miércoles, 23 de mayo de 2012

Nina Pedrini-Buenos Aires, Argentina/Mayo de 2012


Breve historia de soñados sueños

Cuando los hombres descubrieron el fuego, no supieron, hasta mucho tiempo después del hallazgo, que podían soñar.
Tampoco sabían qué era soñar, se dieron cuenta que, durante las reuniones nocturnas alrededor del fuego, luego de compartir el calor y la luz y, ciertamente por la influencia de ello, quedaban fuera de la realidad.
Todo lo que sucedía era ajeno a su vida cotidiana, al despertar, no recordaban qué y cuánto habían experimentado en esas extrañas circunstancias.
No todos soñaban, los ancianos bajaban sus cabezas, cerraban los ojos y se perdían en la oscuridad precursora de la muerte.
Los jóvenes esperaban que los viejos se durmieran  e iniciaban un cortejo sigiloso con las muchachas asistentes a la reunión. Así, entre el fuego central y los fuegos amorosos, derrochaban sus energías, caían dormidos pero no soñaban, tal como los viejos.
Los niños, como siempre ocurre, eran vencidos por la inconsciencia de dormir cuando la lumbre era ceniza. Ellos penetraban en los espacios que no ocupaban los mayores, intercambiaban sueños, viajaban por espacios desconocidos hasta que llegaban a un círculo y se ubicaban dentro de él. No tanto por saber si no por intuir, concluyeron que habían llegado al sueño del amo de  los sueños de los hombres.
Allí conocieron a la imaginación, a la creatividad, al Señor del ingenio, descubrieron al descubrimiento, quedaron extasiados con las tecnologías que no comprendieron porque aun no estaban en condiciones de hacerlo.
Algunos utilizaron esas relaciones para dejar  de soñar, despertaron y pusieron manos a las obras.
No todos pudieron vivir en armonía después de despertar. Cada uno interpretó sus sueños, surgieron los enfrentamientos, se diversificaron las lenguas, fue trabajoso entenderse, a menudo, imposible.
Pero como soñar no cuesta nada y rinde sus frutos, muchos de aquellos niños, ya hombres, continuaron soñando con los sueños de otros hombres. Por ejemplo: Don Isaac, debajo del manzano, ovillaba y desovillaba sus sesos tratando de saber por qué las cosas caen para abajo y no hacia arriba. Resultado: todo cae al suelo por efecto de la gravedad, palabra que el soñador soñó para explicar algo inexplicable.
El señor Arquímedes tuvo que someterse a un reconfortable baño de inmersión para explicarse la razón por la cual objetos pesados como un barco, flotaban sobre las aguas como lo hacía una pluma. Cuando lo logró, su grito triunfal, “EUREKA!” todavía suena  y resuena en los sueños de los sueños de los hoy conocidos como científicos, delirantes o locos lindos.
Muchos sueños han quedado en el espacio de lo desconocido, en estado latente.
Se sabe que los hombres son soñadores incorregibles, que continuarán traspasándolo, a veces para bien, otras para complicarnos la vida.
Sí, la vida es sueño. ¡En hora buena!

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