CAMINATA
1
La mujer, por la playa de arenas
blancas, anda al acecho de los recuerdos.
Se detiene para observar las nervaduras
profundas del tronco caído. Lo acaricia, desliza las manos hundiendo los dedos
en las estrías. Parece un duro armazón tallado con figuras caprichosas, vacío
de savia fértil, como ella.
Imagina que la intemperie lo fue
secando,vestigio de alguna barcaza, donde el náufrago, asido al mástil,
luchando para no ser sepultado por la tempestad, sucumbió. Pero el magnífico
tronco lo rememora.
Continúa, busca el agua, como si el mar
pudiera enfriar el infierno del alma. Al replegar el oleaje, atrapa con celo,
los restos de sombra debajo de los pies.
Aturdida por la encrucijada del
destino, sin encontrar el rumbo, se acuesta en la arena. Divisa las nubes
amenazantes, cargadas de odio, fundiéndose unas a otras. Esperan el momento
justo para estallar, igual que ella.
Entonces, se incorpora y retoma la
senda. No quiere quedar atrapada en la tormenta. Apresura los pasos, el mar
ruge y el viento huracanado la ciega de arena. En la vorágine de truenos y
rayos, se da cuenta de que, aún no sabe dónde, está erigido el patíbulo para
cumplir la inexorable sentencia.
CAMINATA 2
La sentencia me quedó clara.
Después de mucho esfuerzo llego a la
cabaña, con el cuerpo helado, revestido de lluvia, y arena, cubriéndolo todo.
Me recibe Galia, mi perra, la única
incondicional. Preocupada por la tardanza, sus besos recorren mi cara, la
acaricio, algo aturdida por su jolgorio.
Me quito la ropa, me ducho y preparo
café. Las dos nos sentamos en el living a esperar. Semidormida, inerte, dudo si
huir o afrontar.
La lluvia cesó cerca del mediodía. Lo
veo estacionar el coche. Lo cotidiano, me increpa, no contesto. Tanta
verborragia, cada vez más hiriente, me demuele.
Entonces, el
dragón dormido en mí, se despierta, abro las fauces e intento tragarlo,
deglutirlo.
Recibo un rosario de amenazas. Antes
de que llegue la violencia corporal, corro aterrada en compañía de Galia. Abro
la puerta, huímos sin rumbo, pero un tiro de escopeta en la espalda me
alcanza,trastabillo,y la cabeza da contra una roca. La sangre fluye a
borbotones, tiñe la túnica que ya huele a mortaja. Los gritos taladran el resto
del tiempo. Siento que no tengo salvación.
La escena se convierte en ese
patíbulo donde él me sentenció. Galia aúlla, se desespera. La llevo conmigo.
Mudo con las aguas, infinitamente.
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