lunes, 22 de agosto de 2016

Josefina Fidalgo-Argentina/Agosto de 2016



                                                    EL PESCADOR


Mirko, con su temperamento enérgico, estira las redes con su fibrosa humanidad.  Tiene la piel morena y rugosa. El viento sureño le arranca el gorro de lana, que cubre su amplia frente.
Resaltan sus ojos claros bajo las tupidas cejas oscuras. Esos ojos claros que se pierden mirando las sierras y más allá del horizonte. Sentado en la escalinata de espalda al mar
suele  permanecer sumergido en sus pensamientos largo rato de descanso.

 Era un adolescente, cuando llegó de la sufrida Polonia , con sus padres y hermanos menores. Entusiasmado con el mar y la pesca, al llegar a Buenos Aires, decidió irse solo al sur, para poder trabajar  en las barcazas pesqueras. A pesar de gustarle la pesca,  le gusta leer sobre la  variedad de peces que habitan los mares y ríos de  los continentes.

Días bajo el  sol agobiante del verano,  inviernos de rudas tormentas y  fuertes vientos.
Las manos callosas, demuestran una seguridad para resistir los avatares de la naturaleza. Hombre ambiguo del mar. Nunca se casó, pero  tampoco le faltaron mujeres. Las conocía en los bodegones del puerto,  después de navegar varios días y noches mar adentro, bebiendo lunas y curtiendo soles.

Pero la última mujer  que conoció, fue con la estuvo más tiempo, la que realmente lo enamoró. Loriana lo sedujo con su larga cabellera ondulada. Sus labios carnosos, siempre muy rojos, lo invitaban a beber con su juego de sonrisa felina.
Ella  había llegado de la República  Dominicana  con una amiga, decidida a radicarse en el sur, para  trabajar de mesera.

Mirko  y Loriana  hablaban de  los lugares donde habían nacido y vivido sus  primeros años.  Así de a poco fueron forjando planes  futuros, para vivir juntos, formar una familia y viajar a sus  países de origen.

Cuando él debía alejarse por varios  días,  ella seguía despertando deseos y  desnudando pasiones.  La seguían visitando los hombres de otros barcos.. Ella quería juntar más dinero para  cuando ambos decidieran  cambiar  de lugar y de trabajo.

Hasta esa trágica noche lluviosa que volvió Mirko.  Esa noche, cuando los perros  ladraban  con tanta furia.  Justo, cuando  ellos  doblaban,  por la última esquina del callejón del puerto. Si no fuera por esa maldita noche, quizás hoy no estaría tan solo, si no hubiera sido por esa negra silueta que apareció, súbitamente con un filo plateado en su mano. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario