lunes, 24 de mayo de 2021

Daniel Gómez-España/Mayo de 2021


 

La iglesia de campo

 

En las aguas del río

se escucha el murmullo

de las ramas que penden sobre las aguas,

verdes y cargadas de flores.

Una cabaña, es eso, con una humilde cruz

en ese campo tan áspero y solitario;

cabaña de maderas modestas

talladas por las manos cristianas.

Y allí en la iglesia está rezando un cura, rural y agreste,

con sus viejas manos nudosas y apretadas,

su rostro lleno de añosos surcos,

y detrás una altiva y  nevada montaña, fría, canosa,

con auras de niebla,

de donde nunca vienen los campesinos a rezar.

El río se retuerce en su lecho,

llevando frescos diamantes derretidos:

así es como brilla ese río, y el párroco

se inclina y bebe del agua de los diamantes destilados.

Sopla el viento, y yo me introduzco en su iglesia,

a la vigilia de la escasa cruz,

allí clavada en el piadoso techo.

Los bancos de madera  recrujen carcomidos

en las tinieblas campesinas y en el altar rudimentario.

Y el párroco está sentado junto a mí,

urdiendo los rezos de sus manos nudosas.

Yo pienso que, juntos, rezaremos mejor,

que las almas de ese pacífico río,

de las piadosas maderas y de la escasa cruz

viajarán hasta mi cuerpo, desde su espíritu.

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