GRANDOTE ZONZO
El
bar estaba vacío. En la mesa de billar del fondo, un hombre jugaba en soledad.
Afuera la lluvia caía sobre el final de la tarde.
El
muchacho dejó de mirar hacia la calle. Ahogando un bostezo levantó la mano en
dirección al mostrador.
-Otro
–pidió.
-Pará
–protestó su amigo. -¿Querés emborracharte?
Cuando
el muchacho abrió la boca para contestarle, un eructo le impidió hablar. Le dio
rabia.
-Dejate
de joder. Adiós –se despidió con aire de suficiencia.
Cuando
se levantó, todo se movía.
-¡Uf!
Quiso
caminar derecho hasta la caja pero no pudo.
-¿Se
va el señor? –le dijo el dueño con un tonito que le molestó.
-Tomá
viejo, cobrate –respondió, tirándole el dinero encima del mostrador.
El
hombre arrugó levemente el ceño mientras sus ojos observaban con picardía ese
rostro lleno de fastidio, en donde la sombra de la incipiente barba no alteraba
los rasgos aún aniñados.
El
muchacho contuvo a duras penas su impaciencia. Quiso apurarlo.
-Fueron
tres porrones.
-¿Tres
porrones, señor? –repitió el hombre, poniendo varios billetes sobre el
mostrador.
-Sí…
y callate lo que estás pensando, viejito. A mí no me vengas con sermones. No
necesito que me digas lo que está bien y lo que está mal. ¿Entendido?
-Claro,
claro, nos conocemos bien. Usted es un hombre hecho y derecho. Hoy cumple
dieciocho años, ya es mayor de edad. Si quiere…
-¡Es
cosa mía lo que quiero! Yo pido, me servís, pago y listo.
-Está
bien, no dije lo contrario. Si a mí me conviene que consuma. Y ahora vamos a
brindar por su cumpleaños con whisky importado.
Sin
darle tiempo a contestar se dirigió al estante de las bebidas de marca.
El
muchacho resopló incómodo. Le dolía la cabeza y solo deseaba salir a la calle a
respirar aire fresco.
El
hombre destapó la botella y empezó a servir.
-Es
el más fuerte que tengo. Hay que beberlo despacio para que no se suba a la
cabeza.
Un
gesto de asco torció la boca del muchacho.
-Mirá
viejo, estoy apurado, brindamos otro día –y de un manotazo recogió el vuelto
del mostrador -Hasta mañana.
-Hasta
mañana, señor –lo saludo el hombre mientras su mirada comprensiva se prendía en
un hombro del muchacho como un brazo paternal. Y así lo acompañó hasta verlo
desaparecer en la noche. Entonces murmuró burlonamente:
-Adiós,
grandote zonzo.
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