Las Trampas de la fe
A 364 años del
nacimiento de la madre jerónima, historia, vida y obra a través del laberinto
multimedia, seducción que tiene aún resonancia intelectual y sensual de Sor
Juana, genio y figura, suma del milagro literario de síntesis, solución,
reconversión de enigmas, glosa de lo decible, voz réproba, su verdadera voz,
causa de desdichas que sufrió al final de su vida por castigos severos a sus
trasgresiones.
Juana Inés de
Asbaje y Ramírez de Santillana, nació un 12 de noviembre de 1651 en San Miguel
de Nepantla, Amecameca.
Lo que sigue,
hasta el final ha sido extraído de la obra fundamental sobre Sor Juana Inés de la Cruz, “Las trampas de la fe”,
de Octavio Paz, con miras a lección, meditación, aleccionamiento.
No todos los
días llega a manos del bibliófilo un libro de tal categoría, naturaleza y
consecuencia:
Afines del
siglo XVII había en la ciudad de México, según Gemelli Carreri, que estuvo allí
en 1968, veintinueve conventos de frailes y veintidós de monjas. La población
de la ciudad era de unos veinte mil españoles criollos y unos ochenta mil
indios, mestizos y mulatos. No debe extrañarnos el número de religiosos: ya que
para la mayoría de los frailes y las monjas el claustro era una carrera, una profesión.
Esto no significa claro, que hayan sido infrecuentes las vocaciones autenticas:
el temple del siglo era religioso como el del nuestro científico y técnico. La
función de los conventos era triple: la religiosa propiamente dicha, tal como
lo ejemplificaban las austeridades de los carmelitas descalzos: la mundana,
consistente en proveer de ocupación y destino a miles de hombres y mujeres que
de otra manera se habían encontrado sin acomodo; y la social: la beneficencia,
la caridad, la enseñanza. La obra de los religiosos en el dominio de la
educación fue inmensa. Apenas si es necesario recordar que desde el siglo XVIII
la Compañía
de Jesús fue la educadora de la sociedad criolla: la alta cultura novohispana
en los siglos XVII y XVIII estuvo marcada por los métodos y orientaciones de
los jesuitas. En los conventos de monjas el nivel intelectual era mucho más
bajo; la producción artística, filosófica y científica _con la conocida
excepción de Sor Juana Inés_ fue realmente insignificante. En cambio, las monjas
se distinguieron en la enseñanza de las primeras letras y en la educación
intermedia.
Gracias a las
religiosas hubo en México una cultura femenina, por más pobre que nos parezca
esa cultura. Las monjas también adiestraban a las niñas y a las adolescentes en
la música, el teatro, el baile y en artes y oficios como la costura, el bordado
y la cocina.
LA BIBLIOTECA ha excitado más la curiosidad de los biógrafos
que la colección. El padre Calleja dice que “su quitapesares era su librería,
donde se entraba a consolar con cuatro mil, que tantos eran los libros de que
la compuso casi sin costo. Porque no había quien imprimiese que no la
contribuyese uno, como en la fe de erratas”. Emilio Abreu Gómez encuentra
exagerada esta cita y, apoyado en una opinión de Doroty Schons, los reduce a
cuatrocientos. Me parece que Abreu Gómez leyó mal: es claro que Doroty pensaba
que, cualquiera que fuese la cifra, Sor Juana tuvo muchos libros. Así es:
aunque es imposible determinar su número, no hay duda de que Sor Juana reunió
una cantidad considerable de volúmenes. Calleja pudo exagerar, no inventar.
Aventuro unos mil quinientos, por lo menos. fundo mi suposición en lo
siguiente: Sigüenza y Góngora dejó al morir cuatrocientos setenta volúmenes,
que son pocos, pero Don Carlos era pobre y además, tenía a su disposición la Biblioteca de San Pedro
y San Pablo: Irving A. Leonard, por otra parte, cita el caso de Melchor Pérez
Soto, un simple maestro de obras, que poseía mil setecientos volúmenes. Leonard
agrega que las bibliotecas de las personas acomodadas eran aún más ricas. La
(llamada) celda de Sor Juana era un
apartamentito de dos pisos, alcoba y estudio (retrete se decía entonces), otra
estancia (que pudo servirle de salón y biblioteca), cocina y baño. Las piezas
eran espaciosas y de altos techos. En una “celda” de esas proporciones no era
difícil acomodar dos mil o tres mil volúmenes.
A pesar de su
extremado carácter intelectual, Primero Sueño, es el poema mas personal de Sor
Juana: ella misma lo dice en la
Respuesta: “No me acuerdo haber escrito por mi gusto, sino un
papelito que llaman El sueño”. El diminutivo no debe engañarnos. Es un poema
más extenso y ambicioso. Se desconoce la fecha de su composición. Apareció
publicado por primera vez en el II tomo de la las Obras en 1692, pero por lo
que ella dice ya desde antes era conocido y comentado. Debe de haber sido
escrito alrededor de 1685, cuando se acercaba a la cuarentena: es un poema de
madurez, una verdadera confesión, en la que relata su aventura intelectual y la
examina. En la Respuesta
(1690) el poema se llama El sueño, a secas; en la edición de 1692 el titulo se
alarma: Primero sueño, que así intituló y compuso la madre Juana imitando a
Góngora. Es difícil que el editor se hubiese atrevido a añadir el adjetivo primero,
sin mediar una indicación de la autora. Tal vez ella tenía pensado escribir un
Segundo sueño y de ahí la alusión a Góngora, autor de dos Soledades, la primera
y la segunda. Sin embargo, algunos críticos
piensan que el poema es una totalidad autosuficiente y que ni necesita
una segunda parte ni Sor Juana tuvo intención de escribirla: el adjetivo
primero es una intromisión impertinente de los editores.
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