LA PARED ESTABA ATESTADA DE DIPLOMAS
El ser humano busca siempre reconocimiento. El elogio por una tarea
bien hecha. Las gracias por haber salvado una vida. El ascenso por un desempeño
continuo y correcto. El beso por haber obsequiado una rosa. La sonrisa por
acompañar a cruzar una calle. En fin, diplomas que da la vida de relación,
estudio, trabajo.
Pero aquél rey moderno y despreocupado – que aunque parezca mentira aún
existen - tenía todo menos diplomas, aunque sí quería mostrar por sobre todo lo
que había logrado matando.
Por ello las paredes de su amplio salón de recepciones ostentaban
cabezas de jabalíes, leones, ciervos…y hasta unos tremendos colmillos de
elefante.
Sí…elefante. Y en este caso en particular, al lado de una foto ostentosa,
donde estaba él, por supuesto con la vestimenta adecuada, el guía del safari
africano, desde ya la humanidad del elefante en el suelo… y oh, sorpresa, junto
a ellos una bella amazona que lo tomaba al rey tiernamente de la mano.
Los continuos visitantes de tamaño zoológico inerte sonreían
hipócritamente cada vez que el susodicho relataba sus andanzas anuales por la
selva. No era para menos. Evitaban decirle – aunque lo comentaran entre ellos –
si lo habían bochado en fidelidad, porque no había diploma alguno de las
cátedras de Moral y Ética I, II y III que se dictan en Salamanca.
Un día un periodista se animó a inquirir al respecto. Arrogante, el rey
contestó…”Coño…con tantas maravillas que hay aquí me preguntáis por algo que no
vale la pena colgar…¿o no veis que la pared está atestada de mis méritos
personales? ¿Tienes alguna duda?”
-Yo no – contestó el reportero – pregúntele usted a la reina. Para
mí y el jefe de redacción alcanza y
sobra con que aquél tigre de bengala me
guiñe un ojo cómplice…no creo que usted quiera colgar en este recinto la
primera plana de “El País” de la próxima semana…
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