Patricia
Severín: sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Patricia Severín nació el 10 de agosto de 1955, en la ciudad de Rafaela,
provincia de Santa Fe, Argentina, y reside en Santa Fe, capital de la provincia.
Es Profesora de Castellano, Literatura y Latín, egresada del Instituto Ángel
Cárcano de la localidad de Reconquista, y ha obtenido un postgrado en Sicología
Gestáltica en la
Asociación Gestáltica de Buenos Aires. Participó en simposios
nacionales y de Paraguay, Chile y Perú con trabajos de ensayo y crítica
literaria. Poemas y narrativa breve de su autoría han sido incorporados a
numerosas antologías de su país y del extranjero. Publicó los volúmenes de
cuentos “Las líneas de la
mano” (Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores 1998) y “Sólo un amor”(Premio Único
Publicación ASDE 1999); la novela “:salir
de cacería” (2013); los
poemarios “La loca de
ausencia” (Faja de Honor de la SADE 1992), “Amor en mano y cien hombres
volando” (en colaboración con
Adriana Díaz Crosta y Graciela Geller), “Poemas
con bichos” (Premio Fondo Nacional de las Artes 2001 y Premio Municipalidad
de Buenos Aires por obra édita, bienio 2002-2003; dos ediciones), “Libro de las certezas” (Mención Especial del Jurado
Premio Macedonio Fernández 2008), “El
universo de la mentira” y “Abuela y la niña”. Entre
otros, recibió el Primer Premio en cuento en el Concurso Nacional Alicia Moreau
de Justo, el Primer Premio en cuento “Las Tierras Planas”, Premio Publicación
Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe.
1 — Agosto del ‘55…
PS — Nací en el mes que comienza con la caña con
ruda y termina con la tormenta de Santa Rosa; mes frío y ventoso, aquí en Santa
Fe, y sobre todo en el campo. El año fue el de la revolución que se dijo
“libertadora”. Quizá estos sucesos marcaron mi vida; tanto alboroto dio como
resultado que mis días siempre fueran dispersos: campo ciudad, ciudad campo, de
aquí para allá enlazando escritura, trabajo, casas, viajes, amigas de las buenas,
tres hijas mujeres, un varón, y una constancia a toda prueba haciendo de éste,
mi pedacito de mundo, el paraíso que siempre anhelé.
Escribo todo y a pesar de todo, desde
mis lugares ocultos, desde la furia y el abismo, la garra y el desamparo. Me
gusta conjurar palabras y usar las del amor (las que mejor me suenan), pero
también invoco a las perversas, las gastadas, las superfluas, las bastardas. A
lo largo del camino aprendí a callar y evito que me roce el miedo. Vivo y viví
siempre en la llanura, con calor, río y distancia. Girando en mi provincia
entre campo monte mosquitos y ciudades. Y por mucho tiempo, mi trabajo, fue el
de productora agropecuaria: cría de ganado en el noroeste de la provincia.
2 — Rafaela. Pormenoricemos sobre las dispersiones de aquella y de
esta Patricia, siempre residiendo en su provincia.
PS — Nací en Rafaela, ciudad gringa, colonia de
piamonteses. Me fui de ella a los dieciocho a estudiar a la capital de la
provincia, pero en vez de estudiar me casé y tuve cuatro hijos. Mi padre murió
no bien yo me fui a estudiar, y creo que una rebeldía me tomó por dentro e hizo
que cambiara el rumbo casándome tan joven. A los pocos años murió mi hermana y
otra vez se modificó mi camino: me fui a vivir a Reconquista,
cerca de mi madre. Después vino la separación, a los veintiocho, quedarme con
mis cuatro hijos, todos chiquitos, trabajar en el campo (Huanqueros) y
paralelamente estudiar Letras. Es por ello que el ir y venir siempre fue una
constante. Comencé a escribir desde niña pero recién en ese momento —después de
la separación y con la carrera de Letras— me sistematicé. Por ese entonces
(1983), María Angélica Scotti y su marido, Walter Operto, vivían en
Reconquista, en ese exilio interior en el cual migraron algunas familias en el
tiempo de la dictadura. Con ella me inicié en los talleres literarios y, junto
a la carrera de Letras, me ordené en las lecturas. Nunca más deje de escribir.
