“Metáfora de muerte” de la artista
visual Beatriz Palmieri
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Metáfora de muerte
Me
levanté temprano, lo que nunca. ¡Qué hermosa vi la casa! De pronto surgió de
ningún lado una manifestación de arabescos dorados haciendo contorsiones, como
si el sol los dibujara en la pared colándose a través de las cortinas de color
naranja intenso. Me encandilaron. O para
ser sincera, mejor confieso que no me levanté, algo me arrojó del calor de la
cama para sumergirme en el submundo de la desesperación; trágico día, imaginé,
más no había cerca a quién transmitirle esa locura.
Se
me quebraba la espalda, fue como si allí bailara un ballet macabro el peso de
mi vida igual que si me estuviera pasando el lastre de una, dos, tres, cien mil
facturas y eso que para ser sincera no es tanto lo que debo.
¡Estoy
segura!
Los
arabescos, dije, me lastimaban los ojos volviéndose destellos saltarines, seguí
su baile con estos ojos secos. De pronto apareció un hilo extendiéndose desde la
ventana de la sala hacia la puerta de mi cuarto, busqué sujetarlo pero se me
escapó, persiguiéndolo con la mirada apelé a demandar que me sostenga pero mi voz
fue tan débil que no llegó a alcanzar fuerza imperativa, creo que más bien
traté de convencerlo para que no se escape, sentí frío. Deseché el pensamiento,
convencida una vez más de que en este mundo no es fácil convencer.
Quería
volver a dormirme más no lo quise del todo, tuve miedo, no aspiré a regalar ni
un segundo, no fuera cosa que se escapen, en mi sueño despierta, los arabescos
danzantes que ya recorrían todas las paredes. Temí se convirtieran en puñales,
como los que sentía clavados en mi espalda, los mismos que me despertaron para
introducirme en el caos inesperado.
Tres
aves me saludaron sorprendidas, mudaban de nido apenas por tres días y para ser
sincera yo quise retenerlos, pegarlos a mi pecho, ¡No te vayas repetí varias
veces dirigiéndome a uno! Pero lo dije hacia adentro, como para que no me
escuchara.
Histórica
manía mía esta de hablar hacia adentro, callar hacia adentrollorarhaciaadentropedirhaciaadentro.
Tan hacia adentro como para que nadie me escuche y de lugar a que se despierten
los fantasmas lejanos que lucen cada día más pálidos, más lúgubres, más
escuálidos, pero con la fuerza capaz como para que sepa que están ahí,
agazapados, acechantes, casi como si fueran tótems de cemento.
Extraña,
absurda oquedad la que me invadió, me sentí tan lejos de mí, como un soy pero
no soy, aunque quiera ser, quiera estar, poder decir lo que siento pero no
existe el interlocutor dispuesto a escuchar lo que no quiere. Y yo anhelo
seguir sobreviviendo a frases que reptan cargadas de cuestiones subjetivas,
letra instalada para quebrar la médula que me mantuvo a veces imperturbable.
En
un esfuerzo ciclópeo, en medio de una génesis de delirio místico me encontré
invocando al poder del Santo Beato del Respiro canonizado por mí en ese
instante de siglos; pero algo conspiró para que mi intención no llegue o acaso
fuera que mi invocación no era producto de fe como debiera.
Quise
agitar a la bendita Señora del Alvéolo, pero estaba tan cerrada en esa mañana
de absurdo desespero, que hasta la sentí debatirse enredada en una bufanda de
piel de conejo. Presagié el cosquilleo del movimiento tenue de un gusano de
seda que equivocó su ruta tomando por caminos de coltán y rubíes salpicados de
sangre negra.
Siguieron
brillando los arabescos entre pared y pared, parecía ir alivianando el peso
sobre la espalda pero no dejó de resonar esta metáfora de muerte que quise
incinerar, pero no pude.
Siguió
su despliegue esa mañana fría, destemplada, avanzó como traté de hacer yo, toda
mi vida, pero ese día con una mueca de sol pálido, sin fuerza, más lejano que
siempre, más adusto, perdió sus cascabeles y aunque quisiera, los puñales me
impidieron que los junte.
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