sábado, 20 de mayo de 2017

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Mayo de 2017



UNA   DECISIÓN   DE   PRIMAVERA                                                                                                                                                                                


Costó disipar la furia vengativa de aquel Eolo descontrolado de la noche anterior. Había sido el desahogo primaveral de una divinidad contenida en nubes densas y oscuras. Ellas solamente se pasearon por aquel invierno pasivo sin su natural descarga acuosa, como si el otoño se hubiese prolongado más de la cuenta.                                                                                                                                 
Siembras y animales habían percibido expectantes este raro comportamiento y aquella noche fue la consumación de aquello.
            El ambiente agreste  de días anteriores había cambiado radicalmente en ese momento. Un barro jabonoso dejaba impresas las huellas sincrónicas  de su fiel y lustrosa cabalgadura.  Sobre su caballo sentíase una sola unidad,  pues al leve movimiento de las riendas o un suave apretar de los  músculos de sus piernas,  el fiel animal respondía sin equivocarse los deseos del jinete.
            El huracán de la noche anterior había causado grandes daños en los sembrados. Se divisaban añosos árboles, con sus viscerales raíces al aire, despidiéndose de sus bulliciosos inquilinos. Las melgas ordenadas y simétricas de días anteriores  habían desaparecido. Daba la sensación que un pequeño gigante hubiese dado rienda suelta a su energía infantil. Más allá, el ganado se divisaba disperso y desorientado en la pradera. Lo más probable  era que encontrara alguno perdido en los páramos del norte. Tal vez, otros muertos  o heridos.
             En fin, amargarse era inoficioso, es más, eran las reglas tácitas de aquellos parajes.  Tierras  para recios y audaces; él sabía que lo era, con creces se lo había demostrado a la vida. Esta lo había puesto a prueba con aquello que más quiso, su mujer y su hijo casi recién nacido. Al recordar aquello, los músculos de su cara se tensaron en un rictus casi doloroso;  visible bajo su cerrada barba de días. Sus verdes ojos se hicieron oscuros, como si fueran celosías que impidieran  el paso de sus pensamientos. Y la tensión de los músculos  indicó  a Trueno  que el amo necesitaba el bálsamo de un trote regular  y cadencioso.
            Rememoró la decisión tomada la noche anterior. Volvería a la ciudad, necesitaba con premura dinero, mucho dinero. Su profesión se lo daría para mantener vigente esta  pasión actual: sus campos y todo el  entorno.               
             El importante bufete del cual era socio se  lo daba con creces,  aun a la distancia.  Pero la  tierra  habíase convertido en su novia más exigente y absorbente. Necesitaba mucho más.  Se sabía bueno en el quehacer profesional. Estaba cierto que en corto tiempo lograría los recursos necesarios  para volver a retomar las riendas de su finca. Lapso en el que los  fieles inquilinos cuidarían su feudo hasta el  regreso. Subió los escalones del pórtico, los cuales crujieron con el peso de la recia figura.
     Calzaba altas botas, que casi formaban parte de sus pies, desde que llegó a esos lares.                                                                                                                                     La casa amplia y de una planta lucía indemne a la debacle del entorno, respetada como fiel testigo de la ventisca nocturna.
             El celular, reclamando atención,  lo sacó de sus pensamientos. Lo conectó con el mundo lejano, al que debía integrarse en breve.
            -Aló, sí…-
            -Roberto, hablas con Rovina, ¿Me recuerdas, Rovina Baeza?-
            -Por supuesto, Rovina, claro que sí. ¿Cómo estás?
            -Más o menos, la salud la tengo un poco resentida. Tú sabes, a estas alturas, siempre hay  problemas.
            -No digas eso, siempre has lucido estupenda. Pero de acuerdo a lo que me dices, ¿Te puedo ayudar en algo?
            -Por eso te llamaba, necesito con urgencia ir a un sitio campestre donde reponerme. Y pensé en ti.
            -Qué lamentable, a fines de esta semana  voy camino a la capital. Ya tengo la reserva aérea. Necesito trabajar en lo mío por una temporada. Tú sabes que para mantener mi pasión campesina necesito dinero y no poco. Pero será por una temporada solamente. Llámame en unos meses más y con gusto compartiremos estas bellezas. ¿Te parece? La mujer demoró  en contestar. Cuando lo hizo,  su voz sonó vacilante.
            -Bueno, mi querido Roberto, no importa, entiendo lo que me dices, ya nos estaremos viendo.
            -Y respecto a lo tuyo, me dices que estás enferma. Si no es indiscreción, ¿es grave lo que te sucede?  Me preocupa, pues siempre hiciste gala de muy buena salud.
            -No, querido amigo. Son los años que se me vienen encima. Pero nada tan grave como para preocuparte. Ya nos estaremos viendo cuando regreses. Ha sido grato escuchar tu voz.
            -Para mí igual, no olvides que representas la parte feliz de mi pasado. Te prometo que me prepararé para tu visita. Un abrazo grande.
            -Lo mismo, un beso.  Adiós cariño, te quiero mucho,  recuérdame. Rogaré por ti.