Y algunos premios importantes, como el de Alicia Moreau de Justo, me confirmaron
definitivamente el rumbo de mi destino.
Desde hace casi diez años vivo en
Santa Fe capital. Como soy reincidente, volví a casarme y rearmé mi vida en
este lugar. Amo deambular y por ello, con mi marido, compramos una casita en
las sierras para seguir yendo y viniendo.
3 — Editorial Palabrava, por un lado, y Lectobus Alas de Papel, por
otro, te tienen desde hace unos años “al frente”.
PS — Editorial PALABRAVA surge ante la necesidad de modificar
los términos autor-editor-distribución-libreros. Junto a Alicia Barberis y
Graciela Prieto Rey, una calurosa siesta del enero santafesino, nos juntamos a
delinear un proyecto diferente. Nos dimos cuenta de que lo que queríamos para
nosotras (derechos de autor justos, por ejemplo, y visibilizar nuestros libros)
lo podíamos extender hacia los demás escritores y escritoras de la provincia.
Hablamos con diario “El Litoral”, empresas, organismos e instituciones, y así
nació el primer proyecto de narrativa que distribuimos con el diario: “Las
cuatro estaciones de la palabra”, a muy bajo costo para que todos pudiesen
adquirirlos. Allí publicamos nuestros libros y también los de Enrique Butti,
Carlos Morán, Sara Zapata, Alfredo Di Bernardo y Ángel Balzarino. Paralelamente
editamos una colección de poesía, “Anamnesis”, dos libros infantiles en una
colección que se llama PALABRUJULA, y coeditamos otros con la Universidad Nacional
del Litoral. Este año comenzamos un nuevo proyecto: DOS RÍOS, en una salida anual de dos libros
juntos; una autora de amplia y reconocida trayectoria, Angélica Gorodischer, de
la ciudad de Rosario, y un autor novel, Jerónimo Rubino, de la ciudad de
Rafaela. Además, en “Anamnesis”, publicaremos —ampliando nuestro proyecto— a
Olga Zamboni, de la provincia de Misiones y a Lucía Carmona de la provincia de La Rioja. Estos libros,
trabajados con fotografías, que se entrelazan con los poemas, son la vedette de
la editorial.
El Proyecto del “Lectobus” viene de la
mano de Alicia Barberis y consiste en llevar la lectura a barrios vulnerables y
pequeños pueblos de la provincia. La idea es ofrecer a los niños, a través de
la lectura, un mundo más amplio y —a su vez— dejar personas capacitadas que
faciliten, desde su lugar, la pasión por leer. Si queremos una sociedad lectora
tenemos que comenzar despertando el amor por los libros en los chicos.
4 — ¿Cómo fue “escribir junto a” otras dos poetas ese volumen con firme
resonancia refranera? ¿Se trata de poemas compuestos por las tres?
PS — ¿“Amor en mano y
cien hombres volando”? Fue un
proyecto extraordinario que escribimos con Graciela Geller y Adriana Díaz
Crosta en épocas de cartas enviadas por correo. No había e-mail en ese entonces.
Yo viajaba de tanto en tanto desde Reconquista a Santa
Fe, donde me juntaba con ellas y hacíamos una especie de taller: un
poema contestaba al otro o continuaba la temática o la disparaba hacia otro
lugar. Fue un libro revolucionario del cual aún tengo grandes satisfacciones.
Mis dos amigas fallecieron en distintos años en dos 25 que no se pueden
olvidar: 25 de mayo y 25 de diciembre. Eran dos poetas que marcaron rumbo. Con
Graciela publicamos luego las obras completas de Adriana, y el año que viene
sacaremos en “Anamnesis” el libro inédito que quedó de Graciela.
