(ENTRE
PARÉNTESIS)
Nos seguíamos viendo a pesar de la separación.
Siempre nos seguíamos viendo.Para Pascua de Resurrección, un Primero de
Mayo,-recordando a Sacco y Vanzetti-, o un 29 de julio junto a una enorme
fogata que encontrábamos en algún barrio de Buenos Aires. Sabíamos que para San
Juan y San Pedro íbamos a estar junto al fuego, asando nuestra batata al
rescoldo o disputándonos el chorizo más cocido.Como también, que ante
determinados sucesos políticos, uno u otro se comunicaba.
Había quedado simplemente un vínculo.
Lo que desconocíamos es que a
mí, de repente, me iban a entrar una ganas locas –como un borbotón de ansiedad
después de tantos años- por verte más seguido.Y te llamaba por teléfono, y
estabas como entonces. Telefónicamente. Cuando te encontraba crecía una valla
de piedra, intraspasable.Ni mis tomadas de los hombros o mis besos húmedos
cercanos a tu boca, te conmovían. Sólo la mirada, o a veces un dejáte de
joder-querés- surgía. Pero, esa noche, después de tanto tiempo que no te veía, o si te encontraba era como distinto, como un
de lejos porque te quedabas en otra dimensión o se interponían los conocidos,
junté fuerzas y partí. Al tocar el timbre, los viejos recuerdos me invadieron.
El laurel florecido, la flor del romero, las plantas, y esa sensación de
calidez que desde tanto meses no respiraba.Tu asombro y mi abrazo. Consistente
como el grito de lucha de un guerrero. Vivo.
El regreso en el tiempo. Después,
hasta un más acá, más armónico, chispeante, divertido. El gato FrItz
apareció en el video que parecía estar esperándome. Mi nerviosismo ante esos dibujitos eróticos o
como se llamaran fue en aumento.No me interesaba el
juego intelectual y el averiguar si era un panfleto
contrarevolucionario. Las escenas de la gatita con el chancho o de todos los
bicharracos en la bañadera me iban poniendo incómodo, mientras vos te reías a
carcajadas.Como no pude más, atiné a decir qué plomo.Me observaste con
picardía, con la habitual para decirme qué querés ver a Sofovich o a Tinelli.
Sí, te contesté. Hay un tipo que rompe barras de hielo. ¡Qué grande! Y para qué
sirve! ¿Para demostrar que son más machos? Las minas no cortamos el hielo, lo
derretimos. .. Y te reíste. Está bien, es una gansada, agregué con fastidio. No
apreciás las cosas simples. Seguro de
que si ves al otro tipo que hace música con un corcho, también salís con alguna
de las tuyas, agregué. Para nada, sabés que pienso que todos tenemos la
posibilidad de hacer arte en la medida que nos lo permitamos. Entonces, la corté porque ya nos poníamos serios.
La cena con luz de velas anaranjadas . No pude menos
que acariciarte con mi pensamiento, desde el pelo que te había crecido tanto,
hasta los hombros, que era todo lo que divisaba desde mi postura.El resto, lo
imaginé leyéndote los ojos.Cuántas veces cerraba los míos y me aparecían los
tuyos, llorantes, sonrientes, quejumbrosos, alegres, cristalinos, amantes…
El café a la turca y la maldita borra raspándome la
gargante. La hora de regreso. Me alcanzarás hasta la terminal deChacarita…dije.
Podrá ser, como contestación y la sonrisa. Instalado en el auto le pedía a Cristo que arrancara como en otras
circunstancias. Nos reímos. Parecía que los años hubieran retrocedido.Te llevé
abrazada mientras manejabas como un no queriendo perderte.Después de todo, por
qué tenemos que repensar a quienes tienen nuestro propio código. Es tan difícil
encontrarse y uno es tan idiota que a
veces lo deja pasar sin darse cuenta, hasta que chau, se te hace la luz cuando
generalmente es tarde.Tomamos la avenida a toda máquina. Casi cruzás un semáforo colorado y ante mi
exclamación, la frenada, junto con la risa y el nostágico ¿te acordás? Mezclado
con el olor bien porteño a barrios de
Buenos Aires. ¡Qué sustos me hacías dar! Eras impredecible.Nunca reconocía qué
ibas a decir frente a la gente o ante las situaciones.Pienso que a veces te
frenaban mis miradas implorantes o furiosas. De las tuyas, se escapaba un
destello desafiante, así como si dijeras a qué no te animás. Viste, si no sos
un Asencio Padilla. Ni un Ladislao Gutiérrez.
¡Qué jodida! Y allí, me enroscaba en mi bronca y en mi comodidad o en mi
inseguridad.Bah…en algo.
¿Qué pasa? ¿Ratea?
Dále, te empujo. ¿No me digas? ¿Monseñor
es capaz de ir arrastrándome el auto por la Avenida Forest hasta la estación de servicio? Sabés qué
sucede, me doy cuenta que olvidé de
cargarle nafta. Y allí, las carcajadas de los dos estallaron como campanazos.
Llegamos hasta la primera YPF.Yo colorado y extenuado.
Ella radiante. Salimos.
Me dejó en la terminal del Lacroze. Como le había pedido. En la parada
del 162. La besé tiernamente. Hasta
luego, mi amor, pude decirle y cerré la puerta del auto. Ella, sonrió. Desde
dentro, su mano y su bocina emitían los juegos de costumbre. Alguna persona
daba vuelta la cabeza ante tantos sonidos.
Hacía frío. Ahora tenía más. Me cobijé en los
recuerdos de ese día. Llegué hasta el portón principal de una vieja
madera.Después de siete vueltas de llave, lo abrí. Encendí la luz del altar mayor. El Cristo del Madero pareció mover una mano diciéndome qué
tal, mientras me guiñaba un ojo.La Virgen María esquivó mi mirada pero San
Pantaleón, médico y mártir, me sonreía y la comprensiva de Santa Isabel,
aplaudía.Frotándome las manos, atiné a salir por la puertita del costado y
penetré en el patio, dejando todo iluminado. Subí las escaleras rumbo a mi
habitación. Me desplomé en la cama.Después me incorporé y disqué su número.
-¿Llegaste bien, mi vida?
Apoyé la cabeza en la almohada finita con aroma a
lavanda, para que las cervicales se distendieran y me sentí plenamente feliz de ser Adán y seguir
viviendo en el Paraiso.
Cerré los ojos porque me
invadía el sueño y no pude menos que recordar que después de todo, María
Magdalena había sido la más amada del Señor.
Alba:qué lindo¡ me hicise acordar momentos de mi vida...volé al pasado y volví al presente.Siempre hay un signo que une a ambos como por ejemplo:justamente hoy recogí lavanda y la puse en una bolsita deebajo de mi almohada.Te mando un beso,es un placer leer lo que nos regalás.Doris.
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