Plaza de la Vida
Terminé
de leer Madame Bovary, cuando las primeras estrellas asomaban por el oriente y
quedé pensando si, en verdad, era un personaje todo ficción o si en realidad
había existido esa joven provinciana a la que el aburrimiento la había llevado
a una desordenada lectura de cuanto libro estuviera a su alcance y
luego, quizás por otros motivos, o tal vez los mismos, al suicidio.
Indecisa,
para ventilar un poco mis pensamientos y despojarme del protagonismo que
siempre comparto con los personajes sufrientes de mis lecturas, resolví salir a
caminar la incipiente noche. Tomé por Ugarte hacia la Avenida Maipú. Miré
la hora, las siete y cuarenta y cinco; no tenía mucho tiempo.
Los
negocios comenzaban a cerrar sus puertas. Poco a poco comerciantes y empleados, amén de otros transeúntes, se
retiraban dejando las calles con un tránsito muy escaso.
Los
colectivos espaciaban su frecuencia. El aire fresco y húmedo comenzó a
atraparme.
A
punto de regresar, tropecé con la abierta sonrisa de una reja. Nunca había
reparado en ella. Unos pasos adentro, un cartel con el nombre “Plaza de la Vida”. Recordé que allí funcionaba un depósito de
chatarra de la ex ENTEL. La
curiosidad pudo más que la prudencia y sin darme cuenta ya estaba adentro.
Caminé el angosto sendero bordeado de árboles. A ambos lados algunos “bancos de
plaza” y mesas. Al fondo, juegos para niños. Por entre la copa de los árboles
asomaba una luna en creciente. Me senté un poco alejada, debajo de un árbol.
Inmersa en la placidez de esa noche, dejé volar mis pensamientos hasta donde
ellos quisieran ponerles límite.
El
chirrido de la reja me volvió a la realidad. El cuidador se retiró y yo quedé
encerrada. Me dispuse a correr para detenerlo, pero algo me impedía caminar
hacia delante. Quedé inmóvil mirando como se alejaba.
De
pronto, un susurro apenas audible acompañado de pasos en el aire, se detuvo
detrás de mí. Esa cosa se apoyó en mis hombros y desplegando una enorme y
blanca capa me atrajo hacia sí. Densas nubes comenzaron a cubrir la luna y un
fuerte viento desató las hojas de los árboles que huían aterradas, sus ramas
desnudas eran pequeños fantasmas que se acomodaban en fila. En absoluto
silencio, esperaban.
Las
palabras salían de mi boca, pero yo no las pronunciaba. “¿Por qué quieres saber
de mí? ¿Hasta cuando importunarán mi
descanso, pecadores hipócritas, que esconden sus vergüenzas tras el brillante
barniz de la fidelidad? Yo libré mi propia batalla. ¿Acaso no pagué ya el
precio? ¿Qué verdad es la que buscan?” Esta
arenga fue interrumpida por el fulgor de un relámpago que iluminó la escena.
La luz de la linterna me encandiló. Con voz
soñolienta, el cuidador me indicaba la salida. “Vamos niña, que ya es hora de
cerrar”.
Por
la calle solitaria caminé el regreso. La verdad quedó en un banco de la plaza.
Bonito cuento Lilia
ResponderEliminarLuis Siburu
luissiburu@hotmail.com
22.11.12
Lilia me encantó!!!!!!!
ResponderEliminarQue maravilla como relatás, creás una incógnita que atrapa, y esas descripciones que vas llevando hasta el final tan lindo!!!!!!!!!
Besosssss Jóse
Hermoso relato. Atrapante, me gusta cómo propones la intriga.
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