Te cuento una anécdota: hace un
tiempo, por face, me conectó un dramaturgo de la provincia de Entre Ríos
—al que no conozco— pidiéndome un ejemplar. Le contesto que ese libro está
agotado, pero ante su insistencia le fotocopio el mío, se lo envío por correo y
le pido que me cuente para qué lo necesita con tanta urgencia. Me narra lo
siguiente: tiene un sueño en el cual aparece en las marquesinas de la muy
porteña calle Corrientes, una obra suya titulada “Amor en mano y cien hombres
volando”, escritas claramente sobre un gran cartel. Como él no tiene ninguna
obra así llamada ni jamás escuchó ese título, cuando se despierta googlea para
ver qué encuentra en Internet y le sale mi nombre y el del libro. ¡Qué
maravilla!, ¿no es cierto?
5 — Si bien carezco de certeza, no
puedo menos que suponer que María Victoria López Severín, artista plástica, con
quien compartís un Sitio, es hija tuya. ¿Puedo pedirte unas líneas sobre
ella?... ¿Tenés otros hijos u otros familiares vinculados a un quehacer artístico?
PS — Mi hija María Victoria, que aún vive en
Reconquista, es una artista plástica con un talento único y exquisito. En este
momento esta abocada a lo social a través de la creación de cooperativas
textiles. Pero el arte no la abandona, por suerte. Mi padre fue pintor y ella
heredó esta capacidad, que parece se transmite de abuelos a nietos. Mi hija
menor, María Virginia, es bailarina y ejerce su profesión en el Ballet Nacional
de Danza Contemporánea en Buenos Aires. Mi otra hija, Soledad, es Doctora en
Biología, vive en Santa Fe, a unas cuadras de mi casa. De ella tengo dos
nietos: Alfonsina y Nicanor, que por supuesto, son mi debilidad. Leandro está
en la construcción. Todo muy variado pero haciendo cada uno lo que le gusta.
Siempre los impulsé a que trabajaran por sus sueños. Creo que es el único modo
de realizarse en la vida y de ser feliz. De la misma manera que yo soy feliz
escribiendo. El bienestar interior va por delante de lo económico. Es decir,
cuando una persona hace lo que quiere en la vida y desenvuelve sus sueños, lo
otro viene solo.
El arte llega por el lado de mi padre, de mi madre viene el trabajo en
el campo, al que nunca quise que quedaran “pegados” mis hijos por obligación o
mandato. Trabajar en el campo es hermoso (sobre todo porque es independiente y
al aire libre, contrarrestando el encierro de la escritura) pero sólo si se
elige como tal. Es tremendo quedar prisionero de una herencia o de un mandato.
6 — ¿Qué hacía tu padre?
PS — Estudió arquitectura pero su pasión fue la
astronomía. Él me guió en las primeras lecturas de filósofos y de arte en
general. Tuvo que encargarse del campo que le dejó su padre, para sostener a
nuestra familia, a su madre viuda y a su hermana. Tanta obligación acabó con su
vida a los 47 años. Terminé una novela, que me llevó años de escritura, “La Tigra” (el título es el
nombre de una estancia), que es también un pequeño homenaje a este
hombre innovador, fuera del tiempo que le tocó vivir, que se pasaba las noches
observando las estrellas desde el observatorio astronómico que construyó en la
terraza de su casa paterna. Se iba en los inviernos a Campo del Cielo
—provincia del Chaco— a investigar junto al Dr. William Cassidy —astrónomo de la NASA que viajaba cada año desde
los Estados Unidos—, a buscar el Mesón de Fierro. De hecho fueron ellos los que
encontraron las mayores piezas del meteorito. El más grande se denominó “El
Chaco” y pesa 37 toneladas; es la
segunda de mayor masa que se conoce en el mundo
7 — ¿Y tu madre?
