UNA DECISIÓN
DE PRIMAVERA
Costó disipar la furia vengativa
de aquel Eolo descontrolado de la noche anterior. Había sido el desahogo primaveral
de una divinidad contenida en nubes densas y oscuras. Ellas solamente se
pasearon por aquel invierno pasivo sin su natural descarga acuosa, como si el
otoño se hubiese prolongado más de la cuenta.
Siembras y animales habían
percibido expectantes este raro comportamiento y aquella noche fue la
consumación de aquello.
El
ambiente agreste de días anteriores
había cambiado radicalmente en ese momento. Un barro jabonoso dejaba impresas
las huellas sincrónicas de su fiel y
lustrosa cabalgadura. Sobre su caballo
sentíase una sola unidad, pues al leve
movimiento de las riendas o un suave apretar de los músculos de sus piernas, el fiel animal respondía sin equivocarse los
deseos del jinete.
El
huracán de la noche anterior había causado grandes daños en los sembrados. Se
divisaban añosos árboles, con sus viscerales raíces al aire, despidiéndose de
sus bulliciosos inquilinos. Las melgas ordenadas y simétricas de días
anteriores habían desaparecido. Daba la
sensación que un pequeño gigante hubiese dado rienda suelta a su energía
infantil. Más allá, el ganado se divisaba disperso y desorientado en la
pradera. Lo más probable era que
encontrara alguno perdido en los páramos del norte. Tal vez, otros muertos o heridos.
En fin, amargarse era inoficioso, es más, eran
las reglas tácitas de aquellos parajes.
Tierras para recios y audaces; él
sabía que lo era, con creces se lo había demostrado a la vida. Esta lo había
puesto a prueba con aquello que más quiso, su mujer y su hijo casi recién
nacido. Al recordar aquello, los músculos de su cara se tensaron en un rictus
casi doloroso; visible bajo su cerrada
barba de días. Sus verdes ojos se hicieron oscuros, como si fueran celosías que
impidieran el paso de sus pensamientos.
Y la tensión de los músculos indicó a Trueno
que el amo necesitaba el bálsamo de un trote regular y cadencioso.
Rememoró
la decisión tomada la noche anterior. Volvería a la ciudad, necesitaba con
premura dinero, mucho dinero. Su profesión se lo daría para mantener vigente
esta pasión actual: sus campos y todo
el entorno.
El importante bufete del cual era socio
se lo daba con creces, aun a la distancia. Pero la
tierra habíase convertido en su
novia más exigente y absorbente. Necesitaba mucho más. Se sabía bueno en el quehacer profesional.
Estaba cierto que en corto tiempo lograría los recursos necesarios para volver a retomar las riendas de su
finca. Lapso en el que los fieles
inquilinos cuidarían su feudo hasta el
regreso. Subió los escalones del pórtico, los cuales crujieron con el
peso de la recia figura.
Calzaba altas botas, que casi formaban parte de sus pies, desde que llegó
a esos lares.
La casa amplia y de una
planta lucía indemne a la debacle del entorno, respetada como fiel testigo de
la ventisca nocturna.
El celular, reclamando atención, lo sacó de sus pensamientos. Lo conectó con
el mundo lejano, al que debía integrarse en breve.
-Aló,
sí…-
-Roberto,
hablas con Rovina, ¿Me recuerdas, Rovina Baeza?-
-Por
supuesto, Rovina, claro que sí. ¿Cómo estás?
-Más
o menos, la salud la tengo un poco resentida. Tú sabes, a estas alturas,
siempre hay problemas.
-No
digas eso, siempre has lucido estupenda. Pero de acuerdo a lo que me dices, ¿Te
puedo ayudar en algo?
-Por
eso te llamaba, necesito con urgencia ir a un sitio campestre donde reponerme.
Y pensé en ti.
