LAS
CANICAS
El chiquilín camina por el parque con las
zapatillas rotas, sin cordones. Deben haber andado muchos caminos y pateado
goles en el potrero del barrio. Saben de lluvias, frío y de cobijar los pasos
de la niñez sin amparo.
Hurguetea en los bolsillos con las manos
ennegrecidas como la noche helada que no le da tregua al cuerpo. Encuentra las
canicas y las coloca en un banco de la plaza para admirarlas. Los colores lo
encandilan, sueña con un mundo mágico, en donde no tiene que extender la mano
para mirar como caen monedas teñidas de indiferencia.
La golpiza debe haber sido muy fuerte.
Tiene los ojos morados e hinchados, tampoco esconde los moretones que asoman en
los brazos y piernas.
Él continúa ausente a todo lo que lo
rodea. Los tonos brillantes de las bolitas dibujan una sonrisa en su carita de
dolor.
Continúa andando sin rumbo, las manos en
los bolsillos acarician su rosario de canicas, olvida desplegarlas para el rezo
cotidiano.
No le importa el sánguche de la señora
piadosa que con él mitiga su culpa, ni las monedas que los transeúntes dejan
caer en su gorra maltrecha. Pasan hombres, pasan mujeres, pasan niños…nadie lo
ve.
Una mano ruda lo toma del brazo, lo empuja,
lo lleva hasta un baldío. Allí otra vez lo mismo. Se queda dormido. Las bolitas
huyen de los bolsillos, ruedan por la vereda, corren a la calle y se pulverizan
bajo los autos.
Ya no las
necesita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario