Graciela María Casartelli-Provincia de Córdoba, Argentina/Diciembre de 2011

Un leve rocío

No quisimos despedirnos.
Cuál sería el sentido…

Si se trató de algo exiguo que prevaleció como un  pequeño infinito. No obstante, muy nuestro. Y, que seguiría habitándome, más allá de los pasos; atravesando calles y esquinas cruzadas.

No nos importaba andar descalzos en las veredas hirvientes del verano; o a través de los senderillos blancos de las mañanas heladas.

Sólo era vernos,  o intercambiar un saludo de primera hora.

Cualquier medio era apto; aunque sólo fuera para contemplar unos segundos, los semblantes tempraneros, que apuraban tiesos en la  prisa  por llegar al lugar de trabajo.

Era esperar una llamada; oír nuestras voces.

Imaginarnos el aspecto del otro en la distancia.

No prometimos mirarnos en espejo; tampoco un mismo techo sobre nuestras cabezas.

Era sólo el tejado amparando una cena; una charla entre dos asientos muy cercanos.

Una conversación nutrida y colmada de sonrisas espontáneas.

Sólo valía el roce de los dedos o las mejillas juntas, en el beso del encuentro; que en tantos días consecutivos abrumó el calendario otorgado para nuestro coincidir.

¿Cabría expresar un “adiós”, si existiría un “hasta siempre”; en madrugadas que honraban  soles atrevidos y lunas apagadas?

En las copas vacías y velas, que quemaban su último tramo preso del candil…

¿Fue el hado de la luna oculta en las primeras luces de la mañana, el responsable del adiós que nunca pronunciarían nuestras bocas?

Fue la lluvia, la que arrastró los pasos caminados en concierto y las sonrisas encontradas…En las miradas que no se escapaban de los rostros enfrentados…

Fue el adiós jamás pronunciado, que se escarchó en un fangal escondido entre la llovizna silenciosa…

Los años juegan a los dados con las ilusiones surgentes a modo de regalos pensados en la sorpresa; en la mirada que se conforma con una mísera aprobación del otro. Que, estando cerca, siempre, en realidad, sólo  se está despidiendo.