando (no posando) con Giuseppe
Ungaretti en 1967.
RA — Siendo muy pero muy joven, Aldo Pellegrini me
encargó (para su legendaria colección Los Poetas, de Fabril Editora)
seleccionar, prologar y traducir, primero a Pessoa, absolutamente desconocido
hasta ese momento, incluso en Portugal. Y luego a otro grandísimo poeta,
Giuseppe Ungaretti. En ambos libros, cosa hoy inimaginable, y sin la más mínima
publicidad, la repercusión fue tan enorme, en todo el ámbito de nuestra lengua,
que hubo que hacer reediciones sucesivas. Y hasta se dio el caso de ediciones
piratas. Todavía hoy, aquí y allá, en los más diversos países, me sorprenden
recordando y mostrándome aquellos volúmenes. (Que no hace mucho fueron
reeditados bellamente aquí, en la excelente editorial Argonauta, justamente del
hijo de Aldo, Mario Pellegrini.)
En 1967, mientras dirigía “Claudia”,
me entero que Ungaretti estaba en Buenos Aires. Felizmente superé mi habitual
timidez, y fui a buscarlo en un cóctel. Estuvo muy afectuoso, me invitó a
sentarme a su lado y, mientras charlábamos, sin que yo lo advirtiera, un
fotógrafo amigo nos enfocó espontáneamente, por su
cuenta. De allí esa foto inolvidable. E
imprevista. Estuvo en casa, con pocos invitados,
conversamos y me dedicó (con tinta verde) un libro que conservo. Era tan
discreto como intenso, y su carácter era más bien un poco cascarrabias. Pero
conmigo fue muy dulce. Sigue siendo uno de los grandes recuerdos de mi vida. Como el de haber estado con Saint-John Perse, Juan L. Ortiz,
Oliverio Girondo.
12 — En París, a través de Éditions
Gallimard, se publicó con prefacio a tu cargo “Correspondance (1952-1983)”, la correspondencia entre René Char
(1907-1988) y Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983).
RA — La
generosidad abierta y la amistad franca que me dispensó Raúl Gustavo Aguirre,
fueron fundamentales para mí. Tanto como el grupo mismo que entonces lo
rodeaba, y el aire de fraternidad y de exigencia que se vivía en “poesía buenos
aires”. Movimiento que si bien renovó de fondo lo estético, tuvo un eje
principal en la ética, en la dignidad de la poesía. En octubre de 2013 conocí a
la viuda de René Char, mi querida amiga Marie-Claude. Ella traía consigo las
cartas que Raúl intercambiara con Char durante treinta años, en absoluta
discreción, casi secreta, incluso para nosotros, sus íntimos. Y me pidió que
buscara las cartas de su marido. Fue una cadena de prodigios, y finalmente las
encontré. A los pocos meses, en abril de 2014, Gallimard presentaba el volumen
en París, incluyendo el prólogo que me habían solicitado especialmente. Creo
que Edhasa lo va a publicar en castellano, porque además ellos también me
pidieron un epílogo.
13 — Además, en Francia y la
Argentina, con tu prólogo y versión castellana, publicaron “La lumière et les cendres / Milonga pour Juan Gelman” y “Las cenizas y la
luz / Milonga para Juan Gelman” de Jacques Ancet.
RA — Fue algo
conmovedor, muy hondo. Jacques Ancet no sólo es un gran poeta y el traductor de
Juan Gelman, quien nos puso en contacto, sino el autor de las mejores versiones
en francés de las voces más altas de nuestra lengua: San Juan de la Cruz o Quevedo, por
ejemplo. En los primeros días de 2014 me
hizo llegar ese texto largo de treinta y cinco breves cantos, que comenzó a
escribir el día antes de la muerte de Juan, de quien, como yo, era muy amigo.
Desolados los dos por la irreparable pérdida, y tocado por la belleza y la
transida humanidad de esos versos, así como su
recuperación de estructuras tradiciones y de riquezas inventivas de la vanguardia, pronto aceptó mi inmediata sensación de traducirlos. Y así comenzó un
intercambio vertiginoso, que superó las doce versiones, prácticamente al mismo
tiempo, que Jacques iba escribiendo. Nos descubrimos de pronto inmersos en una
tarea a cuatro manos que, al encontrarnos con las citas y alusiones de la
poesía de Juan, que incluía, nos hizo percibir que de algún modo estábamos
haciéndolo con él, como a seis manos. Mi prólogo: “Con Juan, sin Juan /
(In)certidumbres de un traductor”, está transido, atravesado también por todo
eso.