PS — Mi madre aún reside en Reconquista. Tiene 87
años, y creo que va a vivir muchos más, gracias a Dios, pues viene de una
familia sana y longeva. Fue docente y la geografía era lo que amaba enseñar.
Este fue un gran punto de encuentro con mi padre. Cuando él no estuvo y ella se
jubiló, comenzó a ocuparse del campo. Papá armaba avioncitos de madera balsa
con mis hermanos varones, y en el largo patio de nuestra casa de Rafaela,
probaba diferentes fórmulas, para el despegue de réplicas de cohetes que
lanzaban desde allí. Mamá aprobaba sus investigaciones, y todos los años se
iban con mi padre a distintos encuentros de geografía en diversas ciudades del
país.
8 — En una entrevista que te realizara
María del Pilar Lencina (1937-2011) declaraste: “Hablar de la mujer, ‘desde la
mujer’, es muy distinto —creo— que lo que vinieron haciendo los hombres en el
correr de la historia de la literatura.” ¿Qué
autores (varones) lograron hablar mejor, según tu sentir, “más desde la mujer”?
PS — Prefiero nombrarte autoras: Flannery O’Connor,
Carson MacCullers, Alice Munro, Dorothy Parker, Herta Muller, Virginia Wolf,
por supuesto, Mercé Reboreda, Doris Lessing, y la gran Irène Némirovsky, que me
hace venir a la mente a Sandor Marai, que tiene personajes femeninos increíbles
en “La mujer justa” o en “La
herencia de Eszter”; también “Ana
Karenina”, del magistral Tolstoi. Luego está lo contrario: Marguerite
Yourcenar delineando el personaje masculino en su “Memorias de Adriano”, por
ejemplo.
Los escritores y escritoras tenemos la
suerte de vivir muchas vidas y distintos sexos. Pero eso no quita que podamos
sentirnos más cómodos en unos que en otros. Yo me siento muy bien en la piel de
las mujeres, indagando en su corazón, en sus emociones y en sus cabezas, y
también relatando sus historias entremezcladas con las mías.
9 — María del Pilar Lencina ha sido
una poeta con la que durante años he mantenido correspondencia postal, cuando
dirigía sus Hojas de Poesía “Hermano Luminoso”. No nos hemos conocido
personalmente. ¿Cómo la recordás vos, Patricia?
PS — Con muchísimo cariño. María —como le decíamos
en el norte— era un personaje de la ciudad. Escribía en un bar tradicional de
Reconquista, “Cheroga”, que era una prolongación de su casa; allí te hacía las
entrevistas, te citaba, conversaba de poesía y sufría por Boca Juniors. Fue una
poeta exquisita; trabajó con ahínco por la pasión de su vida, la poesía, en
esas hojas, “Hermano Luminoso”, que hicieron historia en el país y en el
extranjero.
10 — En otra entrevista —para la
revista literaria electrónica “Remolinos” de Perú— afirmaste que provenías de
la línea de autores más viscerales y/o intimistas que intelectuales.
PS — Yo elijo autores/as que me conmuevan. Puedo
admirar lo intelectual pero lo que no me conmueve no deja huella en mí. Entre
el grandioso Borges, por ejemplo, y Cortázar, me quedo con Cortázar o con
Jamaica Kinkard o con Selva Almada o Julián López.
11 — En su momento, aseveraste que después de tu deslumbramiento ante “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera, había cambiado tu
concepción de la literatura. ¿Cómo cambió entonces? ¿Volvió a cambiar después?
PS — Absolutamente. Ese libro abrió mi mundo
literario. El impacto de estar leyendo una ficción, que además te dice que es
tal, y al mismo tiempo logra hacerte vibrar de la mano de pasiones y mentiras,
aventuras y desventuras de personajes que sentís reales, fue una conmoción.
