NUNCA MÁS
Caminaba presuroso por calle Urriola, faltaban
dos minutos para el cierre de los bancos. Debías hacer un giro urgente, se
agotaban sus finanzas.
Detenido en la esquina, esperaba al hombrecito
verde del semáforo para atravesar la calle. De pronto, entre la gente que
esperaba en sentido contrario, divisó un antiguo compañero de labores, digamos,
de nombre Antonio. Siempre lo tuvo en mucha estima. La primera intención fue
saludarlo, pero significaba que sus ingresos, se iban al traste. Con mucho
dolor desvió la mirada, fingió no haberlo visto buscando algo en su maletín
colmado de documentos. Prometiéndose, para el próximo encuentro, detenerse a
conversar con él.
Dos días después, circulando por calle
Esmeralda, en un kiosco de diarios, leyó la noticia. El fallecimiento de
Antonio luego de una crisis repentina. Todavía se pregunta si era más
importante aquella diligencia que lo privaba de recursos económicos por un día,
o detenerse a conversar con alguien a quien nunca más podría ver.
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