14
— “…hay poetas que no puedo traducir.
¡Están tan encarnados en la lengua!”, confesaste alguna vez. ¿A quienes
preferiste no traducir?
RA — No acepté traducir a Bertolt Brecht del italiano.
Considero que la traducción de cada
poeta debe ser intentada de su propia lengua. (Además no sé alemán, y la única
vez que me encontré encarando eso fue porque, cuando todos éramos tan jóvenes,
Klaus Dieter Vervuert vino especialmente a proponérmelo, aceitó todos mis
reparos y se avino a compartir una larga, larguísima labor.) Tampoco acepté
traducir a Leopardi. Ni a Mallarmé, de quien me propusieron su poesía completa.
Aduje que hubiera necesitado varias vidas. La gran poesía, la poesía lograda,
encarnada como un ser vivo en su lengua, es intraducible. Ya lo manifestaron
Dante, Cervantes, Auden, Vallejo, Unamuno, Mastronardi
y otros mil. Pero, al mismo tiempo, es irresistible la tentación de intentarlo.
Por eso pido siempre que las ediciones sean bilingües. Para que se tenga al
lado, y bien a la vista, el original.
15 — ¿Te ha sucedido en tu transcurrir de traductor, que pasado algún tiempo
de la difusión de uno o más poemas de un determinado autor, hayas decidido
modificar aquellas versiones, abolirlas, y publicar, o procurar que vuelvan a
publicarse, las nuevas?
RA — No sólo con la traducción, también con lo de uno
mismo. Un poema se abandona, como bien dijo Valéry, no se concluye. Me pasó desde siempre, pero
cada vez más a menudo. Cuando veo el libro publicado no puedo dejar de percibir
y anotar posibles variantes. Un nítido ejemplo es Cesare Pavese. Me encargaron
sus dos libros en mi juventud, y pasaron varias décadas sin que dejara de
sentir e intentar, de “oír” nuevas versiones. Y a pesar de que se reeditó hace
poco, no puedo abstenerme de seguir haciéndolo. Perdoná que deba volver a
Valéry, pero nadie lo dijo tan claro como él: el poema es “una prolongada oscilación entre el sonido y el sentido”. Y esa
oscilación está en el habla coloquial, de cada día, en el lenguaje que todos
usamos, no sólo al escribir.
16 — ¿Un apunte respecto
de leer poesía en voz alta?
RA — Sentí que alguien había escrito lo que yo intuía
cuando leí estas palabras de Sándor Márai: “La
voz es el alma.” Leer poesía en voz alta es una prueba de fuego, para el
poeta y para quien la lee. Y peor si son el mismo.
17 — ¿Proyectos?
RA — La Universidad de Valparaíso me pidió una nueva
antología poética de Pessoa, con sus heterónimos. Ya está lista. Son más de 80
poemas, con mi traducción y prólogo, y se titula: “Porque YO es otros”. Después de “A flor de labios”, donde aparecen mis
poemas de los últimos años, los más recientes, hay
algunos atisbos de poemas que he ido anotando, casi a escondidas de mí mismo. Veremos si conducen a algo, si cuajan, si se sostienen. Uno por
uno, claro. Ya tenía elementos preparados, pero
acabo de terminar algo que creí me iba a resultar más arduo: “El uso de la palabra”, poesía reunida
de 1956 a
1983, que reedita seis libros. Tengo que juntar coraje y volver a encarar una
antología, por supuesto bilingüe, de René Char, que debería pulir, pulir, pulir…
Y como siempre, hay demasiadas ideas, demasiados atisbos,
demasiados proyectos abandonados que se resisten a morir, como la viejísima
pero cada vez más empeñosa, casi irrealizable tentación de preparar un volumen
sólo con las citas que me he visto obligado a marcar, a señalar, que me han
tocado, casi siempre a fondo, desde mi adolescencia hasta hoy. Y pueden ser
miles, me temo. Aunque quizá exagere. Es demasiado trabajo, realmente. Pero
nunca me disgustó el trabajo.
