REGALO
OBLIGADO
A
toda velocidad corre la ambulancia por las concurridas calles de la ciudad. Su
bocina parece reclamar en forma imperativa y urgente el derecho de paso. En su
interior va don Mamerto. Su boca y nariz están ocultas por una mascarilla conectada
a un tubo de oxígeno que emite un ruido de sorbete. El rostro cetrino e
inanimado hace suponer que su vida escapa. Sin embargo su expresión es de paz y
hasta se podría pensar con algo de alegría. Sus ojos entreabiertos y sus cejas
enarcadas parecen indicar que su último estado de conciencia, fue grato.
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Don
Mamerto, proviene de una familia de inmigrantes que llegaron al país en una época
casi perdida en el tiempo. Se instalaron en una casa vieja de la capital,
casi con lo puesto, pero en su maleta llevaban,
además de sus escasas pertenencias, muchas ilusiones de cambiar el futuro de
sus descendientes.
Desde
sus inicios, el comercio fue la actividad preferida por todos los miembros de
la familia. Los estudios universitarios, si es que alguno tuvo la oportunidad
de acceder a ellos, el enmarcado diploma fue olvidado en una pared, y su dueño
se dedicó a la actividad comercial. El éxito como comerciantes, a todos los
parientes les permitió vivir holgadamente y formar familias sin ninguna
estrechez económica. Esto sucedió a los padres de Mamerto, a sus abuelos y
bisabuelos. Él fue hijo único, y sus padres lo pudieron acompañar hasta cuando,
“su muchachito”, había traspuesto la barrera de la tercera edad. La mayor
inquietud antes de partir, fue que su Mamertito, dedicado a los negocios, nunca
quiso formar una familia propia y la soledad sería su compañía cuando ellos ya
no estuvieran.
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Habían
pasado muchos años desde esa instancia familiar, y su quehacer en los negocios
se había trasmutado insensiblemente en
un depender: de enfermeras, pañales y comidas blandas. Sin embargo, su mente,
aún en la nebulosa de su deterioro físico, trabajaba reconociendo su entorno y
dando a entender a sus cuidadoras sus gustos o disgustos.
Un
día lo visitó uno de sus sobrinos junto a su mujer. Además de llevarle un
sinnúmero de embelecos dulces y varios paquetes de pañales, le dejaron sentada
frente a él una muñeca; seguramente el juguete había sido pertenencia de alguna
de sus hijas, ya adulta:
- Tío aquí le dejamos a esta señorita para que
le haga compañía. Especial para esos momentos en que debe quedar solito. Ella
lo cuidará sin hablarle, es muda. Pero como podrá observar, es hermosa.
Mamerto escuchó aquello, pero no pudo encontrar
palabras para manifestar su malestar:
-¡Qué
se habrán creído estos g…! Acaso creen que no me doy cuenta que es una muñeca.
Y tan sólo si fuera nueva. Es un cachureo que no pudieron encajarle a otra
persona. ¡Y encima me la traen a mí como compañía!... ¡Mal nacidos! - Y en su
mente siguió aquella corriente de la conciencia que siempre lo acompañaba. –Ya verán estos hijos de p…, apenas pueda, tan
hermosa compañía, la tendré en mis manos, y sólo encontrarán hilachas. Como lo
hice cuando chico, con la muñeca de la prima Isabelita, esa niña mañosa y
peleadora. ¡Cuánto lo gocé! Supe que pasó una semana llorando por su muñeca
regalona. Mis padres debieron devolverle una nueva y a mí me castigaron con una
semana sin ir al cine. ! Pero igual lo disfruté!
Y
así transcurrió el tiempo, mientras las enfermeras procuraban, hacerle grato de
su pasar, viendo televisión, juegos que inventaban para distraerlo y juguetes
que él anciano manoseaba sin interés. A
veces, en días de sol, en su silla de ruedas lo llevaban de paseo al parque
cercano. No obstante, apenas lo sentaban en su sillón, Mamerto fijaba su vista
en aquella figura odiada al máximo, por la intención que suponía como regalo. Y
en su mente afloraba su monólogo. –¡Hola, de nuevo estás aquí! Ya sabes el destino
que te espera, apenas logre tenerte en mis manos, toda tu belleza la convertiré
en pedazos que irán directo al tacho de la basura.
Cierto
día en que el viejo la miraba y divagaba pensamientos de odio hacia la figura
inanimada, escuchó que de la roja boquita salían sonidos; al comienzo pensó que
era su mente que ya le hacía desvariar.
Pero ¡No!, él la escuchaba nítidamente.
-
¡Hola Mamerto!... ¿Cómo has amanecido hoy?... Te cuento, yo me llamo Linda…Así
me pusieron porque soy hermosa. ¿No te parece? Mira que lindas trenzas tengo y
el rosa de las cintas hace juego con mi delicado vestido de organdí…-Humm…Así
que también puedes hablar - ¡Por supuesto!, tu también me has estado hablando
sin mover los labios, pero yo soy capaz de llegar a tus pensamientos - ¡Ah, sí!
