viernes, 22 de julio de 2016

Luis Siburu-Argentina/Julio de 2016

El azafrán y la sirena

El joven murciano tenía una duda. Ir a pescar esa tarde a Cartagena o al Puerto de Mazarrón. Pero se definió por éste, dado que a la caída del sol podría comer los ricos churros de Carrañaca. Tomó las cañas, puso en marcha el Seat y allá se fue a ubicar en los montículos de piedras que rodean el lugar, bañado por el Mediterráneo.
En eso estaba cuando la línea tironeó fuerte y casi lo hace caer al mar. Miró hacia abajo y se encontró con una bella carcajada de mujer y un delicado brazo que pretendía ayuda para ascender desde la hondura de las olas que jugaban contra la costa, cansada ya ella de nadar desde un peñón cercano.
Al rato charlaban juntos tomando té moruno con hierbas aromáticas, en un romántico rinconcito de la teteria marroquí ubicada en el espigón. Intercambiaron nombres. Ella dijo que se llamaba Kimera y él le contestó que lo bautizaron Crocus.
Por supuesto que observando la belleza de Kimera, Crocus se olvidó de los churros y le propuso caminar completa la costanera. La distancia de punta a punta de la bahía daría tiempo para conocerse e intercambiar vivencias.
Los antepasados del muchacho eran griegos, de Salónica. A unos mil quinientos kilómetros, en línea recta, de la Alejandría egipcia de los antecesores de Kimera, aunque en realidad, como en todas las familias, sus árboles genealógicos les llegaban ya con las ramas algo torcidas, algunas rotas y otras imaginadas o inventadas. Seguramente muchos pueblos de oriente u occidente podrían decir que el origen de Kimera y Crocus les pertenecía. Así es la humanidad. Así es la historia. Se traslada boca a boca, dato a dato, con intereses, desvíos y matices.
Pero esa gran distancia entre pueblos y generaciones, se había achicado ahora a cinco centímetros, lo que separaba las manos de los jóvenes a punto de tocarse, con la mentirosa excusa de sostenerse sobre la deslizable arena.
El beso tardó un poco más en llegar, quizá porque la luna iluminaba demasiado o las farolas quitaban intimidad, pero la sangre de dos pueblos sufridos y guerreros en sus venas pudo más y ya estaban fundidos en un largo abrazo, tan largo que los camareros del cercano restaurant le brindaron olés y aplausos.
Colorados de vergüenza y rojos de pasión, volvieron abrazados hacia el centro. Crocus le dijo a Kimera que unos amigos le habían contado que en la calle Rueda había una pensión de una señora conocida como Pilar, que daba comida y alojamiento a los turistas. Quizás  podrían cenar allí y pasar la noche.
Subieron hasta el segundo piso, se presentaron y Pilar, al escuchar el nombre de ambos, le llamó la atención. Apagó el televisor donde escuchaba su favorito Telemurcia, pasó el trapo húmedo por la mesa y les dijo que se pusieran cómodos que ella volvía en media hora.
Se fue a la biblioteca de la casa, hojeó una antigua enciclopedia con los nombres escuchados y se le dibujó una sonrisa. Algo se le ocurrió en ese momento a la anciana cocinera para preparar un plato que relacionara más a la pareja en este primer encuentro de amor.
Ellos estaban aún pura caricia, cuando al rato retornó Pìlar con el grito entusiasmado de “ Chavales, este es el plato justo para ustedes…sopa de pescado al azafrán. Todo muy sencillo. Saqué del congelador un paquete de preparado de productos del mar. Agregué cebolla, tomate, ajo, puerro, zanahoria, vino blanco de Valladolid, pan, avellanas y almendras tostadas, aceite de oliva andaluz…y por último y fundamental… cuatro briznas del oro rojo del azafrán…un manjar…y no me digan que no les gusta o no lo van a comer porque en esta casa no se permite eso…Sus nombres me inspiraron…”
Los jóvenes se miraron y preguntaron a dúo…”¿Qué tienen que ver nuestros nombres con la comida que preparó?...
Pilar sentenció rápido…” No me van a decir que no sabían que Kimera significaba Sirena y que por Crocus se lo conocía al Azafrán…¿nunca les interesó saber porque le habían puesto nombres tan particulares?”
Entrecruzaron miradas. Parece que se habían elegido bien. Al menos había una sopa que los unía. En ese momento se animaron a preguntar…
-¿Podemos pasar la noche aquí?
- Por supuesto, acá el servicio es completo, es parte de mi negocio, tengo algo de Celestina…no se imaginan la cantidad de enamorados que han dormido en  esa habitación…y siguen juntos…y sirena y azafrán dan buen aroma…¿o no?

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