Esta concepción de la escritura se fue mezclando luego con otra vertiente que
viene de la narrativa de Carson MacCullers. Ella dice que todo lo que escribió
es algo “que le pasó, le pasa
o le pasará”. Yo creo lo mismo. Convertir tu vida y la de los que te rodean
en tu materia prima, en tu mezcla preferida para levar lo literario, ya sea
poesía o narrativa, es mi modo de encarar la escritura.
12 — Tenés un libro que no darás a
conocer: “La voz bajo la
falda” (consta en la Red). Capciosamente pregunto:
¿qué tenés —o retenés— teniendo un libro que no darás a conocer?
PS — Se me fue la obsesión, como dice mi amiga, la
escritora Marta Nos. Y sin obsesión no hay libro. Aunque está escrito se
desactualizó para mí. Y si se desactualizó ya no tengo la necesidad de
editarlo. Del mismo modo, aunque un libro mío se haya publicado, si siento que
debo modificar algo para una edición posterior, lo hago. Por ejemplo,
reescribir un cuento. La obra es del autor (autora), quien tiene todos los
derechos sobre la misma. Esto me lo enseñó hace muchos años Mempo Giardinelli,
y me pareció una postura válida, correcta.
13 — El también rafaelino narrador y
poeta Hugo Borgna en un análisis de tu obra literaria encomilla de “:salir de cacería” lo que ahora reproduzco: “todo lo que se pudre se convierte
en familia”. Tremendo. ¿Qué obras artísticas te han estremecido?
PS — Esta frase que comentás me
estremeció en lo más profundo y me mostró otro costado del concepto de familia;
es del poeta Fabián Casas. Y ahora que la traés a colación me doy cuenta de que
casi toda la idea de la novela “:salir de
cacería”, gira alrededor de ese tremendo enunciado… que en realidad no es
mi creencia, pero sí es el comportamiento y la creencia de muchos de los
personajes de la novela.
Me estremecieron —en literatura— por
ejemplo: “Tres luces” de Claire
Keegan; muchos de los cuentos de Alice Munro, sobre todo de su libro “Demasiada felicidad”; “Middlesex” de Jeffrey Eugenides; “Todo cuanto amé” de Siri Hustvedt; “La historia del amor” de Nicole Krauss;
los libros de Némirovsky; los de Laura Alcoba; “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” de Murakami; algunos de
la brasileña Clarice Lispector; los de Irma Verolín tanto en narrativa como en
poesía…; es larga la lista, podría seguir dos páginas más. En poesía te nombro
a Joaquín Giannuzzi, a Laura Yasan, algunos libros de Santiago Sylvester,
Gelman y Boccanera, los de Marossa Di Giorgio y Fernando Pessoa… y también los
de Orlando Van Bredam. De hecho, todos estos libros y los que —por cuestión de
espacio no te nombré— están en el lugar de privilegio de mi biblioteca.
Me estremecen también las pinturas de
mi hija María Victoria; las esculturas de Camille Claudel y de Lola Mora, los cuadros
de Frida Khalo.
14 — “Helada negra” se titula un libro tuyo de cuentos que
pronto aparecerá a través de Ediciones UNL.
PS — Tendrá diez cuentos. Justamente
el título del mismo, que como verás es ambiguo, pues puede interpretarse como
“helada negra” o “el hada negra” —depende de la manera en que lo nombres—,
lleva en sí mismo la carga emocional que porta cada uno de los cuentos. Hay
dolor por la muerte. La muerte de una prima, de una hija, un padre, una hermana,
una mano, de la amistad, del amor, de la confianza, la pérdida y el reencuentro
de la identidad, de los bienes, y también la herida que años atrás se le hizo a
nuestra Patria con tantas otras muertes. Es un libro de pérdidas aunque también
creo que puede vislumbrarse en alguno de ellos un nuevo nacimiento, una
esperanza, después de tanto dolor.
15 — Además de la novela “La Tigra”, ¿tenés otros
libros inéditos?