Así es que ya te habrás enterado de mis intenciones de hacerte hilachas - ¡Sí,
ya lo sé! Y eso me extraña, porque yo no te he causado ninguna molestia.
Solamente soy tu compañía permanente, mientras las enfermeras te deben dejar
solo. - ¡Así será!, pero a ti te trajeron porque en casa de tu dueña ya no
tenías cabida, y antes de llevarte a las obras de caridad te trajeron a la
pieza del viejo chiflado de Mamerto. - Es posible que ese fuera el propósito,
pero ambos ya estamos aquí. Te propongo que nos hagamos amigos ¿Qué te parece?
- ¡Humm! No lo sé - Para conversar, para recordar y ¿quién sabe? para cobrarnos
mutuo afecto. -¡Humm… no sé, lo voy a pensar! - gruñó el anciano poco convencido.
Y
fueron pasando los días, ya había
transcurrido un par de años. La salud de Mamerto, dentro de su
indiscutible deterioro, estaba más o menos estable. Sólo tuvo un serio
contratiempo depresivo, sucedió en una temporada en que la enfermera,
desinformada dejó la muñeca olvidada en un closet. Felizmente la más antigua de
ellas se dio cuenta y, después de lavar su vestimenta y colocarla
primorosamente arreglada, la muñeca volvió de nuevo al sillón acompañando a Mamerto.
El anciano demostró una curiosa mejoría, incluso pareció recobrar algunos
sonidos para indicar agrados o desagrados y su vista siempre estuvo fija en la
figura inanimada de Linda. Por mucho tiempo en el silencio de la pieza, se
entablaba el siguiente diálogo, sólo audible para ellos.
–
¡Hola mi querido amigo! ¿Cómo has amanecido hoy?, te veo más recuperado, sigue
así. Mueve tus dedos, tus pies y si puedes, mueve tus brazos. Te hará bien.
–Humm, ¿o sea que además de muñeca eres terapeuta? - ¡Por favor, hazme caso! -
¡Bueno, bueno!, si es para mi bien, eso haré, y para que veas que soy
obediente.- ¡Mira!, observa como lo intento con mis dedos, ahora con mi brazo
derecho, pero…!ay, ayayay!… qué dolor. ¡No!, no puedo más, por hoy basta.-
Pero, ¿y tus pies?- Mira niña abusadora, te estás aprovechando de mí – ¡Porfa!
, solamente mueve ambos pies sólo un poquito. – ¡A ver, veamos!… ¡Sí!, claro
que puedo moverlos. Pero parece que viene un calambre. ¡No, no! por hoy basta.
Mañana lo intentaré de nuevo.
Y
así apenas quedaban solos, Mamerto y Linda, daban comienzo a su silencioso
diálogo y ya el anciano podía mover con facilidad sus dedos, subir sus brazos y
sólo faltaba la fuerza para sujetarse. Sus piernas, ya tenía la soltura para
moverlas hasta las rodillas y poco a poco sus muslos iban adquiriendo la
musculatura necesaria para mantenerse de pie. Este secreto era de los dos.
Nunca las enfermeras y menos los parientes a cargo de él, pensaron que Mamerto
podría pararse y caminar, aunque fueran unos cortos pasitos.
Pero
un buen día, instigado por Linda. – ¡Sí, querido amigo! Casi estás listo para
llegar hasta mí…y luego tomarme entre tus brazos. - ¿Qué te parece si te
incorporas? A ver, así lentamente… ¡Ves, ya estás de pie! Ahora un paso…otro
paso…! Sujétate!…sujétate en el brazo de la silla. Así, ¡ves que puedes!, ya
casi has llegado… Ahora agáchate un poquito… ¡Así, así! Listo cógeme suave, porque si caigo al suelo,
mi rostro ya no será tan bello como ahora… ¡Por fin, estoy en tus brazos!...
Ahora de nuevo al sillón…así, lentamente… ¡No, por Dios!, no tambalees. Ya
estás llegando. El anciano alcanza a sentarse, cuando siente en su pecho que
algo explota y un dolor intenso lo hace perder el sentido. Su cuerpo se
desmadeja igual que el de la muñeca.
-¡Don
Mamerto!.... don Mamerto, por Dios qué le ocurre. ¡ ¿Y la muñeca cómo llegó
hasta sus brazos?! ¡Dios!, debo llamar inmediatamente al servicio de urgencia.
Y la mujer saca su celular del bolsillo entre acelerada y confundida, pidiendo
acudan de inmediato a examinar al enfermo. Presume que es una emergencia
gravísima.
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La
ambulancia con el enfermo casi agónico, llega por fin al servicio de urgencia. Al
anciano cuerpo a cada instante parece escapársele la vida, así como una
avecilla a punto de emprender el vuelo. Al revisar sus manos, los paramédicos descubren
enredada entre sus dedos una cinta color rosa. En un rinconcito de su mente,
Mamerto está seguro que Linda lo aguarda.
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