La biblioteca
En la casa de mi
infancia, en Barracas, la biblioteca era gigante, más allá de la exagerada
dimensión que tienen las cosas ante los ojos de una niña, ahora mismo, estoy
segura que mis padres coincidirían con mi recuerdo.
Era una biblioteca
fuerte, maciza, imponente, de roble. Ocupaba una pared entera en la habitación
de mis viejos.
Ahora, con un dejo de
sabiduría china del Feng shui, aportado por mi hermana mayor, creo que no era
una mera casualidad que se situara en ese espacio físico de la casa…
Curiosamente el
conflicto pos- separación sobre quién se quedaría con la biblioteca, merecería
un capítulo aparte.
Volviendo a la imagen
tomada por la pueril concepción del mundo propia de mis seis o siete años, ir a
buscar un libro a aquella biblioteca era ir a dar un paseo por los estantes
dedicados a filósofos contemporáneos como Foucault o Nietzsche y terminar
agachada entre tomos gordos de la mitología griega, o en puntitas de pie para
llegar a Paulo Freire, o Jean Piaget, autor que le fue prohibido citar a mi
mamá cuando daba clases en el magisterio de la Escuela Normal de
San Rafael, allá por los oscuros tiempos de la última dictadura militar.
Muchos nombres para mi corta edad, poca memoria para
mi tardía juventud…
Al final, no sè qué
fue de aquella biblioteca, unos años después de que mi viejo se fuera, no la vi
más.
Los libros siguen sanitos y muy leídos los propios y los que se fueron sumando. Algunos los llevo encima. No recuerdo pelea alguna por esos libros. Teníamos temáticas distintas con tu madre. No obstante ello, la mitología griega te gustaba y leíste bastante de filosofía, algunos de ellos, sin date cuenta, lo llevás encima también. Pocho
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