PS — Tengo un libro de poemas que se
denomina “Muda” —otro título ambiguo
si se quiere, pues se refiere a la falta del habla o quedarte sin habla, y a su
vez al cambio, a la mudanza de las cosas y de las personas—. El libro es muy
duro al inicio y luego se va convirtiendo en algo más luminoso, en su travesía
hacia el final.
Estoy terminando una novela breve, “Dos abuelas” y otro poemario que como
título provisorio lleva “Difícil decir
que no”. Ah… y también estoy escribiendo un libro de Qhabala, cuyos
conceptos los vierte mi profesora Beatriz Ulrich, y cuyo fin es que este
Conocimiento pueda ser comprendido y aprehendido por todo el que lo desee; que
ya no sea hermético ni para un grupúsculo de escogidos.
16 — Roberto
Fernández Retamar se pregunta en una carta-poema: “¿Qué le ocurre al novelista cuyos
personajes, de pronto reales, se ponen a vivir por su cuenta?” ¿Qué te ocurre, Patricia, cuando algún
personaje se pone a vivir por su cuenta?
PS —Te sorprende. Te sorprende
muchísimo… y se los deja crecer. No queda otra. Y luego estás maravillada por
el rumbo que han tomado. Esas criaturas se inventaron sus vidas ellas mismas. Y
más tarde viene lo contrario, los personajes que sobran en la historia, que no
encajan en ningún lado, que no van a ninguna parte y tenés que sacrificar. Es
muy triste, te lo aseguro. Es penoso. Me resisto… pero al final lo hago: elijo
la historia. Esos mueren y es difícil enterrarlos. Hago lo que sea para que
sobrevivan. En “La Tigra” por ejemplo,
muchos personajes tuvieron que quedar de lado… pero irán a cuentos. Es más, ya
están en cuentos que aún no he juntado para un volumen. Pero, y va otro ejemplo,
tengo una novela que transcurre en Uruguay —escrita a medias— y no sé que haré
con ella y su gente… y me resisto a perderlos de vista.
17 — ¿Qué relación existe entre obra y experiencia poética? ¿Son
inseparables?
PS — Para mi son inseparables.
Absolutamente. Porque emocionalmente no tengo manera de separar las dos.
18 — ¿Influyó en algo tu trabajo de productora agropecuaria?
PS — Muchísimo. Los climas de mis obras
—en general— están traspasados por la naturaleza, por los animales, los
árboles, el silencio, la lluvia, el campo. Y a veces me pasa algo que no es del
todo grato. Leyendo novelas de autoras —en este caso argentinas—, veo que
colocan cosas incorrectas —sobre lo que se hace o pasa en el campo—, y esto me
saca de la historia y me cuesta volver a ella. En la que termino de leer, la
autora nombra en simultáneo al trigo, el girasol y la soja, como sembrados que
pueden ir a la par. Esto no es así. El trigo se siembra en invierno y cuando se
lo recoge se siembra la soja y puede sembrarse también girasol. Dice también que
con la brisa la soja oscilaba…; el trigo, quizá… y cuando larga la espiga y oscila,
es muy bello de ver. Pero nunca vi oscilar la soja.
En otra novela, un auto viejo se
descompone y es tirado con una soga, mientras sus ocupantes se trasladan a la
camioneta que los auxilia. ¿Cómo va a ser guiado el auto descompuesto sin nadie
al volante y arrastrado por una soga? Hay cosas que para el que trabajó en el campo
son obvias. Abelardo Castillo, por ejemplo, tiene cuentos magistrales que
suceden en el campo, y escribe con una precisión y un rigor tal, que parece que
ha vivido allí.
Sé que no es fácil para alguien de la
ciudad entender cómo funcionan algunas cosas en el campo. Pero ahora con
Internet la información está al alcance de todos.
19 — ¿Cómo te resuenan las
palabras “tributo”, “endeblez”, “hipocondría”, “retahila”, “atrabiliario”,
“bolonqui”, “disperso”?
