Grietas “que no me cierran”
por
Alejandro Insaurralde
Grietas
que unen y que dividen.
En septiembre de 2017 un terremoto devastó al Distrito Federal de México
con sacudidas de 7.1 en la escala Richter, 39 edificios derrumbados, cientos de
muertos. Después de aquel sismo devastador ocurrido en 1985, volvió a sacudirse
la tierra azteca, con un pueblo que parece endurecer el cuero con cada
desastre.
Cuando la naturaleza habla es mejor escucharla, y no sólo por los avisos
de alertas, aprovisionamiento y resguardo sanitario, sino por la enseñanza que
deja. De estas experiencias traumáticas los mexicanos recibieron lecciones que
no olvidarán.
Un terremoto no suele durar mucho, apenas minutos, o incluso segundos.
Pero esos pocos instantes de zarandeo, desesperación e incertidumbre parecen
siglos en el espacio temporal de nuestra mente. Imaginemos por un momento: se
ven grietas en las calzadas, edificios que se desmoronan, objetos que vuelan, miedo,
gritos, confusión. Y de esto, los mexicanos aprendieron a sacar lo mejor de
cada uno para solidarizarse con el otro.
En Argentina, desde que fue instalado el concepto de “grieta” para
indicar diferencias ideológicas, hacemos completamente lo opuesto a los
mexicanos: nos dividimos. La política local pasó como un terremoto y no dejó
opinión sin derribar, aplastó el consenso, incineró el diálogo, cercenó
voluntades, separó amistades de años. Lo mismo que haría un terremoto real,
pero en materia ideológica: una enorme grieta partió al país en retóricas y
debates interminables. Y aquello que pudo quedar enclenque y tambaleante, se lo
devoró la grieta y arrasó la credibilidad hacia buena parte de los funcionarios.
Mis disculpas si parece una verdad de Perogrullo pero los mexicanos
reaccionaron de la única forma que se puede cuando se quiere salir de una catástrofe:
uniéndose. Sólo así se concentran energías para un objetivo en común. Los
alemanes y los japoneses lo supieron bien. Tras la Segunda Guerra Mundial ambos
pueblos tocaron un fondo ignominioso, de esos que ponen a prueba el temple, y
vieron que no les quedaba otra que unirse y pegar la patada para salir. En
Argentina, nos pegamos patadas entre nosotros, es un festival de egos en pugna,
un “todos contra todos” digno de un fixture
de liga, te pegan por arriba, por abajo, a veces no se sabe de dónde viene la
patada voladora, pero te llega. Lo más irrisorio es que te pegan incluso aquellos que
comparten tus mismas ideas o vereda política.
Grieta
histórica.
Esta división parece tener sus orígenes en los comienzos mismos del
país, cuando lograda la emancipación de la corona española, empezaron las
luchas internas: Criollos contra europeizados, unitarios contra federales,
conservadores contra socialistas, radicales contra peronistas, todas antinomias
de una misma matriz litigante que no termina de encajar en la maquinaria
republicana. Y hoy, con
un gobierno no alineado en antiguos populismos, vemos cómo reaparecen los desórdenes
típicos de una oposición que nunca quiere ser segunda, sucumbe ante la falta de
poder pero hace sucumbir al que lo ejerce. No es algo nuevo. Hay que reconocer
que cuando no gobierna el peronismo - o
sus derivados – nadie se aburre, hay más acción, aparecen saltimbanquis de todo
tipo, piquetes, tumultos por acá, por allá y los medios no dan abasto de vender
sensacionalismo. El país ingresa en una especie de turismo aventura que en el
peor de los casos - ya lo hemos visto - compromete a la vida democrática.
Entiendo
que muchas medidas económicas tomadas por el gobierno de Mauricio Macri no satisfacen
a todos, y me sumo a ese descontento. Con éstas políticas económicas más
tendientes al liberalismo, es habitual que se responda más rápido a las
demandas de una elite que a las necesidades de los sectores más vulnerables. Si
tal postergación forma parte de una política de desarrollo sustentable lo
sabremos con el tiempo. Pero el malestar existe, y muchos economistas
concuerdan en que dicho malestar se debe a medidas poco atinadas.
