martes, 20 de marzo de 2018

Irene Evel Cordiano-Argentina/Marzo de 2018


LA CASA DE ENFRENTE


Las noches de Eugenia comenzaron a poblarse de voces. La nombraban. Le pedían que fuera.
Eran suaves y claras. Insistentes.
Primero no les prestó atención. Pensaba que pertenecían a sus sueños. Pero al advertir que estaba despierta, el terror la enloqueció. Solo ella oía las voces. Continuamente la llamaban. Y con el transcurrir del tiempo se pusieron más seductoras, más imperativas, más apremiantes.
-¡Eugenia, te queremos!
-¡Eugenia, te necesitamos!
-¡Eugenia, tenés que venir!
-¡Eugenia, apurate!
Ella se aferraba a la cama con los dedos crispados. Muda. Al lado, su madre velaba los agotadores insomnios y el obstinado silencio.
Eugenia tenía futuro, ilusiones, planes. De repente, todo dejó de importarle. Supo que iba a morir.
Poco a poco su mundo se fue achicando. Antes estaba la vida. Luego, el dormitorio le fue quedando enorme a su debilidad. Cuando no pudo caminar más, solamente tuvo la ventana.
Ese atardecer la brisa le acercó extraños sonidos. Desaparecieron los ruidos cotidianos y el olor a medicamentos.
Fue entonces cuando se sintió atraída por la casa de enfrente. Fascinada, contempló el trozo de pasado en medio de la monótona edificación moderna. El abandono y los años la habían castigado duramente.
De pronto, Eugenia comprendió. Las voces venían de ese lugar. Ellos la esperaban adentro. Encerrados en el siglo anterior.
La revelación la trastornó. Se hizo aún más pequeña en la cama. Y su voz fue un susurro.
-Mamá.
Su madre acarició la carita afiebrada.
-¿Qué pasa?
Eugenia se abrazó a ella llorando.
-¡Estoy asustada!
-Quedate tranquila. Pronto te vas a mejorar.
-¿Qué tengo que hacer?
-Luchar, querida.
Eugenia repitió:
-Luchar, luchar…
Llena de ansiedad se dispuso a esperarlas. Las voces no tardarían.
Y llegaron. Livianas… como soplos de aire.
-Eugenia… Eugenia…
Ella no pudo evitar un estremecimiento. Su madre dormía vencida por el cansancio. No quiso despertarla. Incorporada a medias miró hacia fuera.
Las sombras de la noche desdibujaban la realidad. El tenue resplandor de la luna caía sobre la casa de enfrente.
-Eugenia, ¿nos escuchás?
-Sí.
-¡Estamos aquí!
-¿Qué quieren?
-¿Cuándo vas a venir?
-¡Nunca!
Las voces se quebraron.
-¿Cuándo?
-¡Nunca!
Las voces empezaron a retroceder.
-¿Cuándo?
-¡Nunca! ¡Nunca!
Las voces callaron.
Aliviada, Eugenia se recostó. Enseguida regresaron los ruidos cotidianos y el olor a medicamentos.
Al día siguiente se pudo levantar. No recordaba lo sucedido la noche anterior ni las otras…
Pero jamás volvió a mirar la casa de enfrente.


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