PS — Tributo: homenaje ganado,
bien merecido; endeblez: falta de voluntad para vivir; hipocondría:
lo que no tengo; retahila: madre pesada que no termina nunca de quejarse
ante sus hijos; atrabiliario: si es sinónimo de mal carácter, esa no soy
yo; bolonqui: lo que hay en mi escritorio aunque siempre me diga lo
contrario; disperso: muchos de mis días.
20 — Según
he leído, Haruki Murakami habría opinado que escribir una novela es un reto y
escribir cuentos, un placer; que es la diferencia entre plantar un bosque o
plantar un jardín. ¿De qué otro modo expresarías que escribir una novela es…, y
escribir cuentos es…?
PS — Escribir una novela —para mí— es
meterse en un universo que no sabés cómo se va a construir, ni qué resultado
tendrás con él. No definiría a un cuento como una escritura de placer pues a
veces se hace muy doloroso escribirlos, y otras veces dan muchísimo trabajo
para que queden como una quiere dejarlos. En cambio en una novela si hay algo
no tan exacto no se nota en el conjunto: es como un río con afluentes, no
siempre baja limpio. El cuento es una isla o un lago, si queremos seguir con la
comparación del agua, y no debe tener meandros ni costas desprolijas:
delinearlo pensando en lo perfecto y acabado, aunque a veces no nos salga tan
así.
21 — ¿Qué —que puedas y quieras contar— te enorgullece? Y, ¿qué —que
puedas y quieras contar— no te enorgullece?
PS — Me enorgullecen mis hijas,
haberlas criado con los valores que las crié. Lo que hice con y de mi vida,
corrigiendo los errores a medida que avanzo en el camino. Me enorgullece el
esfuerzo que puse —y pongo— en la pasión y la responsabilidad de la literatura,
y en que cada obra no se repita y pueda tener su propia voz. Las amigas que
tengo y el empeño en construir la amistad. Mi nuevo matrimonio y el viraje que
di en la concepción de la pareja. Me enorgullece la persona que he llegado a
ser a partir del desafío de mi búsqueda interior.
No me enorgullece la disputa entre
hermanos, las pequeñeces o miserias que a veces me descubro pensando, cómo
malgasto el tiempo de tanto en tanto. Tampoco me enorgullece criticar o pensar
mal de la gente (cosa que trato de enmendar) o algún brote de ira o malhumor,
resabios que limpio de inmediato no bien los diviso.
22 — ¿A qué escritores
fallecidos —de todos los tiempos— te hubiera gustado conocer en persona?
PS — A Manuel Mujica Laínez, exquisito
diseñador de tramas e historias. Poder quedarme mirando junto a él, desde “El Paraíso”, su casa de Cruz Chica
en la provincia de Córdoba, el paisaje maravilloso de las sierras. Ahora que yo
también tengo mi propio paraíso, voy caminando por esas callecitas cerca de donde
Manucho pasó gran parte de su vida, y me pregunto por sus escritos —no valorizados
aún como corresponde—, su extravagante
existencia, sus pasiones, su amor por la belleza. A Clarice Lispector…:
conversar de su mundo literario intangible, esotérico y magnífico; a Cortázar, por supuesto, para charlar sobre
Cronopios y Famas, y sobre su visión del
mundo que deja entrever misterios, vidas paralelas, yuxtaposición de tiempos y
personajes; a Irène Némirovsky para decirle cuánta admiración tengo por su obra
y por su valentía, y protegerla de los asesinos, que primero la entregaron y
luego la mataron a los 39 años, en un campo de concentración. Es increíble que
haya escrito semejante obra con tan poca edad.