Por
otra parte, algo empieza a revolotear desde otro sector cuestionado: la
Justicia, que con “operadores” que manipulan o sin ellos, entusiasma al
ciudadano de a pie. Durante los Kirchner la Justicia se venía en caída libre
por los “carpetazos”, procesamientos interminables, causas encajonadas y jueces
cooptados. Su independencia y eficacia eran una entelequia. Y ahora, un giro
copernicano: se aceleran investigaciones por demás, se vulneran pasos
procesales, y se superan récords de detenidos por semana. Maniobras raras si
las hay, que a juzgar por los resultados agradan a una buena parte de la
sociedad pero que tampoco inspiran credibilidad.
Entre
los gauchos se dice que cuando se arrebata el fuego de un asado, la carne queda
sancochada, es decir, sigue cruda por dentro. Es la sensación que tenemos con
tanto “fuego arrebatado” en la Justicia: varios de los detenidos por corrupción
están otra vez en libertad por falta de méritos. Como se ve, se apuró el fuego
y la carne quedó cruda, no hubo justicia cabal, no se siguieron los
procedimientos adecuados. Y si algo de espectáculo nos faltaba, fue la
aparición de unos cuadernos – a manera de diario o agenda - en los que se
detalla una innumerable lista de cohechos donde la misma ex presidente Cristina
Kirchner quedó comprometida. Estos casos tuvieron un despliegue tal en los
medios, que por algún tiempo la opinión pública estuvo como narcotizada.
Rebrotes
que “nos brotan”.
En
la pasada década, una suerte de culto político se había pergeñado en torno al
gobierno de los Kirchner, donde sus acólitos tenían una adhesión rayana en lo
patológico, muy característico de los seguidores de líderes mesiánicos.
Salpicados por un falso progresismo, reivindicaban todo aquello que consideraban
oprimido o postergado: las minorías sexuales, algunos roles y derechos de la
mujer y los llamados pueblos originarios. Pero si revisamos la historia, la
versión populista vernácula llamada peronismo nunca se interesó por estos ítems,
más bien los ignoraban. ¿Por qué habría de importarle al kirchnerismo, surgido
de la misma matriz populista? La consigna era sumar votos como sea en una
cruzada igualitarista y falsamente inclusiva en concordancia con el marxismo
cultural lanzado sobre toda América latina.
Lo
más destacable de esta religiosidad manifiesta, era volver a avivar la llama
setentista que catapultó a los grupos armados guerrilleros, aquellos “jóvenes
idealistas” subidos al tren de un relato que ponderaba el nacionalismo y
minimizaba sus crímenes.
La
realidad es que a la fecha, tenemos en Argentina un 31% de pobres y eso,
representa el fracaso de todos los gobiernos sin excepción. Así no hay
República viable, toda posibilidad de madurez democrática queda escamoteada con
tantas fisuras sociales.
Argentina pareciera pedir a gritos una catástrofe real para aprender a
soldar grietas. Tal sensación se palpa, nada garantiza que aprendamos algo de
allí, pero la oportunidad estará. ¿Tendremos que esperar un desastre real y de
magnitud para unirnos? ¿Podremos lograr esa unión sin experimentar situaciones
extremas?
La picardía popular se encargó de esbozar ese fulminante anagrama de argentinos - ignorantes, tan revelador que nos pinta de cuerpo
entero. Nunca es tarde para deslegitimarlo, pero… ¿Cuándo nos sobrepondremos a
ese anagrama? Cada tanto se vuelve imperioso repasar los versos del Martín Fierro, donde por falta de unión
“los devoran los de afuera” en un momento donde, curiosamente, no tenemos
ninguna amenaza exterior. Son épocas en que sólo el argentino es enemigo del
argentino, como lo fue antes. México es toda una lección, y si aquí los
kirchneristas, macristas, liberales, socialistas, peronistas, gorilas y otras
tantas novedades separatistas no logran un consenso político y cerramos la
famosa “grieta”, caeremos en ella. Después, será tarde para pedir auxilios
electorales. Sólo habrá desolación y escombros.
No es ilógico pensar también que desde algún ático sombrío de la
corporación política, haya un deliberado manejo por mantenernos divididos, y
toda esta cuestión no sea más que un espectáculo para la tribuna. Nos quieren
“partícipes”, pero deciden todo entre ellos; nos quieren “votantes”, pero no
hay estadistas a quién votar, quieren “transparencia” y celebran oscuros pactos
a plena luz del día. De ser así, hay grietas que no me cierran.
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