Personas y perros
Ocurrió a mediados de enero
pasado. Debía hacer varios trámites en diferentes lugares y comencé
con las fresca, a las siete de la mañana, tomando el ómnibus 59 en Cabildo y Congreso.
Estaba bastante completo, pero me deslicé hacia el fondo,
como de costumbre. Preocupado, cavilaba
sobre un problema que nos aqueja desde
hace un año y medio; Ronda, nuestra
perra , próxima a cumplir 17 años, está enferma y no podemos encontrar la
solución, pese a que hemos recurrido a varios
médicos veterinarios muy
recomendados. Los profesionales solucionan parcialmente el problema, que prontamente recrudece.
Todos están de
acuerdo en que es un animal hipersensible, condición agravada por la edad. No
debe ser ajeno a este cuadro, el que
hace un año y medio nos hemos mudado, y sufrió, igual que
nosotros, el cambio de hábitat, por otra
parte, hemos sido abuelos hace poco, lo que por cierto restringe sus
movimientos en una casa más pequeña que la anterior.
Salí con
amargura e impotencia al ver los esfuerzos con que me acompañaba hasta la puerta para despedirme.
No era el mismo animal de siempre.
Yo tampoco.
Pero volvamos al
ómnibus. Parado, tomado del pasamano, traté, con mucha curiosidad, de ver
qué estaba leyendo una hermosa chica de
rasgos orientales sentada en un asiento
individual. Cosa no muy común, había levantado la vista y me había ofrecido su asiento muy
amablemente, lo que rechacé;
le dije, también con amabilidad, que
no acepto el asiento de una persona que esté leyendo. (¡qué cosa, pensé, ya me
dan el asiento, yo también debiera ir al veterinario, digo, al médico!)
Sonrió como si me
hubiera adivinado el pensamiento y volvió a enfrascarse en su libro, y yo, a mover la cabeza como un
ventilador tratando de ver el título o
el autor de lo que leía, pero sólo pude
ver el de un capítulo: “La era de las
catástrofes” y el número de la página.
Con mi
curiosidad satisfecha a medias,
diagnostiqué con mucha
soberbia: –“Esta chica es estudiante o profesora de Historia”, y muy
orgulloso por mi “extraordinario” poder deductivo, me
senté en un asiento libre y me olvidé del asunto. Bajé en Callao y Las Heras, realicé mi primer
trámite, luego caminé (estaba la mañana muy linda) hasta Corrientes y Paraná,
donde concluí la segunda etapa. Al cruzar la 9 de julio me puse la gorra para
que no se me calcinaran los sesos con ese sol, ahora inclemente, que estaba
llevando la temperatura a casi cuarenta grados, y ya pasado el mediodía, terminé la jornada en
el odioso edificio municipal cercano al obelisco.
Para
tomar el 59 más vacío, y
volver sentado, caminé hasta la parada de la avenida Belgrano, A los
pocos minutos llegó
el ómnibus, y justo delante de mí,
¿quién sube y pide un boleto hasta
Congreso y Cabildo, el mismo lugar donde
yo bajaría?...pues ella, la bella
chica que leía y me había ofrecido el
asiento cuatro horas antes. Como a pesar de ser muy descreído,
sí creo en las situaciones mágicas, me dije que ese encuentro, estadísticamente improbable, no podía ser otra cosa que una
señal de algo, no sabía bien qué.
Se sentó adelante y
yo muy atrás, en un colectivo que iba muy rápido y casi vacío todo el
tiempo.
Esta vez no leyó;
pero guardaba en su
cartera un libro del cual yo conocía el nombre del capítulo que estaba leyendo, e iba a bajar
donde yo también lo haría. Pese a mi
timidez y a lo singular de la situación, algo me animó a hablarle cuando bajamos y preguntarle, con cara de inocencia:
-Permítame señorita, soy adivino: ¿usted está leyendo, del libro que tiene en
la cartera el capítulo “La era de las catástrofes” página 311, verdad?...gesto
de irritación instantáneo; luego gran
sorpresa y ojos de asombro. -¿y usted como lo sabe?...- No se asuste, (me saqué
la gorra y los lentes
y entonces me reconoció), solo quería darle las gracias
otra vez por su gesto de querer
cederme el asiento en el 59 esta mañana;
y ya que la casualidad quiso que
nos encontráramos nuevamente, quisiera confirmar si es correcta mi
deducción de que usted es profesora o estudiante de
Historia:
- No señor, se
equivocó; soy médica veterinaria.
Me sorprendí. Me dijo su nombre y
me contó que es docente en su Facultad y voluntaria en un proyecto médico de
rehabilitación de niños discapacitados mediante la relación con mascotas; y yo
le conté, la historia clínica y afectiva de mi perrita, mientras
ella esperaba un ómnibus de media distancia.
Respecto a lo que me preocupaba, me dijo sencillamente:- “Pese a sus
limitaciones, una perrita vieja y querida es una perrita feliz. La muestra
de lo que la quieren es que se preocupan
por ella y la hacen
atender”.
Doctora
Michiko Watanabe, no te olvidaré; este encuentro mágico, me cambió el punto de
vista. Tus palabras son muy simples,
pero borré de mi cabeza la idea de sacrificar a Ronda, mientras vivir no le sea demasiado doloroso .
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