      ¡Rovina, mi buena Rovina!, qué agradable es tu imagen en mi mente. Sin embargo, tu llamado me ha dejado preocupado. Tu voz sonaba diferente. A pesar que nos alejamos hace bastante tiempo y cuando más te necesitaba. Pero eso fue absolutamente por mis rencores. Reconozco que te culpé ingratamente de haber sido partícipe de mi tragedia familiar.
            Pero ahora estoy cierto que los acontecimientos ya estaban  dispuestos por esa Gran Mano que todo lo determina. Tus consejos fueron atinados. Mi mujer y el pequeño debían ir  a visitar a sus padres. Era lo justo, sin embargo, y sin haberlo presentido, me resistí a la idea de ese viaje. Los estaba gozando a ambos y habían llegado a ser como mi segunda piel. Lejos, la añoranza iba ser dolorosa.      
     Sin embargo, la noticia escueta de la línea aérea, puso punto final a mi novela rosa, vivida con Inés y mi hijo recién nacido. El vuelo se había perdido en la cordillera. Luego, el encuentro macabro. Finalmente,  la sepultación,  en que las palabras de aliento ni siquiera logran rozar el pensamiento. Se escuchan pero no tienen significado alguno.
             Y tú, Rovina, te alejaste discretamente de mi vida. Sabías que mi ira se habría volcado hacia ti. Como efectivamente me sucedía. En esos  momentos, sólo veía tu mano vengativa, cobrando la revancha. Fueron tantos los años que me dedicaste y yo de una plumada te reemplacé por Inés. Cruelmente te lo dije mirándote a los ojos, en espera de una mirada de comprensión. Sé que sufriste lo indecible, me lo contaron amigos comunes. Sin embargo,  ya mi norte era otro y mi hijo se anunciaba. Pienso que en el amar siempre hay egoísmo; sin embargo, nunca asocié mi actuar a deslealtad. Sólo muy al interior me ronroneaba ese concepto.                                                                                                                               
Cuando tú e Inés  se hicieron inseparables, mis temores y miedos se adormecieron y me sentí grato al observar esa cercanía amistosa del pasado y del presente.
             Pero bueno, aquí estamos de nuevo, Rovina y yo, y una vez más no puedo estar a tu lado. Sin embargo, tu llamado me proporciona la posibilidad de gozar nuevamente de tu amistad y compañía. Aunque me has dejado preocupado por el tono de tu voz. Pero prometo que apenas logre mi cometido, estaré contigo, pienso que esta vez será diferente.
           
            A la hora fijada, Roberto estaba en el aeropuerto. Como al descuido y por inercia tomó al azar un periódico del mostrador de la confitería, mientras tomaba un café.
            En uno de los titulares leyó:
            “Sigue la ola de suicidios de primavera, mujer agobiada,  presumiblemente por motivos de salud, se lanzó al vacío desde un décimo piso…”
            y la crónica necrológica señalaba a Rovina Baeza como protagonista de la tragedia. 2004.

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