miércoles, 16 de enero de 2013

Alberto Ernesto Feldman-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2013


         
       

 La foto escondida
          

 Abrí el atado y saqué lentamente la vieja foto  escondida  desde hace tantos años, envuelta en papel de seda y apretada entre hojas de  tela esmeril y papel de lija, en el  primer cajón del banco de trabajo de mi taller casero, donde nadie emplearía su curiosidad y mis nietos no   pueden alcanzarlo  cuando llegan hasta aquí, el lugar  preferido de  sus juegos.
    Apareció otra vez,  con su rostro  saludable, su sonrisa franca y sus rulos rubios, una mujer madura y hermosa, “cara de manzana” yo la llamé  en nuestro primer encuentro,  y ella lo tradujo;  enseñándome las primeras palabras  que aprendí en alemán: “apfel gesicht”.  Después, en los momentos de pasión, otras  palabras se  fueron sumando,  y  los dos fuimos aprendiendo   otro. Idioma.
   Con la misma nitidez de esta foto, que ya  está amarilleando, tengo grabado el momento, el lugar y la forma en que nos conocimos.
   Creo que fue resultado de una conjunción de  cosas: Yo salía por última vez, para no volver, del cuartel donde había cumplido  el servicio militar,  el lugar donde  había perdido un año de trabajo, un año de estudios y la dignidad como persona.
  Por doce larguísimos meses me había convertido  en el mucamo y  ayudante de cámara de un joven y engreído oficial de caballería a quien despreciaba por su estupidez y a quien debía servir prácticamente como un esclavo, un pequeño tirano  que castigaba mis protestas limitando mis días  de salida a niveles de confinamiento, en un cuartel que estaba a sólo  veinte cuadras de mi casa.
    Por otra parte, rondaban en mi mente, en ese año de encierro,  las  antiguas fantasías sexuales compartidas con mis amigos  quinceañeros  en nuestras  trémulas charlas  de púberes  no iniciados  o  iniciados a medias.  En esos ardientes pensamientos, siempre esperábamos, como otros esperan al Mesías, la aparición de una  mujer, mayor  que nosotros y  no sé porqué  razón, extranjera. 
     Así era, en nuestra afiebrada imaginación, Aquella que cumpliría con todos nuestros coloridos deseos,  quien nos develaría todos los misterios de ese  mágico Ser que es el Otro Sexo.


                                                          
        Salí del cuartel, deslumbrado por el sol como si hubiera salido de un oscuro túnel;  por primera vez en tanto tiempo con mi propia ropa, y apretando con fuerza la Libreta de Enrolamiento, comencé a caminar por Cabildo hacia  Federico  Lacroze.  Entonces la vi.
Caminaba unos diez metros delante  mío, con un paso firme que al principio me costó seguir, pero  fui acelerando al compás de sus largas piernas y el rítmico movimiento, casi militar, de su brazo derecho.
  Era muy atractiva, y… ¡sólo estaba mirándola de espaldas!... con  sus rulos rubios, enfundada en un traje sastre que modelaba su cintura y exageraba sus caderas.
 Algo me pasó;  dejé en ese instante de ser el que había sido, un muchacho callado y tímido hasta la exageración; y con una audacia de la que fui el primer sorprendido, seguramente  motorizada por una explosión hormonal, le dije la primera cosa que se me ocurrió al ver el portafolio que llevaba en su mano izquierda:
--¿usted es profesora?... y me sentí el Rey de los imbéciles.
    Sin sorprenderse, como si hubiera estado esperándolo,  giró su cara hacia mí y  me di cuenta que  quien creí una bella joven, era realmente bella, pero me doblaba en edad.  Riendo, me  alentó, contestando  trabajosamente: -- ¡no…no  soy  profesora, soy alumna, aprendo Castellano!...
  De allí en adelante, se cumplieron mis fantasías, pero   crecieron también los sentimientos.
Nuestra relación duró doce años. Al despedirnos lloramos los dos y nos separamos porque yo había encontrado  ya a la mujer con la que formaría una familia; y sentí como un dolor inevitable  la necesidad de concluir una cosa para construir la otra.
  Años más tarde alguien me explicó que eso no  había sido  Amor, que  Ilse ya había tenido su  familia y su oportunidad. veinte años antes que yo,  en una Europa en llamas  y yo  sólo significaba  un ancla  en su  desesperanzado camino,  mientras que  yo había encontrado  en ella,  no sólo la realización de mis  deseos, sino  también la protección  de una madre que no había tenido.  No estoy de acuerdo totalmente con esta  interpretación, pero algo puede haber de cierto.
   De todos modos, aunque no teníamos futuro, fue maravilloso. Gracias por todo,  Ilse,
   -- ¿Viste que no te olvidé?...
     Con  mucho cuidado  envolví la foto y volví a ponerla  en su lugar.




    
                      

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