VIGILADOR
Es dura mi tarea, Acá uno tiene que ser despierto, estar
atento en los mínimos detalles. A los vigiladores nos corresponde velar por el
patrimonio del Instituto, y por la seguridad del personal y de los internos. Mi
taréa abarca, de lunes a viernes, de ocho de la mañana a seis de la tarde, pero
suelo estar en otros horarios.
¿Qué hago acá, digamos, a las ocho y cuarto de la noche de
un sábado? Cambio unas palabras con el bibliotecario. Da gusto. ¡Lo que sabe
este hombre de literatura, de historia…! Yo no soy tan entendido. Escucho.
Aprendo. De paso, voy controlando el ambiente.
Tomo un mate cocido, con pan y jalea. Limpio el envase
descartable con la cucharita de
plástico. Me gusta con locura la mermelada de durazno. El último rondín no
arrojó ninguna novedad. Lo anoto en el libro de actas; lo llevo siempre
conmigo.
Alguien podría decir:
—Es una locura llevar un libro tan pesado encima ¿Por qué no
lo deja en la oficina, como todo el mundo?
— ¡Ni loco!; ¿Y si me lo roban? Es un documento público.
Puede pedirlo un juez, una autoridad. Uno nunca sabe. ¡No, el libro va donde
voy yo!
Tomo el Handy. Ya está totalmente cargado. Modulo:
—Atento, puesto uno…atento, puesto uno…
No me contestan. Nunca me contestan.
Doy la segunda vuelta. Me fijo que no haya luces apagadas,
es de noche. Sin novedad, anoto.
Ya llega la cena: Una milanesa a la napolitana con ensalada
de papas y huevos duros, sin sal, para hacerle caso al médico. Me siento a la
mesa larga del pabellón I. De postre:
tarantela.
Vuelvo al rondín. Después, apostada en la puerta principal:
—Buenas noches, Carlos.
—Buenas noches.
A veces creo percibir un dejo de ironía en los comentarios
del personal y algunas risas apagadas.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Carlos ¿Me autoriza a retirarme?
—Por supuesto.
Gracias, Carlos, je, je.
Soy muy celoso de mi tarea. Algunos dicen que demasiado.
—Carlos ¿Todavía no lo ascendieron?
—Todavía no.
— ¿Y el cargo de comisario?
—Aún no tengo noticias. Sigo esperando.
—Pero usted se lo merece, son injustos,…je…je…
—Ya va a venir. Falta poco.
— ¿Y no tiene frio en camisa, en pleno invierno? La radio dijo: Dos grados.
—No quiero usar nada que me tape el uniforme.
—je, je, je… ¡Este Carlos!
—Yo al trabajo me lo tomo muy en serio.
Vuelvo a la ronda. Ya es tarde. Las puertas están bien
cerradas. Las luces, prendidas. Los residentes, en los pabellones, cada uno en
su cama. Todo en su lugar.
— ¡Don Carlos, es hora de dormir!
— ¿Qué?
— ¡A la cama!
—Pero todavía tengo que vigilar.
— ¡A la cama, ya está bien por hoy!
—Pero, ya soy casi comisario. Tengo una gran
responsabilidad. No me puedo dar el lujo de dejar abandonado mi puesto.
—Mañana sigue ¡Vamos, viejo!
—Pero…
— ¿Viene solo o lo vamos a buscar?
—Voy solo, pero ustedes se hacen cargo. Denme un minuto que
lo anoto en el libro: “Finalizando último rondín, entrego el turno sin
novedad”.
Me ha gustado mucho. Es un relato ágil, fresco, con desarrollo psicológico y preciso del personaje principal. Observo que estás logrando una forma de escribir sintética pero con claras manifestaciones de profundidades, que antes eran en vos como querer llegar. Abel.
ResponderEliminarMe encantó el relato, Marcos...
ResponderEliminarLleno de sutilezas, de mensajes para el lector y de muchísima locura. ¡Una idea genial! Felicitaciones
COMO CADA UNO DE TUS CUENTOS, UN FINAL INESPERADO. BELLOS, SIMPLES, PERO CON GRAN PROFUNDIDAD... FELICIDADES... UN GRAN ESCRITOR!
ResponderEliminarMarcos gracias por incluirme y no olvidar a esta cubana a pesar del tiempo que nos separa. Te felicito porque cada dia lo que escribes es mejor y mas interesante.
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ResponderEliminares un placer leer tus cuentos.Este nos representa. asi son las cosas. cariños
Rita