La foto escondida
Abrí el atado y saqué
lentamente la vieja foto escondida desde hace tantos años, envuelta en papel de
seda y apretada entre hojas de tela
esmeril y papel de lija, en el primer
cajón del banco de trabajo de mi taller casero, donde nadie emplearía su
curiosidad y mis nietos no pueden
alcanzarlo cuando llegan hasta aquí, el
lugar preferido de sus juegos.
Apareció otra vez, con su rostro saludable, su sonrisa franca y sus rulos
rubios, una mujer madura y hermosa, “cara de manzana” yo la llamé en nuestro primer encuentro, y ella lo tradujo; enseñándome las primeras palabras que aprendí en alemán: “apfel gesicht”. Después, en los momentos de pasión, otras palabras se
fueron sumando, y los dos fuimos aprendiendo otro.
Idioma.
Con la misma nitidez de esta foto, que ya está amarilleando, tengo grabado el momento, el
lugar y la forma en que nos conocimos.
Creo
que fue resultado de una conjunción de cosas: Yo salía por última vez, para no
volver, del cuartel donde había cumplido
el servicio militar, el lugar
donde había perdido un año de trabajo,
un año de estudios y la dignidad como persona.
Por doce larguísimos meses me había
convertido en el mucamo y ayudante de cámara de un joven y engreído
oficial de caballería a quien despreciaba por su estupidez y a quien debía
servir prácticamente como un esclavo, un pequeño tirano que castigaba mis protestas limitando mis
días de salida a niveles de
confinamiento, en un cuartel que estaba a sólo
veinte cuadras de mi casa.
Por
otra parte, rondaban en mi mente, en ese año de encierro, las antiguas fantasías sexuales compartidas con
mis amigos quinceañeros en nuestras trémulas charlas de púberes no iniciados o
iniciados a medias. En esos ardientes
pensamientos, siempre esperábamos, como otros esperan al Mesías, la aparición
de una mujer, mayor que nosotros y no sé porqué
razón, extranjera.
Así era, en nuestra afiebrada imaginación, Aquella
que cumpliría con todos nuestros coloridos deseos, quien nos develaría todos los misterios de ese
mágico Ser que es el Otro Sexo.
Salí del cuartel, deslumbrado por el sol como
si hubiera salido de un oscuro túnel; por primera vez en tanto tiempo con mi propia
ropa, y apretando con fuerza la
Libreta de Enrolamiento, comencé a caminar por Cabildo hacia Federico Lacroze. Entonces la vi.
Caminaba unos
diez metros delante mío, con un paso
firme que al principio me costó seguir, pero
fui acelerando al compás de sus largas piernas y el rítmico movimiento,
casi militar, de su brazo derecho.
Era muy atractiva, y… ¡sólo estaba mirándola
de espaldas!... con sus rulos rubios, enfundada
en un traje sastre que modelaba su cintura y exageraba sus caderas.
Algo me pasó; dejé en ese instante de ser el que había sido,
un muchacho callado y tímido hasta la exageración; y con una audacia de la que
fui el primer sorprendido, seguramente motorizada por una explosión hormonal, le dije
la primera cosa que se me ocurrió al ver el portafolio que llevaba en su mano
izquierda:
--¿usted es
profesora?... y me sentí el Rey de los imbéciles.
Sin sorprenderse, como si hubiera estado
esperándolo, giró su cara hacia mí
y me di cuenta que quien creí una bella joven, era realmente
bella, pero me doblaba en edad. Riendo,
me alentó, contestando trabajosamente: -- ¡no…no soy profesora, soy alumna, aprendo Castellano!...
De allí
en adelante, se cumplieron mis fantasías, pero
crecieron también los sentimientos.
Nuestra
relación duró doce años. Al despedirnos lloramos los dos y nos separamos porque
yo había encontrado ya a la mujer con la
que formaría una familia; y sentí como un dolor inevitable la necesidad de concluir una cosa para
construir la otra.
Años
más tarde alguien me explicó que eso no
había sido Amor, que Ilse ya había tenido su familia y su oportunidad. veinte años antes
que yo, en una Europa en llamas y yo sólo significaba un ancla
en su desesperanzado camino, mientras que yo había encontrado en ella, no sólo la realización de mis deseos, sino también la protección de una madre que no había tenido. No estoy de acuerdo totalmente con esta interpretación, pero algo puede haber de
cierto.
De todos
modos, aunque no teníamos futuro, fue maravilloso. Gracias por todo, Ilse,
-- ¿Viste que no te olvidé?...
Con
mucho cuidado envolví la foto y
volví a ponerla en su lugar.
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