martes, 26 de julio de 2011

Alba Bascou-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2011

REMOVIENDO UN HÁBITO
Mis ideas dan vuelta como en una calesita y cambian y suben a los distintos muñecos que te permiten saltar de un caballo a un elefante y después escalarte a un camello y cuando la música está por detenerse, montarte en la mariposa o en la golondrina porque el picaflor  es demasiado estrecho para mis carnes y bajarme de repente y dejarme estar, sentadita de nuevo, en una hamaca. Allí, me muevo despacio, tratando que mis percepciones, los recuerdos de palabras escuchadas, tengan sentido.
            Como un fantasma, Rosaura se me aparece arengando a la gente sobre las virtudes del auxilio al  desposeído, y manejando en sus fuertes manos un pesado rosario, traído de Roma con las bendiciones del último Papá. Me llamó la atención su fuerza, su razonamiento, su defensa de los pobres y los necesitados hasta del más allá. Siempre buscando la palabra adecuada junto con un golpecito en la espalda. Cuando la encontrábamos en bares y confiterías se enganchaba con el mozo de turno y platicaba tanto que desde la Caja, le llamaban la atención al hombre,  para que siguiera atendiendo otros clientes. Se hacía responsable de ser el nexo con curas sanadores, tercermundistas, algunos reales, otros vaya Ud. a  saber, pero ahí se empezó a descubrir  que el respeto por el otro no era tal, que aquello que criticaba como ser el apropiarse  del otro era pan comido y digerido. Aparecía con ropa traída de las mejores casas de Italia que en épocas de estación la entregaban a ciertas entidades para acercárselas a los pobres. Levantaba las boletas de la casa de una amiga por si ésta se olvidaba y le servía de chofer a toda aquella alma enviada por el señor, que los servidores de él, le mandaban, Puerto Madero, Ezeiza, Aeroparque, Brasil, Perú…Del Buquebús, camino a Uruguay, la saludaban hasta los bagres del Riachuelo y ni qué decirte en las aduanas, llámese la de Roma, Uruguay, Porto Alegre, Perú. Eso sí, siempre con una sonrisa, perseguida de un ensanche de ella o una carcajada sonora. En los momentos que colaboraba con  las mudanzas, siempre tenía a disposición un servicio de camioneros que no eran del sindicato –simples súbditos- que acudían a recoger todo los que aquéllos donaban  a los menesterosos. Que entregaban confiadamente
        Y pasaron los años. Y un día, su cuerpo empezó a macerarse, y aparecieron  los padecimientos  de tiempos vividos. La palabra  había empezado a transformarse. Esta sólo resultaba una metáfora. La palabra había quedado detenida y hacía circunferencias por el aire, y los palitos de las ues y de las oes  hacían cosquillas en las caras de muchos mientras los puntitos de las íes, daban cabezazos. 
Descubrir que la beatitud manifiesta no había sido real, que detrás de la mayoría de los actos  el interés era su mejor  socio, fue un sacudón y un momento. Algo parecido a un ataque de epilepsia. Desde la ropa- que no era de Roma para los pobres sino de geriátricos adonde conducían a gente que confiaba en ella-  del manejo del dinero de otros, hasta el desconocimiento de diferenciar la existencia de victimas y victimarios de integrantes de la terrible dictadura dentro de su habitat, y asesoramiento a gente para que las deudas se hicieran efectivas con pagadioses  perennes,  fue un relámpago, más allá de ventas- de muebles , cuadros y cuanto la imaginación crea-  de donaciones recibidas.
       No lo soporté, Tantos años de confianza traicionada se citaban en mis ideas como programas de televisión. Encaramada en el auto, en la puerta del convento, la esperé una tardecita cuando se levantaba de la siesta e iba a convencer a algunos vecinos de las bondades de la ayuda al prójimo, y allí, nomás, de frente le arranqué el habito ya que cápelo no usaba. La dejé desnuda en la calle para que se mostrara tal como realmente era. No sé si lo entendió y si los moradores del lugar, después de agarrarse la cabeza y dar gritos llamando a los representantes del orden pero no pensadores del mismo, me empezaron a correr gritándome cualquier cantidad de insultos de los que no quedó eximida mi buena madre…
Me detuve, acosada también por ellos. Injuriada.
Y  plantada frente a todos vociferé: esa sos vos, no la que nos vendés, desnudá  también  lo que  llamás espíritu, ética… Contáles a todos quién sos.
La gente se paralizó.
Rosaura no bajó la cabeza. Como una buena bailarina hizo un giro en el aire y quedó de rodillas. Inclinó la cabeza pidiéndole a su Señor perdón. Los otros quedaron mudos.
Fue un instante. De un salto se levantó, abrió los brazos y gritó “un perdónalos señor, ellos no saben lo que hacen”.
        Ante su Dios y ante la gente estafada, sonrió como desde los diecinueve años se lo habían repetido, leal a la “obediencia debida” que  metaformosea  a los hombres o mujeres en esclavos de falsas, simuladas y afectadas mentiras.
            Subida al auto, dolorida, contemplé  al gentío que como estatuas de sal, petrificadas quedaban detenidas en la calle como una pintura goyesca,
         El aullido del motor de mi auto, se sumó automáticamente a mis sollozos. Puse primera y me fui, dejando atrás esa escena fellinesca
Mientras, la  voz acompasada de  la empleada del kiosco de la esquina, gritaba “es palabra de Dios, te alabamos señor” y estallaba en una carcajada.

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