En una tarde de anunciado invierno
Del
poemario inédito «Andares»
En esta tarde de sol, donde han anunciado un frío
que yo espero y que no llega, me incomoda tu ausencia. Me molesta tu promesa de
encontrarnos y sin embargo no estás. Levantaste vuelo desde hace muchos días.
Noches e insomnios se amontonan junto a mi ventana, por donde miro esperando tu
llegada… pero sigue tu ausencia como acto de presencia.
Me incomodo conmigo mismo, me siento tan débil
ante ti, que me es-panta el silencio que me cubre. Es por eso que voy de la
cama al sillón, encendiendo cuanto aparato me rodea. Necesito escuchar voces,
ruidos, pasos y trotes. Pero mis oídos han quedado sordos al mundo exterior
donde tú no estés… Todo es tu culpa y yo sigo defendiéndote en el púlpito de
los domingos, donde muchos piden las explicaciones.
Y es que acá, en mi tierra, aun cuando no llueve
se moja, porque es una tierra cansada; tan cansada como la tuya.
La tierra se
va cansando, la rosa no huele a rosa. La tierra se va cansando de entibiar
semillas rotas, y el cansando de la tierra sube en la flor que deshoja el
viento… Y allí, en el viento se queda…
Como me quedo yo también, cuando dejo que mis
ojos recorran el horizonte, esperando encontrarse con los tuyos, pero tu
escondite es sagrado, va más allá de profanar las tumbas y la ermita donde reza
el sagrado corazón. Intento escribir y desde tu huida es imposible juntar las
palabras y las frases, que antes me regalabas a borbotones.
Ahora de espalda a la noche espero ansioso un
rayo de luz que destroce el cristal de la ventana, que haga añicos la inquietud
que me revuelve en esta oscuridad sin ti.
[…] Guardé la
luz y se extinguió en lo obscuro: Noche la de tu amor… ¡Y sin auroras…!
Pero es que tampoco tengo el alba que antes
amparaba la ilusión de nuestro encuentro, cuando llegabas a hurtadillas para no
molestar ―decías―, a los otros guardianes que merodeaban su turno. Pero también
ellos se fueron, motivados por ti estoy seguro… porque mi voz quedó en el eco,
perforando la distancia del olvido y ahora no sé dónde me encuentro, ni qué
soy… ni qué seré.
Si yo no
hubiera sido… ¿qué sería en mi lugar? ¿Más lirios o más rosas? O chorros de
agua o gris de serranía o pedazos de niebla o mudas rocas.
No lo sé, ni quiero saber nada mientras no
aparezca de nuevo tu rostro usurpando el mío en el espejo, como hacías antes,
cuando llegaba fresca la mañana y el olor a lirios perfumaba mis dedos prestos
a tomar tu dictado. Parecía un niño que feliz inauguraba su juguete de Reyes…
¿Cómo pudiste?
El mundo me
fue ancho o me fue estrecho. La palabra no se me oyó o no la dije. Ahora voy caminando hacia el
polvo, hacia el fin, por una recta que es ciertamente la distancia más corta
entre dos puntos negros.
¿Y qué se supone que haga entonces?... ¡Ah ya
sé!, me echaré a la mar para que las olas jueguen a ahogarme y ellas ganen la
partida y mi cuerpo flote y en resaca llegue hasta lejanas orillas, donde un
día tú y yo vimos el sol por vez primera. No me importa que blasfemen contra ti
por haberme abandonado. ¡Lo mereces!
Tú eres un espejismo en mi vía. Tú eres una mentira de agua y sombra en el
desierto. Te miran mis ojos y no creen en ti.
¡Ya qué me importa!... Ahora soy yo el espectro que divaga nauseabundo
buscando el refugio de tu aurora, llevando mis olores hasta la peste, donde
reza mi materia destrozada. Ahora quizás estemos en igualdad de condiciones, en
un tú a tú que nos revive el aliento…
No fue nunca. Lo pensaste quizás porque la luna roja bañó el cielo de
sangre o por la mariposa clavada en el muestrario de cristal.
Sí, sí fue. Tu encuentro y el mío fueron reales, tan reales como que un día
llegará mi muerte, y mi verso surgió porque el tuyo ya existía, ya llenaba mi
cabeza de imágenes, haciéndome soñar con mil amores, diciéndome al oído secretos
de poetas. Sembrando en mi tierra infértil semilla de ilusiones. No importa que
hoy rece tu ausencia cuando más te necesite, pero sabes que vives en mí y
revuelves mis ansias en las letras del poema no escrito… tu voz me llega en
madrugada fresca como el río que atraviesa viejos mares, convirtiendo la sal en
el dulce que por nombre llevas.
Como ya sabes no puedo olvidarte, y menos dejar de amarte. Aunque en
tiempos diferentes y distantes, mi poesía es tuya y la tuya me la quedo, desde
el momento en que mis manos se sintieron atrapadas por la tuyas, y tu voz en
sueños me recitó estos versos:
Si me
quieres, quiéreme entera, no por zonas de luz o sombra… Si me quieres, quiéreme
negra y blanca. Y gris, y verde, y rubia, y morena… Quiéreme día, quiéreme
noche… ¡Y madrugada en la ventana abierta! Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda… O no me quieras!
Homenaje
a Dulce María Loynaz
Querido amigo, que bello homenaje!
ResponderEliminarAbrazo gigante!