Entrevista efectuada a
Rolando Revagliatti a través del correo electrónico y publicada en el nº 46,
mayo 2008, del mensuario “La Cita”.
“Siempre queda algo en el
tintero”
—¿Recuerda el primer texto que escribió?
—Fue en mi
primera adolescencia cuando comencé a pergeñar versos con rima, más bien
instado por alguna melodía bulléndome, de tal modo que lo que produje han sido
canciones. Poco después habré empezado a incursionar en la generación de
versos, con o sin rima, de esos que se suelen denominar, muy a la ligera,
poemas. En la prosa, recién incursioné alrededor de los treinta y cinco años. Y
fue alrededor de los treinta en los que abordé la dramaturgia.
—¿Fue entonces que se dio cuenta de que quería
dedicarse a escribir?
—No me parece que
yo sea el tipo de escritor que alguna vez se dio cuenta de que quería dedicarme
a escribir. Sí, en cambio, tras haberme dado cuenta de que quería ser hombre de
teatro y de haberme formado para ello, de haber actuado durante un cierto lapso
me aparté, extenuado, claudiqué, me convencí de que no tenía pasta para tolerar
los fracasos ni para forjarme mi propio derrotero. En fin, por éstas y otras
consideraciones, en estrepitosa crisis, desistí de mi proyecto de convertirme
en un actor profesional y me di el gusto, cada tanto, y hasta 1986, de producir
y dirigir espectáculos teatrales en base a textos poéticos.
—¿Hay temas recurrentes en sus textos?
—Tanto en mi
segundo libro de cuentos, “Muestra en
prosa”, como en el primero, “Historietas
del amor”, lo más frecuentado han sido los asuntos del “amor parejil” y de
sus simulacros y tortuosidades, a las que, según advierto, tantos se aferran.
Desde pibe me alarmaron estos aferramientos, estos sinsentidos.
—¿Qué hace a una persona ser un “buen escritor”?
—Este es un interrogante
olímpico. Notables intelectuales lo han investigado. Para no rehuir del todo la
pregunta, afirmo, simplificando: un buen escritor es quien, de ninguna manera,
no es un autor. Personas que escriben, que redactan textos de ficción, que
urden versos, que conciben reseñas, artículos, ensayos, prólogos, epílogos,
palabras de circunstancia, que generan algo del orden de la dramaturgia, hay
muchísimas. Escritores, hay muchísimos menos.
—¿Quiénes son sus favoritos?
—En tren de
preferir, improviso, y dentro de los que tienen una obra sólida, algunos son en
dramaturgia Bertolt Brecht, Federico Schiller, Eugenio 0’Neill, Griselda
Gambaro, Eugenio Ionesco, Ricardo Monti, Jean Genet, Samuel Beckett. En
narrativa: Franz Kafka, Jorge Luis Borges, James Joyce, Silvina Ocampo, Marcel
Proust, Paul Auster, Abelardo Castillo. En poesía: César Vallejo, Vicente
Huidobro, Julio Huasi, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik…
—¿Tiene alguna rutina diaria o algún hábito para
escribir?
—Ninguna rutina
ni inclinación horaria. Acometen presuntos versos e ideas mientras estoy
bañándome, cuando paseo por el Parque Centenario, cuando mantengo un diálogo o
escucho la radio, cuando alguna disonancia me despabila o un mal sueño me
instala resabio, cuando me descubro imbuido en una lectura o percibiendo alguna
rareza en el comportamiento de alguien, después de haber realizado una lectura
en un café literario o de reencontrarme con mi gata Pupé, al retornar de las
vacaciones. Y en infinidad de ocasiones comienzo asentando palabras en cualquier
pedazo de papel.
—¿Cómo sigue?
—Después vienen
los desarrollos, las versiones de cada texto, las modificaciones sucesivas,
hasta que en un punto lo abandono y decreto su validación. Lo cual puede o no
perdurar en el tiempo.
—¿Qué sensaciones le provoca la vejez?
—Es similar a la
idea del abismo. Desde la conciencia, como todos, temo el cómo iré asumiendo la
decadencia. Es una fantasmática que se nos genera desde la niñez. Los únicos
que “zafan” de la vejez son los que fallecen antes de envejecer. Lo que en
estos últimos años más me asola es la sensación de cansancio. Hasta podría
escribir un libro que se llamara así, descubro mientras doy forma a mi
respuesta: “El cansancio”, tal como otros libros se titulan. Y lo dice un
sexagenario que además de humillaciones, incongruencias, frustraciones,
trastornos del sueño, se siente depositario de gratificaciones, lucidez,
perseverancia, pasión y una copiosa constelación de instancias de felicidad.
—¿Siente que tiene alguna cuenta pendiente?
—¿Podría ser de
otro modo?
*
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