lunes, 21 de noviembre de 2011

Loreto Silva-Chile/Noviembre de 2011

Signos

A la hora en que el sol recién se levanta el cuerpo de la arúspice se recorta contra el fondo del altar, extasiada ante el fuego un sino dramático hiere su rostro. Ausculta los sacrificios, revisando vísceras que una y otra vez repiten el mismo mensaje. Frente al templo el pueblo intranquilo espera noticias de la suerte de Pompeya, los días previos tembló con frecuencia, esa mañana se ha levantado viento que sopla desde el Vesubio cuando siempre lo hace en dirección contraria, estos hechos le hacen temer una tragedia mayor.
Cubierta con un manto la sacerdotisa camina por la ciudad aún a media luz, avanza al palacio del patricio Julio, analiza la circunstancia ya que desde su asunción los nobles se han alejado de los servicios religiosos y si bien no impiden a la plebe sus ritos, desoyen los augurios, menosprecian a los sacerdotes y restan a los dioses la importancia antes conferida. Se hace anunciar mientras camina ágil por los pasillos hasta divisar al noble: _Mi Señor, traigo graves noticias referidos a Pompeya. -El hombre se ve agostado, arrugas profundas surcan su rostro, sin embargo su voz es potente y dominante al hablar: _¿La ciudadana Claudia visita a su señor? -Ella descubre la tiara que la señala en su calidad de servidora del templo: _No, mi Señor, es la sacerdotisa, trae importantes mensajes, signos que han sido leídos hace poco en el templo de Zeus. Él no oculta su molestia ante la respuesta: _¿Y qué podría ser tan grave e importante para que, Claudia, se dignase a visitar a este patricio? -Ella agrega: _Los designios de las deidades han sido cada vez más malignos. Ni los sueños más tenebrosos podrían augurar tanto mal a la Magnífica.
_ ¿Ah sí? y ¿qué futuro presagian tus dioses? -Claudia ignora el sonsonete de esta frase, respondiendo: _ Pronto, muy pronto, seremos atacados por la furia del Vesubio, primero un terremoto, luego cenizas nos cubrirán, cuantos estén en la ciudad perecerán asfixiados bajo varios metros de materias horribles que la sepultarán por cientos de años -la mujer se descontrola y suplica: _¡mi Señor debes ordenar la huida, la única forma de salvar con vida será marcharse de aquí lo antes posible! -Julio, pensativo, se levanta de su sillón, camina lento en torno a la mujer que parece estar visualizando lo mencionado.
_¡Dramas! ¡Tragedias! ¿Eso me traes? ¿Crees que atenderé las caprichosas señales interpretadas por una arúspice? ¿Por qué los dioses me habrían de comunicar algo tan importante por tu intermedio? ¿Dónde están los otros sacerdotes que como tú comparten el don de “leer signos en tripas”? -dice esto último con desdén.
_No lo sé, sin embargo los mensajes nunca han sido tan claros, cumplo con informarte, eres tú quien debe salvar al pueblo. -Claudia le sostiene la mirada, Julio pregunta: _¿Qué saben ellos? -nervioso se pasea frotándose las manos, se detiene frente a ella: _Nada, he venido directo a avisarte. -Julio sigue moviéndose y responde: _Sería causa de burla ante Roma si huyésemos: ni siquiera el terremoto ocurrido dos decenios atrás pudo con nuestro temple. ¿Miedo a la furia del Vesubio?, declarado extinto por sabios -En un último intento de convencerlo lo interrumpe: _No discuto eso mi Señor, pero los signos indican con claridad... -y a su vez la interrumpe Julio. _Signos, signos, -hizo un gesto reconviniéndola: _ ts, ts, ts, no sigas por ahí mujer. Te ordeno salir de aquí y no decir palabra. ¡A nadie! ¿Entiendes? ¡A nadie! ¡Guardia!
Claudia lleva la vista extraviada al llegar a su hogar, busca a su esposo con quien cruza una mirada que no requirió mayores palabras, luego va a uno de los carros sube a sus hijos más pequeños y ordena a todos que la sigan. Al salir de Pompeya el sol se ha levantado. Los vecinos que están en la calle y la guardia, que aún la vigila, los miran hasta que cuesta abajo se pierden en el horizonte.
A mediodía un terremoto los conmociona, la vista de los habitantes se dirige al Vesubio, éste no exhala ni una bocanada; Julio, por un instante, recuerda los dichos de Claudia desechándolos sin más y se dedica a revisar las edificaciones para determinar los daños. Pierde la noción del tiempo hasta que algo le causa extrañeza; el ruido ensordecedor que acompañó al terremoto y el pánico de la gente ha dado paso al sonido sibilante del viento que aumenta su fuerza. ¿Dónde está la gente?, ¿los gritos del mercado?, ¿los movimientos de los carros sobre las calles empedradas?
_ Mi señor, tal como ordenaste, la acompañamos hasta las puertas de salida... -el soldado titubeó: _ ahí tomó su tiara y la lanzó bajo las ruedas del carruaje -Julio palideció incrédulo, agregó el soldado: _ Además Señor, debes saber que... la gente huye mi Señor, se enteró que ella se fue y comenzó a huir, quienes dudaban la han seguido después del terremoto, la ciudad casi está abandonada. -Julio enfurecido grita: _ ¡Cobardes! Un terremoto los asusta de tal forma que huyen como estampida. No importa, nosotros protegeremos a Pompeya. ¡Soldado! _¿Cuántos ciudadanos quedamos?
_ Los patricios y soldados, mi Señor, cerca de dos mil personas.
_ Más de ocho mil se han ido, ¡no importa!, ¡no importa!, cuando regresen les cobraremos en oro su entrada, ¡volver a la Magnífica será un privilegio para esos bastardos! Cierren las puertas, prepárense a protegerla, nadie ingresará o saldrá sin mi autorización.
Desde una colina muchos pompeyanos vieron a la distancia como el Vesubio en forma inesperada explotó, sobre él una nube gigantesca subió al cielo cubriendo el sol; recién ahora que decantó, en un radio de unos diez kilómetros, se entrevé que por sus laderas bajan ríos de lava encendida y materiales calcinados, que, como dijo Julio: “no están en dirección a Pompeya”; sin embargo el insólito vendaval llevó las cenizas y gases hacia ella. El pueblo vio con estupor como fue arrasada, nadie pudo salir de allí, pasaron las horas y aún en ese tercer día contado desde la tragedia, muchos de ellos siguen estáticos, observando. Claudia tiene la mirada perdida, su esposo la tranquiliza mientras ven en lontananza brasas incandescentes indicando el lugar donde existió la magnífica Pompeya.

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