Epílogo de Juan
Carlos Pellanda para la primera edición del poemario “De mi mayor estigma (si
mal no me equivoco):” de Rolando Revagliatti (Libros del Empedrado, Buenos
Aires, 1993), reproducido en la tercera edición electrónica –corregida-
(Ediciones Recitador Argentino, Buenos Aires, 2006).
A modo de epílogo
por Juan
Carlos Pellanda
¿Pertenecer (permanecer) al
romanticismo es un estigma, con lo que ello involucra en plano místico, o evita
ser lo que se dice de sí mismo? Pero ¿qué se entiende por ser romántico? Al
margen del perimido movimiento hay, bajo esos términos, una manera de percibir
y de trasuntar, que no desdeña ni el coloquialismo ni la pasión frente a los
hechos. No únicamente en esto el romanticismo sigue tan vigente como en el siglo
pasado.
representatividad: ¿no se observa al actor que imagina una pausa
en la escena eterna?
El lenguaje celebra, como
Nicolás Olivari o Girondo celebraran, con palabras que se mastican (contagio) o se duelen, las osamentas de
una forma nuestra del subsistir (city,
bienestar y cortesía). Se prueba en
la ausencia de hermetismo (herencia y
muerte) y en la implementación de recursos (“a mi más madre” como quien
diría “a mi masmédula”).
digo de mí: entro en él. Advierto que me estoy rememorando
o camuflando con palabras. ¿Es que se construye el poeta de otro modo? flor: ¿es un soneto trunco? ¿Por qué?
¿Para que lo complete el devenir o el otro escondido en cada uno?
para nombrar
tus nombres: difícil. Después de... mi
gauchito con rouge... ¿la enumeración de los machos que quisieron ser y no
fueron —...machos, fachos o borrachos, que es casi lo mismo...— concluye con
esa invocación a un padre aureolado por los héroes imaginarios como los
eduardos y emilios arrancados del horror del citado devenir que todo entumece,
aun las leyendas? Este padre... ¡cuánto pesa! ¡Aparece y desaparece
constantemente! ¡Qué ganas de psicologizar! Pero soy sólo lector.
menú: ¿es un antipoema? La palabra invasora arrasa el
sentido y lo somete al puro escarceo expresivo, procurando un significante
inquieto.
El poema a Roberto Arlt (nombres en la noche) ¿es ilusorio?
¿busca ex-profeso la comparación subreal en un escritor tan nítido? ¿Qué ha
visto, Rolando, desde esa plataforma mediúmnica, sino las alternativas de su
nombre? ¿No se juega “con los deslindes”? ¿O es que no se debe jugar, sino
repitiéndolos amorosamente, con los libros, con los árboles, con los hijos?
Especulares: “una mujer mira a
una mujer que mira a otra mujer mirar a otra...” (reino animal): con la abrupta entrada de una estrella de cine,
propone, de pronto: ¿es que, también a través de las aguas del cristal los
mundos de la razón se tornan esa sin razón que, Goya entendía, engendran
monstruos?
He aquí la escritura
automática donde todo vale. Bretón afirma que ejerce una directa influencia
sobre el actuar. Y que su riqueza depende del grado en que ésta exista ya en el
interior del escritor. En Rolando el inconsciente vela la fortuna de un
lenguaje a lo Góngora, con alianzas intrépidas y desfallecimientos, también.
Pero éstos están teñidos, como en los cuadros de Delacroix, por un aire de
cataclismo donde caballos agonizan entre las carnes de las favoritas. Todo es
así. No hay austeridad pero ¿es esto un reproche? ¿Debe serlo? ¿Sólo habrá
poesía cuando la palabra se transforme en sílaba?
“...el recuerdo de ese papá me
puede...” Este ME me vuelve loco. ¿Quién, cómo era ese padre? ¿Por qué en este
libro su impronta, dije, va y viene como la trayectoria de pájaros migrantes?
No me conforma que, por un laberinto ignoto, llegue el hijo: “...¡no carne de
mi no carne! ¡no letra de mi no letra!...” porque ¿desde dónde viene? Nunca lo
sabré. Y el mismo Rolando se interpela. Resulta pavoroso que, a continuación,
en septiembre asalte, otra vez, el
padre, como única chance. Es que, como diría Yourcenar, no somos sino el
paréntesis vivo de incontables muertes. ¡Qué bueno sería sumergirse en este
material para desentrañar qué otro humano existe bajo la letra! Pero, claro,
vuelvo a las preguntas: ¿es una gata (felino
en el dormitorio) o será un tigre disimulado? No creo que, con menos
fuerza, pueda ir y venir de los ensueños en una fiesta que me trae a Huidobro.
¿“me enfrento o me acoplo”, yo también (simetría)
al... traidor de turno que traduzca (traduce) padre...? Lo estoy haciendo
resultándome insoportable sostenerme en esta tensión.
