martes, 1 de enero de 2013

Stella Mayol-Diciembre de 2012

                                         LAS   CANICAS



     El chiquilín camina por el parque con las zapatillas rotas, sin cordones. Deben haber andado muchos caminos y pateado goles en el potrero del barrio. Saben de lluvias, frío y de cobijar los pasos de la niñez sin amparo.
     Hurguetea en los bolsillos con las manos ennegrecidas como la noche helada que no le da tregua al cuerpo. Encuentra las canicas y las coloca en un banco de la plaza para admirarlas. Los colores lo encandilan, sueña con un mundo mágico, en donde no tiene que extender la mano para mirar como caen monedas teñidas de indiferencia.
     La golpiza debe haber sido muy fuerte. Tiene los ojos morados e hinchados, tampoco esconde los moretones que asoman en los brazos y piernas.
     Él continúa ausente a todo lo que lo rodea. Los tonos brillantes de las bolitas dibujan una sonrisa en su carita de dolor.
     Continúa andando sin rumbo, las manos en los bolsillos acarician su rosario de canicas, olvida desplegarlas para el rezo cotidiano.
      No le importa el sánguche de la señora piadosa que con él mitiga su culpa, ni las monedas que los transeúntes dejan caer en su gorra maltrecha. Pasan hombres, pasan mujeres, pasan niños…nadie lo ve.
     Una mano ruda lo toma del brazo, lo empuja, lo lleva hasta un baldío. Allí otra vez lo mismo. Se queda dormido. Las bolitas huyen de los bolsillos, ruedan por la vereda, corren a la calle y se pulverizan bajo los autos.
Ya no las necesita.

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