ENSOÑACIONES
Subí por
las escaleras de mármol hacia la casa del último piso.
Las galerías, casi oscuras que se iluminaban al
traspasar la luz por las arcadas ojivales, me llenaban de curiosidad desde
siempre.
Cuando niña
las miraba desde el patio, obsesivamente, sobre todo en las tardes de verano, cuando el
calor calcinaba las ideas y me dejaba sumida en un sopor de siesta sin
capacidad de correr ni caminar.
Ese hombre misterioso,
único habitante del piso, se fue hace tres años metido dentro de un impermeable
azul, llevando su alma y dos valijas grandes de cuero marrón.
A mi madre
le dijo que se iba a vivir al sur.
Ya siendo
una joven, lo vi partir escondida tras las cortinas.
Nunca nos
saludamos. No sé si él alguna vez me vio.
En el barrio
se murmuraba que era escritor.
Como
flotando, llevada por la ensoñación, subí los peldaños.
La
curiosidad superó al miedo. En mi inconciente sabía que la casa estaba sola.
La puerta cerrada
no fue impedimento.
La
empujé y entré.
Sentí terror,
pero a pesar del sudor frío que brotaba de mis poros, fui avanzando.
No quería
que el sueño terminara.
Cada
habitación era un submundo de cortinas raídas, pilas de libros amarillentos, sillones y muebles antiguos.
Flores de
plástico descoloridas por el polvo y el tiempo adornaban los jarrones del
comedor.
Cuando
entré en la última habitación, me miró sin sobresalto, al tiempo que un gato
blanco de angora maulló saludándome.
No nos
hablamos. Yo me senté a su lado y el gato se subió a mi falda ronroneando.
Nos unió
desde el primer momento una comunicación sin palabras.
El escribía
con una lapicera de pluma.
Yo lo
miraba escribir mientras acariciaba al gato de angora. Cada tanto me sonreía y
seguía en su tarea.
Comencé a sentirme cada vez más cómoda. Las miradas
cómplices que él dirigía hacia mí me llenaban de un sentimiento desconocido
hasta entonces.
Sus ojos
eran tristes pero soñadores a la vez y sentí que me estaba enamorando.
El sueño
volvió a repetirse.
Muchas
noches regresé a la casa del último piso y transité sus galerías emocionada.
Muchas
veces nos abrazamos sin decir palabra.
Una mañana
sonó el timbre de mi puerta.
Una señora de
cabellos blancos y aspecto desprolijo,
me saludó y me dijo que venía a llevarse los libros y los muebles de su hermano, muerto hacía un
mes.
-
Él
era escritor- me dijo. Antes de morir me dejó esta nota para usted.
La nota
decía: “Mis mejores noches fueron las que pasé contigo”.
Levanté al
gato blanco de angora entre mis brazos y no pude articular palabra.
Es un cuento atrapante. El desarrollo esconde en cada frase, un misterio. Terminando el relato en un final , en el cual el amor se ha perdido pero queda algo que aún los une, el gato.
ResponderEliminarEste cuento tan bien escrito, me ha hecho recordar el cuento "EL GATO" de Héctor Ricardo Murena , un escrito argentino bastante olvidado.
Abel Espil
Un buen cuento, con la extensión precisa y el interés que cautiva.
ResponderEliminarMe gustó!
Saludos desde Chile.
Un relato misterioso, ambiguo, atrapante, surrealista. Me sugiere imágenes entre brumas. Me encantó. Marcos.
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