EL
LUSTRABOTAS. (Oficios)
Miré mis zapatos con detención,
pensando inmediatamente que necesitaba lustrarlos. Un polvillo los cubría
por una larga caminata por las calles del
centro de Valparaíso y, a menudo, la gente se fija en esos detalles.
Encaminé mis pasos hacia la plaza
Victoria, recordando con nostalgia a un antiguo conocido que
trabajaba como lustrabotas: El cojo Santoro, fallecido hace largo
tiempo. Apodado así por la amputación de una pierna
que suplía con una muleta hecha con tubos de bronce.
Su lugar estaba en una esquina,
ahora lo ocupa otro personaje: Miguel López, heredero del sitio y de
algunos de sus clientes.
Estando en ese lugar, mientras espero mi
turno de atención para lustrar mis zapatos, observo el trabajo prolijo del
lustrabotas: sus cajas de betún de diversos colores, botellas con anilinas y
paños para brillo y un trozo de felpa, como el empleo final dejando
el calzado reluciente.
No puedo dejar de reflexionar que la vorágine del
desarrollo finalmente devorará a este lustrabotas, debido a la escasez de
personas que usan zapatos de cuero y por imperio
de la moda o
comodidad, las zapatillas están ganando la batalla del
consumismo. (Grupo Literario LiteRatis)
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