Dulce salida
Volví apesadumbrado sobre mis pasos, crucé el paso a nivel en sentido
contrario al que lo habíamos transpuesto
hacía un rato nomás, cuando volvíamos de tomar el café y casi al borde de la
tristeza me paré al azar frente al negocio. En forma imperceptible, de a poco,
me cambiaba el humor. Tanta exuberancia me concentró la atención. Y me quedé un
rato ahí, extasiado frente al escaparate. No había más lugar en la vidriera
para exhibir tantas joyas. La mayoría de lo expuesto era carne de cerdo.
Allí lucían, de izquierda a derecha, las costillitas del animal, esas que
son tan ricas a la parrilla con puré de calabaza, con ese toque de color
naranja tenue, que lo hace más bonito inclusive.
Justo al lado, el carré con ese
pequeño borde de grasa pura tan apetecible para combinarlo con ciruelas, una
delicia, recuerdo que me decías, cada vez que lo preparabamos.
Un poco mas allá estaba el Pechito,
tan primoroso él, permiso señora, disculpe que la moleste, quiero verlo bien,
al Pechito digo, gracias. Lo miro bien, y lo imagino. Al horno, con sal gruesa,
con chimichurri y jugo de limón. De
medio limón, decías.
Desvío mi mirada un poco más allá
donde hay una fuente llena de trozos y me los imagino en un un palito de
brochette, espolvoreados con dientes de ajo machacados y pimentón, alternando
con trozos de pimientos y cebollas previamente salteados.
Finalmente lo miro de frente. No
puedo quedarme aquí para siempre. Clavo la mirada en esos ojos tan perdidos en
que sabe uno qué horizonte de basura. La cabecita de chancho. Tan deseada por
quienes gustan de tener paciencia para sacarle el mayor provecho a la
naturaleza animal.
Pero, como todo lo bueno desaparece,
me alejo despacio, de a poco, como con ganas de no irme más de ese lugar. A mis
espaldas las luces titilantes del "Emporio del Cerdo", se van
apagando de a poco. Como las cosas buenas. Y deliciosas. Como nuestra relación,
hasta hace un rato nomás, luego de que cruzaramos la barrera de Lacroze y me
dijeras que no querías verme más, por ahora. Que ya veríamos lo que nos pasaba
a cada uno.
Ya veremos que nos pasa, me repetí
ya en casa, mientras destapaba la
Heinekken bien helada, dispuesto a disfrutar los sabores
profundos del delicioso pechito de cerdo preparado al limón mientras me
acordaba de lo que dijo El Quijote: Confía en el tiempo. Suele dar dulces
salidas a muchas amargas dificultades.
Raúl así como lo cuentas,con todos los detalles, es una tentación. Se saborea exquisito.
ResponderEliminarBuena idea esa cena para aplacar la melancolía que te dio la tarde.
El Quijote es muy sabio, y el sol siempre vuelve a salir.
Muy bueno tu cuento
beso josefina
Me gusta . Ahí nomás todo puesto
ResponderEliminara la parrilla. La carne, la grasa,
y todos los condimentos y la
cerveza helada que apague y calme.
Un abrazo,
Deb
Raúl: como siempre el ingenio prevalece en tus cuentos.
ResponderEliminarFelicitaciones, un abrazo, Laura B.Chiesa.