lunes, 19 de marzo de 2012

Alba Bascou-Buenos Aires, Argentina/Marzo de 2012


ESTACIÓN FINAL
            Flora lo había visto, así de reojo, cuando llevaba a su hija a la escuela. La sonrisa dentro de esa cara blanca, llena de pecas, y esos rulos colorados se le movían entre los pensamientos como llamándola. En los días sucesivos, lo observó sentado en la misma mesa del bar, a través de la vidriera. A la semana siguiente, ante tanto cruce de miradas, ya la saludaba con la mano.
            En menos de un mes, él se paró en la puerta del cafetín  y le dirigió la palabra. Con su corazón todavía arrugado por la pérdida de quien había estado enamorada, Flora se detuvo y repentinamente, sin explicarse cómo, empezó la conversación.
Al poco tiempo,  Ricardo estaba como enloquecido por esa mujer de piel canelas con acento y picardía misionera, que de repente le traía luz y alegría a su vida. Y lkos días no fueron tantos hasta que él se instaló en el coqueto departamento de Flora, donde ella iba enterrando poco a poco los viejos  recuerdos…Plantarse frente a la realidad no era fácil como tampoco llevar el peso de la soledad y la tristeza del engaño. De allí que a lo felino, dio el salto hacia la vida y dejó atrás un envoltorio de sueños y alegrías como si no fueran de ella. Y encogiéndose de hombros –a lo que me importa- esuchó más las palabras de su cuerpo que las del adentro. Por meses y años las luces continuaron encendidas con algunos cortocircuitos que explotaban ante distintas posturas de los dos, frente a la subsistencia. Ella volvía cansada del trabajo y  Ricardo la esperaba con la cena preparada pegado a la transmisión de un partido de fútbol, atendiéndola., sirviéndola cual un simple asistente. Allí, algo le revoloteaba a Flora en su cabeza. Había aprendido que los trabajos se acompañan, y en su ahora, se veía como el campesino del cuadro de Rivera, cargando sobre su espalda una bolsa amarronada y pesada por el relleno de las obligaciones.
Se había dado un cambio de roles. Ella rabajaba afuera y Ricardo se había puesto el gorro de cocinero, tomado el pincel para cambiarles el color a las paredes, el fratacho para cambiar los pisos o abrir una nueva ventana. Aquélla que les hacía falta pero no dejó pasar la luz.
Las diferencias fueron en aumento. Flora a esa altura, llegaba pasadas las horas de la medianoche de sus encuentros con sus compañeros de trabajo, con algunas copas de más en nombre de la Santa Indepencia.

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