*
Rodolfo Alonso selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
DAR DE BEBER
sometidos a tan
vasto encubrimiento
a tal golpe de
suerte
un hombre muere
una frontera se propaga
sosteniendo
hasta el fin un día de olas
(“Salud
o nada”, 1952-1954)
*
LA VOZ TOMADA
Cuando se
quiebre la lengua del amor, nos quedará todavía esta palabra ronca.
Cuando no pueda
decir, volverá todavía a mi garganta el eco de tu cuerpo.
(“El músico
en la máquina”, hacia 1956)
*
ELLA DE PRONTO
Vuelvo a caer en
tus redes.
En el viento
bajo del orgullo, en la marea del odio, vuelvo a desconocerte.
A rodar sin
perdón hacia tu belleza fácilmente aceptable.
Vuelvo a caer en
la dura nostalgia.
En tus pantanos
ágiles.
En el olor
inmortal que te oscurece y te entrega al hombre que canta en medio del peligro.
(“El
jardín de aclimatación”, 1954-1956)
*
HIROSHIMA MON AMOUR
una mujer
desciende envuelta en desesperado orgullo del aire de su casa
como hija de la
lástima feroz de la furia pequeña provincial
el mundo
contento arde quieto a su alrededor
canta en el
interior de esa mujer el mundo como una boca de fuego
un hombre lejano
la contempla con ojos de desesperado amor
ese hombre es
otros hombres es el mismo amor cantando para sobrevivir
el mundo
contento arde veloz a su alrededor
canta en el
interior de ese hombre el mundo como una boca de fuego
cuando la
palabra amor no tenga necesidad de ser pronunciada
amor en todos
los cuerpos desesperados ardiendo tranquilos
el mundo
contento como una boca de fuego
una mujer y un
hombre lentamente a su alrededor
(“Hablar
claro”, 1959-1963)
*
DÉJÀ VU
Una mujer se
desnuda en mi memoria
mientras afuera
resplandece la ciudad
o llueve y hace
frío
Una mujer lava
su pelo negro con el agua de mi infancia
una distancia va
formándose
Su piel es lenta
y fresca como la mañana que acaricia
su voz se hace
lejana
Una mujer me
alcanza
el primer seno
descubierto
el primer seno
acariciado
Mientras adentro
resplandece la memoria
(“Hago el amor”, 1963-1967)
*
BAJO LA MÚSICA
Música
sobre las circunstancias,
música
sobre el callado dolor o el gran dolor,
música
sobre las cicatrices, sobre el vientre exangüe,
sobre
lo que ha de ser y lo imposible.
Música
sobre las frentes, sobre los inviernos,
sobre
los remolinos del futuro o el abismo de ayer,
música
sobre la memoria y sobre el viento,
música
sobre la sed.
Música
sobre el desierto y sobre el mal,
música
sobre el resentimiento y el aullido,
música
sobre el silencio,
música
sobre la aridez, el hambre y la sospecha.
Música
sobre las fauces,
música
sobre las pezuñas y las zarpas,
música
sobre el pico ávido y curvado,
música
sobre el desgarramiento.
Música
sobre los pormenores,
música
sobre el superviviente y el verdugo,
música
sobre el frío, sobre el filo,
música
sobre la sombra.
(“Jazmín del país”, 1980-1987)
*
CIRCE, NO VENUS
(Por ellas, Ella
habla:)
“Derrochaste mis
muslos.
Pero no sólo
eso.
¿O acaso no me
oías
aullar en la
alta noche?
No te buscaba a
ti:
buscaba tu
sustancia
(el fuego que te
habita
o soñé te
habitaba).
Desmedida, voraz
como todo lo
humano,
me irritó tu
ternura
delicada y feroz.
Si la vida te
pasa
sin que la tomes
viva,
la muerte ordena
todo
o todo
desordena.
Y sólo
encontrarás
(compréndeme
insaciable)
al buscar lo que
buscas.”
(“El
arte de callar”, 1993-2002)
*
Entrevista realizada
a través del correo electrónico: en las ciudades de Olivos y Buenos Aires,
distantes entre sí 15 kilómetros, Rodolfo Alonso y Rolando Revagliatti.
*
*
Felicitaciones, Rolando, por esta rica entrevista. Exuberante, diría. Lina
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