domingo, 23 de junio de 2013

Alberto Feldman-Buenos Aires, Argentina/Junio de 2013


                                                             
                                                                Personas y perros
       
                  Ocurrió   a mediados de enero pasado. Debía hacer varios trámites en diferentes lugares y  comencé  con las fresca, a las siete de la mañana,  tomando el ómnibus   59 en Cabildo y Congreso.
Estaba bastante completo, pero me deslicé hacia el fondo, como de costumbre.  Preocupado, cavilaba sobre un problema que  nos aqueja desde hace un año y medio;  Ronda, nuestra perra , próxima a cumplir 17 años, está enferma y no podemos encontrar la solución, pese a que hemos recurrido a varios   médicos veterinarios  muy recomendados. Los profesionales solucionan parcialmente el problema, que  prontamente recrudece.
   Todos están de acuerdo en que es un animal hipersensible, condición agravada por la edad. No debe ser  ajeno a este cuadro,  el que  hace un  año y medio  nos hemos mudado, y sufrió, igual que nosotros,  el cambio de hábitat, por otra parte, hemos sido abuelos hace poco, lo que por cierto restringe sus movimientos en  una casa  más pequeña que la anterior.
  Salí  con  amargura e impotencia al ver los esfuerzos con que  me acompañaba hasta la puerta para despedirme. No era el  mismo animal  de siempre.  Yo tampoco.
     Pero volvamos al ómnibus.  Parado, tomado del  pasamano, traté, con  mucha curiosidad,  de  ver qué estaba leyendo una  hermosa chica de rasgos orientales sentada  en un asiento individual.  Cosa no muy común,  había levantado la vista y  me había ofrecido su asiento muy amablemente,  lo  que rechacé;  le dije, también con amabilidad,  que no acepto el asiento de una persona que esté leyendo. (¡qué cosa, pensé, ya me dan el asiento, yo también debiera ir al veterinario, digo, al médico!)
   Sonrió como si me hubiera adivinado el pensamiento y volvió a enfrascarse en  su libro, y yo, a mover la cabeza como un ventilador  tratando de ver el título o el autor de lo que leía, pero  sólo pude ver  el de un capítulo: “La era de las catástrofes” y el  número de  la página.
         Con mi curiosidad satisfecha a medias,  diagnostiqué  con  mucha  soberbia: –“Esta chica es estudiante o profesora de Historia”, y muy orgulloso por mi “extraordinario” poder deductivo,  me  senté en un asiento libre y me olvidé del asunto.  Bajé en Callao y Las Heras, realicé mi primer trámite, luego caminé (estaba la mañana muy linda) hasta Corrientes y Paraná, donde concluí la segunda  etapa.  Al cruzar la 9 de julio me puse la gorra para que no se me calcinaran los sesos con ese sol, ahora inclemente, que estaba llevando la temperatura a casi cuarenta grados, y  ya pasado el mediodía, terminé la jornada en el odioso edificio municipal cercano al obelisco.
               Para tomar el 59  más vacío,  y  volver sentado, caminé hasta la parada de la avenida Belgrano,  A los
 pocos minutos llegó el  ómnibus, y justo delante de mí, ¿quién sube y pide un boleto hasta  Congreso y Cabildo, el mismo lugar donde  yo  bajaría?...pues ella, la bella chica que leía y  me había ofrecido el asiento cuatro horas antes. Como a pesar de ser muy  descreído,  sí creo en las situaciones mágicas, me dije que ese encuentro,  estadísticamente   improbable, no podía ser otra cosa que una señal de algo,  no sabía bien  qué.
  Se sentó  adelante y  yo muy atrás, en un colectivo que iba muy rápido y casi vacío todo el tiempo.
  Esta vez no leyó; pero  guardaba  en su  cartera un libro del cual yo conocía el nombre del  capítulo que estaba leyendo, e iba a bajar donde yo también  lo haría. Pese a mi timidez y a lo singular de la situación, algo me  animó a hablarle cuando bajamos  y preguntarle,  con cara de inocencia:
 -Permítame  señorita, soy adivino:  ¿usted está leyendo, del libro que tiene en la cartera el capítulo “La era de las catástrofes” página 311, verdad?...gesto de irritación instantáneo; luego  gran sorpresa y ojos de asombro. -¿y usted como lo sabe?...- No se asuste, (me saqué la gorra y  los  lentes  y entonces  me reconoció),  solo quería darle  las gracias  otra vez por su gesto de  querer cederme el asiento en el 59 esta mañana;  y  ya que la casualidad quiso que nos encontráramos nuevamente, quisiera confirmar si es correcta mi deducción  de  que usted es profesora o estudiante de Historia:
 - No señor, se equivocó;  soy médica  veterinaria.  Me  sorprendí. Me dijo su nombre y me contó que es docente en su Facultad y voluntaria en un proyecto médico de rehabilitación de niños discapacitados mediante la relación con mascotas;  y  yo le conté, la historia clínica y afectiva de mi perrita,  mientras  ella esperaba un ómnibus de media distancia.
  Respecto a  lo que me preocupaba, me  dijo sencillamente:- “Pese a sus limitaciones, una perrita vieja y querida es una perrita feliz. La muestra de  lo que la quieren es que se preocupan por ella   y  la hacen  atender”.
             Doctora Michiko Watanabe, no te olvidaré; este encuentro mágico, me cambió el punto de vista. Tus  palabras son muy simples, pero borré de mi cabeza la idea de sacrificar a Ronda, mientras  vivir no le sea demasiado  doloroso .

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