lunes, 30 de diciembre de 2013

Pedro Fierro Campos-Chile/Diciembre de 2013

LAS LLORONAS   (Oficios)


Se acercaba el medio día, en un día de verano. Recuerdo que lentamente, junto a mi madre, caminábamos por las polvorientas calles de Mulchén, mi pueblo sureño. El calor era sofocante, por eso mi alivio fue grande cuando ella me invitó a visitar a su comadre Juanita, más conocida como la “llorona”. Era tema de muchos comentarios y pelambres entre los vecinos, lo que acrecentaba mi curiosidad por esta mujer. De ahí que, para recabar todo acerca de su trabajo, lo fui juntando como lo permitieran las circunstancias y mis diferentes fuentes de información.
Primero supe que las lloronas necesitaban de la muerte para existir, vestían de negro y eran contratadas para ir de muerto en muerto, de velorio en velorio y de entierro en entierro. Llorando y lamentándose ruidosamente, por la insoportable pérdida de un ser querido que, la mayoría de las veces ni siquiera conocían.
Este cruel oficio, pensé que era cruel, porque ellas adoptaban voluntariamente el sufrimiento, el luto y la tristeza del suceso, aunque sus servicios fueran cobrados. Los dolientes pensaban que mientras más se llorase por la partida del fallecido, era porque la vida de éste, había sido más relevante. También se especulaba que, las lloronas eran contratadas para que sus llantos limpiaran de pecados el alma del muerto, facilitando de esta manera un alcance rápido a la eternidad. Además de derramar lágrimas, estas lloronas servían para que los deudos pudieran atender, de manera adecuada, a quienes habían venido a la ceremonia de despedida.
Recuerdo que mi madre nos comentaba que, la comadre Juanita comenzó a dedicarse al oficio de “llorona”, como la mayoría de las mujeres que reunían ciertas características. Generalmente eran de clase humilde, de mediana edad y se habían quedado solas por diversas razones, algunas viudas como su comadre, pero que en definitiva esta actividad la ejercían más por necesidad que por obtener satisfacción moral.
            Una vez finalizado el entierro, la llorona recibía el pago de sus honorarios por el trabajo. Esta retribución podía ser en dinero o víveres, como trigo, yerba o harina.
El origen de la palabra llorona proviene del verbo plañir, es decir gemir y llorar sollozando. Esta tradición se realizaba en los velorios donde había escasa presencia de personas y sus orígenes están en el antiguo Egipto. Sus servicios eran variados, tales como lamentos que podían convertirse en gritos desconsolados, golpes en el pecho, tirarse de los cabellos o echarse tierra en el cuerpo. Manifestaciones que a la postre permitían teatralizar el profundo dolor que conllevaba la pérdida de un familiar querido. 
Otros textos señalan que “la llorona” es un oficio de origen hispánico que, se arraigó en algunas regiones de México, como en el estado de Oaxaca. Generalmente se llevaban de 3 a 4 plañideras. Para cada difunto la familia contrataba a estas mujeres, para que sus llantos y gemidos amenizaran el velorio. Propiciaban un espacio en donde el sentimiento trágico se revelaba como parte del componente de una cultura, donde la muerte es un elemento determinante. 
Finalmente ir de muerto en muerto, de velorio en velorio, de panteón en panteón y siempre vestir de luto, es un oficio casi olvidado que necesitaba de la muerte y con ella murió. (Grupo Literario LiteRatis)

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