*
Patricia
Severín selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
De “Poemas con bichos”:
/Hoy me fui de todos y de
todo
de mí
de Dios
tan jodida me fui
resbalando por mi cuerpo
haciendo equilibrio con la sombra de las uñas
Hoy me fui sin cantar —yo nunca supe—
guiñando un ojo a la vergüenza
desnuda sobre la helada me fui/
/quisiera ser un bicho más/ no este animal
doméstico/
*
Tengo encerrada una serpiente en un frasco
verde
En realidad el frasco es transparente
la serpiente es verde
No es una serpiente
dice mi hija
es una culebra enorme y larga
destrozada por un perro
Soledad
colecciona culebras, serpientes, víboras
Reptiles
En fin
:mira la belleza donde pocos la ven
Se ha vuelto sabia
Puede raspar escamas
para separar
lo que parece
de lo
que es
También yo mudo de piel
de
invierno a verano
el que
me conoce
no me
conoce
y dice
que quiere a la otra
la que
empuñaba su lengua bífida
en vez
de abrazar el silencio
busca
a la que no soy
la que
vendrá ya esta en mí
*
De “El universo de la mentira”:
ANTICIPO
Todos estaban allí
hurgando dentro de mi boca
respuestas
respuestas
que no podía darles
Se empeñaban en clavar astillas
Ni vestigios de la que fui
Ni vestigios de la que fui
ni presencia de la que soy
un sopor de uva
en el cuenco de la frente
Todos estaban allí
hurgaban
yo quería decirles que lo único mío
eran las esses
las esses de mi nombre que colgaban de mí
Pero no iba a conformarlos
Entonces discurrí la manera de partir
dejar la multitud
ya no lloraba
sólo miraba el mundo
como una crema
espesa
negra
*
*
SALDO
la malparida la hermosa
se ha sacado los ojos
se ha sacado los ojos
para quedar allí definitivamente
en la casa vacía la pequeñita
que separa el estante los libros la cocina
la pelusa el polvo su llavero el celular
la tierna desolación que ocultaba tras la nuca
que separa el estante los libros la cocina
la pelusa el polvo su llavero el celular
la tierna desolación que ocultaba tras la nuca
la ocupada la desolada
la maltrecha la despenada
la desvirgada la majestuosa
la deshojada la tenebrosa
la malhablada
la conchuda la soñada
la ceñuda
la maltrecha la despenada
la desvirgada la majestuosa
la deshojada la tenebrosa
la malhablada
la conchuda la soñada
la ceñuda
hunde las
venas en el vacío de la gillette de la casa
*
De “Muda” (inéditos):
Perspectivas
No tengo un lugar elevado
por donde mirar
a ras del suelo
es difícil ver el mundo
hay hollín por todas partes
la virtud se escurre en la boca de tormenta
Pido sangre para el que está sepultado
:trepo al tapial /gano altura
máscaras móviles no entran en esta cavidad
pasan lentas
como un tren de otoño
como una tos que se expulsa en otro lado
Me juego el todo por el todo
y me elevo un poco más
Hago pulpa de esquirlas con las manos
un líquido negro me emborracha
Tiro anzuelos para cazar pirañas
para no pensar
No hay nada que mirar
desde aquí arriba
que no vea desde abajo
*
Rock
Charly se arrojó desde lo alto a
la piscina
y esta bruma no disipa
quizá algo de locura venga bien
algo
no esta barbarie
que serpentea por el piso
reguero de pólvora
se incrusta en las paredes
dejando boquetes más grandes que una colt
(Nadie se da cuenta
cómo tiemblo
sordomuda encerrada en el altillo
el cuerpo no responde
traqueteo / carromato
que devora hasta la lengua)
¿Vamos a cruzar el charco en barquito de papel?
Siempre nos pasa lo mismo
No veo el cielo en llamaradas
sólo ceniza que se arrastra
babosa rociada con sal
Hay un éxodo dispuesto a dispararse
dame un rock
un rock cargado
Charly
para no escuchar
*
Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en las ciudades de Santa Fe y Buenos Aires, distantes entre sí
unos 467 kilómetros,
Patricia Severín y Rolando Revagliatti.
*
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