-Qué
lamentable, a fines de esta semana voy
camino a la capital. Ya tengo la reserva aérea. Necesito trabajar en lo mío por
una temporada. Tú sabes que para mantener mi pasión campesina necesito dinero y
no poco. Pero será por una temporada solamente. Llámame en unos meses más y con
gusto compartiremos estas bellezas. ¿Te parece? La mujer demoró en contestar. Cuando lo hizo, su voz sonó vacilante.
-Bueno,
mi querido Roberto, no importa, entiendo lo que me dices, ya nos estaremos
viendo.
-Y
respecto a lo tuyo, me dices que estás enferma. Si no es indiscreción, ¿es
grave lo que te sucede? Me preocupa,
pues siempre hiciste gala de muy buena salud.
-No,
querido amigo. Son los años que se me vienen encima. Pero nada tan grave como
para preocuparte. Ya nos estaremos viendo cuando regreses. Ha sido grato
escuchar tu voz.
-Para
mí igual, no olvides que representas la parte feliz de mi pasado. Te prometo
que me prepararé para tu visita. Un abrazo grande.
-Lo
mismo, un beso. Adiós cariño, te quiero
mucho, recuérdame. Rogaré por ti.
¡Rovina, mi buena Rovina!, qué agradable es tu imagen en mi mente. Sin
embargo, tu llamado me ha dejado preocupado. Tu voz sonaba diferente. A pesar
que nos alejamos hace bastante tiempo y cuando más te necesitaba. Pero eso fue
absolutamente por mis rencores. Reconozco que te culpé ingratamente de haber
sido partícipe de mi tragedia familiar.
Pero
ahora estoy cierto que los acontecimientos ya estaban dispuestos por esa Gran Mano que todo lo
determina. Tus consejos fueron atinados. Mi mujer y el pequeño debían ir a visitar a sus padres. Era lo justo, sin
embargo, y sin haberlo presentido, me resistí a la idea de ese viaje. Los
estaba gozando a ambos y habían llegado a ser como mi segunda piel. Lejos, la
añoranza iba ser dolorosa.
Sin embargo, la noticia escueta de la línea aérea, puso punto final a mi
novela rosa, vivida con Inés y mi hijo recién nacido. El vuelo se había perdido
en la cordillera. Luego, el encuentro macabro. Finalmente, la sepultación, en que las palabras de aliento ni siquiera
logran rozar el pensamiento. Se escuchan pero no tienen significado alguno.
Y tú, Rovina, te alejaste discretamente de mi
vida. Sabías que mi ira se habría volcado hacia ti. Como efectivamente me
sucedía. En esos momentos, sólo veía tu
mano vengativa, cobrando la revancha. Fueron tantos los años que me dedicaste y
yo de una plumada te reemplacé por Inés. Cruelmente te lo dije mirándote a los
ojos, en espera de una mirada de comprensión. Sé que sufriste lo indecible, me
lo contaron amigos comunes. Sin embargo,
ya mi norte era otro y mi hijo se anunciaba. Pienso que en el amar
siempre hay egoísmo; sin embargo, nunca asocié mi actuar a deslealtad. Sólo muy
al interior me ronroneaba ese concepto.
Cuando tú e Inés se hicieron inseparables, mis temores y
miedos se adormecieron y me sentí grato al observar esa cercanía amistosa del
pasado y del presente.
Pero bueno, aquí estamos de nuevo, Rovina y
yo, y una vez más no puedo estar a tu lado. Sin embargo, tu llamado me
proporciona la posibilidad de gozar nuevamente de tu amistad y compañía. Aunque
me has dejado preocupado por el tono de tu voz. Pero prometo que apenas logre
mi cometido, estaré contigo, pienso que esta vez será diferente.
A
la hora fijada, Roberto estaba en el aeropuerto. Como al descuido y por inercia
tomó al azar un periódico del mostrador de la confitería, mientras tomaba un
café.
En
uno de los titulares leyó:
“Sigue la ola de suicidios de primavera,
mujer agobiada, presumiblemente por
motivos de salud, se lanzó al vacío desde un décimo piso…”
y la crónica necrológica señalaba a Rovina
Baeza como protagonista de la tragedia. 2004.
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