Felizmente, un respiro: la tía negra. Parto en búsqueda...,
alentado por la confesión “de humanitis, humanidad” con que se define hasta
llegar al testamento de plebeyo.
Riquísimo festín. Trozan y destrozan. ¿Por qué afirma su virilidad al ser
“...dulce objeto de la vivaz parsimonia de una fellatio...”? En realidad él
sabe que no es cierto, que todo vacila, aun en la más férrea de las decisiones.
Y lo sabe bien. Tanto que en la saga de la novia, interpretándose por el tío
que regala alcancías (el motivo me lo guardo) regresan las verdades hasta una
confidencia: “...no sé a quién quiero más si a mi novia o a mi caballito de
madera...”
Tropiezo con palabras en
peligro de ahuecamiento (siendo y como sean). Dejo que se pierdan algunos
autobuses —¿en qué libro no conviene hacerlo?— y me tomo el que me lleva hasta
los cortísimos poemas. Desde familia
a abstracto hay un desgranar de años.
Algo ha pasado. Con el delicioso bucólica
resucita el poeta. encierros se
organiza con imágenes de acerada claridad. Recomienzo el camino de los “payasos
paulatinos”, corcoveo, sobre escritura reducida a su esencia para acceder al
arcano total: freud. Y aquí conviene
detenerse. ¿Debe el lector seguir o inquirirse? ¿Convocar a sus propias sombras
o conjurarlas? Debe perseverar y... seguir, porque hay un premio: un actor se prepara, donde el ritmo
enunciativo parece preñar un final de efectividad extraordinaria.
Luego otro libro. Una crónica
histórica articulada en dos por cuatro o en seis por ocho, no importa, porque
lo que acontece sí que importa. ¡Cómo parlotean, desde tanta niebla, los
fantasmas! La crueldad del tiempo los ha reunido en la procesadora de la
memoria. Se diluyen en un sueño del cual se arrepintieron de partir. Advienen
aforismos bajo las alas del pájaro al
trino. Y con un perfume a Nicolás Guillén (“¿es teresita secundina
purificación como el puerto rico de los estados unidos de su mamá?”) nos
regodeamos en las formas de Octavio Paz que Rolando gusta describir: la gatidez
de los gatos, el descaminamiento del camino o el apiear del pie. Así,
interceptando con lupa aun los más remotos corcovos de la retentiva, arribo al
tramo 8 de largo de aquí largo de aquí,
absolutamente logrado... salvo el final. Pareciera en éste, como en otros
casos, que el autor temiera a la seriedad y que a todo quisiera propinarle un
brochazo de ironía. Malgré lui, el texto
se resiste y planta los brochazos afuera, convirtiéndose en independiente.
Me sondeo: ¿el poder del cine
está en ser recuerdo? Porque Rolando va y viene (¡más “vayvienes”!) por
actores, películas, momentos, títulos que, recién ahora avizoro que integra mi
experiencia tanto como la vida o su extinción de familiares queridos. Releo y
me parece atisbar, digo, a lo mejor, que ése es el hilo del laberinto, la mano
del Dante. Si le concedemos a esos nombres el poder de exorcizar, veremos.
Digo, dentro de la luz negra de quien reside “...en la ternura de la
inalterable gelsomina...” o en “¿cómo me traduzco que incide en mí que hoy haya
muerto bette davis?”
Huyendo de lúdicos avatares la
poesía calza mariposas: “...el ocio es amor o nada es otra cosa que no
ocio...”. Llegamos, ya llegamos al final.
Desde esas letanías que en hijos
para (no) sacarle el cuerpo a la
muerte (en las que destierro de inmediato ese “(no)” y supero el rítmico
batir de palmas con que incita a acompañarse aleaciones) todo empieza a ordenarse en los afirmativos y negativos
enunciados de un manifiesto personal. a
preguntarse llaman retoma la tradición de la escuela “beat”. Como si
Ginsberg pispeara tras una cortina, el clima de excitación se introduce tanto
que pareciera ya haber acontecido en otra parte. Me reprocho: estás buscando
excusas. Es que, la verdad, te hubiera gustado escribirlo a ti. a preguntarse llaman trasciende las
líneas o los límites de la página. Las voces, el coro, recitan cada verso por
separado. Yo, nosotros, somos auditorio. Luz cenital. Cámara negra. Guantes,
máscaras, un saxofón ronco. Y el ritmo, el ritmo, el ritmo nos embriaga hasta
que una voz, una voz de solo murmura:
“...al
que le caiga le caiga
al
que le quepa le quepa
el
sayo
el
sayo te va o elige tú el sayo que te va/ya...”
Nada más. En fin. Al menos no
podrán decir: a este libro ni lo ha leído.
( este ME...me vuelve loco...)-a mi me parece que con mucha lectura ,demasiada y variada, te sucede eso...naturalmente.
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