Fundación mítica de la Patria
Los hermanos indios eran aquí muy mansos:
cada familia sembraba y tejía en su telar,
y cada tanto se reunían a adorar a sus
dioses,
que los españoles ni siquiera tuvieron
necesidad de sacarles:
nada más que les pusieron unos redondelitos
de latón en las cabezas y les dijeron que a
partir de ahora
se llamarían San José, la Virgen María o el
Señor Jesucristo...
Viera qué de cosas encontraron aquí, que
nuestras costas
producían pejes en abundancia, las ramas de
los árboles
se torcían por el exceso de fruta,
apenas se hacía un surco para sembrar y ya
aparecían
pepitas de oro y piedras de joyería.
Tan fecundo era este suelo,
que yo no sé cómo se podían admirar
de que también hubiera hombres tan padrillos,
si acá el ser macho y semental
viene a ser como parte de la naturaleza...
En esta tierra, por muchos años, nadie nunca
trabajó,
bastaba estirar la mano y recoger lo que se
quería.
Hasta que en algún momento los castellanos se
deben haber dado cuenta
que en lugar de enseñar a los indios las
costumbres europeas,
todos ellos se habían contagiado de las
costumbres de los indios
y se lo pasaban fumando en pipas de caña bajo
los árboles.
Habían llegado a estas tierras hacía ya no sé
cuántos años
y todavía no había marca alguna de su civilización:
que fue llegar y plantar el Árbol de la Picota,
trazar la ciudad y repartir los solares, pero
después
nada más se hizo; el tronco que plantaron
como picota
terminó echando raíces y formando copa, que
así sucede en estos lares
con cualquier palo que se meta en la tierra,
a nadie se le ocurrió hacer casas, que el
clima es aquí benigno
y se puede dormir en cueros y a la
intemperie,
y para mayor cobijo estaban las ramas del
Árbol de la Justicia,
que llegaron a extenderse por encima de toda
la ciudad.
Esto fue así hasta que alguien entró en la
cuenta
de que se podía vivir sin casas y sin
trabajo,
sin más ropas que unos calzones y ponchitos,
sin cabildo y sin mercado,
pero que no era posible para la gente de
Castilla
vivir sin iglesias, que si no se le daba
gracias a Dios en la debida forma,
toda esa abundancia se iba a ir al mismísimo
coño...
Entonces llamaron a los indios para que
trabajaran
pero los hermanos indios dijeron que ellos no
estaban obligados,
que las Leyes de Indias los eximían de
trabajar,
y que por otra parte ellos no necesitaban
iglesia,
que ya tenían sus estatuitas con los
redondelitos de latón,
que si la iglesia iba a ser para los blancos,
que por qué no se ponían ellos a trabajar en
su construcción...
Pero los españoles eran todos hidalgos
y tenían prohibido el trabajo manual, sólo
podían
hacer la guerra los hombres y bordar las
mujeres.
Y así fue como llegamos nosotros, los negros,
que no éramos ni indios ni hidalgos,
por lo que tuvimos que trabajar en la construción
de la iglesia,
que aunque pequeña nos llevó más de un siglo.
Y después nos pusieron a levantar otros
edificios:
un cabildo con recova enfrente de la iglesia,
casas
para los oidores, regidores, alcaldes,
justicias y corchetes, barracas para los
soldados,
teatros de comedias, plazas para que se
corrieran toros y novillos,
un reñidero de gallos, una capilla
para que los indios pusieran sus estatuitas,
otra
para que los morenos lleváramos las nuestras,
y plazas y fortificaciones y barrios enteros.
Y así en fin
terminamos construyendo la Patria.
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