miércoles, 21 de octubre de 2015

Josefina Fidalgo-Argentina/Octubre de 2015

Esteban  Edinzelbacher 


                                                        El cuidador



        Juan, el viejo flaco y áspero, suele estar de mal humor y cuando habla,  lo hace
 a los gritos.  Hace muchos años que está al cuidado de la antigua y sombría
casona de  Villa  La Delfina,  en un valle atrás de las montañas.
         La vivienda  está   revestida  por fuera con una tupida hiedra, que la hace más  aislada, más misteriosa . En la gran sala de estar,  se destaca un piano de cola negro
 y   dos sillones canapé de pana roja, todo cubierto con sábanas blancas.
En las paredes,   grandes retratos de rostros adustos de miradas penetrantes.
         La larga entrada de ese paraje solitario,   tiene  plantado  a ambos lados y en
 linea  recta  dos filas de casuarinas. En otoño se amarronan.  Por algo le dicen el
 árbol de la tristeza.
          Los dueños se fueron a vivir a un país vecino y nunca regresaron, ni se supo
 nada de ellos, tampoco vino ningún familiar a  ocuparse o interesarse por la casa.
          El viejo dientudo con naríz  de tucán y mentón adelantado, baja cada tanto al pueblo, para comprar algunos víveres y se queda hasta el atardecer. Ese día se pone
otro sombrero y las botas más nuevas.
          Suele contarle al cantinero y a los parroquianos que juegan a las cartas, algunas cosas raras que pasan allá arriba en la montaña.   Arruga la frente antes de empezar a hablar de un pájaro extraño, que aparece chillando siempre  a la noche delante de la
casa y vuela  del níspero al olivo y del olivo al níspero.  ¨Tiene  cara de mujer y cuerpo y mirada de lechuza, dice el viejo, -¨cuando lo miro,  esconde la cara entre las plumas, revolotea y ríe sarcásticamente¨ 
           Cuenta que una noche de luna llena, le disparó con una escopeta,  pero el pajarraco se metió en la casa y se perdió tras la puerta,  por la que había entrado. 
Dice que es una hechicera convertida en pájaro, porque esa misma noche,  él había salido a mirar los árboles y escuchó que el pajarraco le gritaba.¨
No me busques,  no me busques!!!   Porque me vas a encontrar!!!¨   y se reía provocándome y burlándose!!!, ¨ dice el viejo, ¨- y le tiré con la petaca que tenía en la mano¨. Ellos saben que el viejo se enginebra  desde temprano, pero a la vez sienten cierta curiosidad,  porque  también piensan que los borrachos no mienten.
           Una mañana tormentosa de invierno los arrieros  que  vadeaban  con sus mulas cargadas, encontraron un cuerpo flotando boca abajo, en las aguas del  Río Manso.
           Al darlo vuelta,  vieron que era el viejo de la casona. Tenía  toda la cara tan lastimada, como si hubiera muerto a  picotazos.

2 comentarios:

  1. Gracias Esteban por compartir tu pintura, me encantó !!!

    beso Josefina

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  2. Excelente cuento. Muy descriptivo y con un halo de misterio, que lo acompaño desde el principio al fin.
    Abel Espil

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