EL
ALBATROS
La espuma juguetea traviesa por la extensa
orilla, pero en el farallón escarpado, el soplo violento de Eolo lava incesante
la fría superficie oscura, inclemente, como un torbellino.
El albatros se ha posado en aquella cresta
irregular. Debe descansar de tan largo viaje. Regresa de soledades heladas, de
largos inviernos y cortos veranos. Mas, este lugar es conocido, fue en otra
vida, sin alas ni plumas. Allí estuvo, pero con larga cabellera y vestida de
mar. Lo conoció entre algas y moluscos que él recolectaba para su familia,
ellos lo convertirían en dinero para sobrevivir. El adolescente era casi un
Dios griego, hermoso y de profunda mirada de cielo.
Ella lo conoció, mientras flotaba blandamente
sobre el oleaje y, él buscaba afanoso aquellos frutos del mar. Ambos se
descubrieron en su soledad y se comunicaron con el lenguaje de los enamorados.
Los encuentros entre sol y luna los acercó aún en sus diferencias.
Hasta que un día su padre, el rey de las
profundidades, lo supo. El castigo fue severo, convertida en un hermoso
ejemplar abrigado con plumas, grandes alas y un poderoso vuelo que podía
devorar grandes distancias, fue desterrada a lejanos lugares.
Sin embargo, deseaba verlo una vez más, y
volvió a detenerse muchas veces en ese lugar sin conseguirlo.
Hasta que un día, avistó a un hombre de andar
cansino apoyado en su bastón. Un gorro negro cubría el blanco de su cabello.
Supo que era él en cuanto se acercó, y se dirigió directamente hacia el
farallón.
El transcurrir de sus tiempos había sido
diferente, para ella unos días. Para él, casi toda la vida. Pero ambos
prendidos a un
recuerdo.
La voz de un niño se escucha a lo lejos:-
¡Abuelo, regresa, no vayas a caerte entre las rocas!
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