lunes, 22 de agosto de 2016

Nilo Gastón Fernández Montini-Jujuy, Argentina/Agosto de 2016



SIN LUZ
NO HAY SOMBRAS



Me despierta de pronto un resplandor que penetra a través de mi ventana. Me incorporo de la cama, todavía un poco adormilado, y me asomo por la ventana para ver de qué se trata. Hay un auto afuera, en el jardín, y sus luces apuntan directamente hacia mi habitación.
Hago señas desde la ventana. Alzando la voz le pido al conductor que baje un poco las luces. De seguro, pienso, se trata de alguien más que viene a hospedarse en el motel. No obstante, mis reclamos no surten efecto de inmediato, y las luces continúan encandilándome durante unos segundos más. Al cabo, alcanzo a divisar que una sombra discurre silenciosa por enfrente del automóvil, entorpeciendo durante un breve momento el molesto fulgor de los faroles: la sombra cruza de derecha a izquierda, y cuando por fin desaparece, también se apagan las luces del misterioso coche.
Cierro la ventana con prisa y también las cortinas, pues un miedo me invade de repente. ¿Acaso habré visto bien?, me pregunto asustado. Ni bien se hubieron apagado las luces creí ver, en el asiento del conductor, unos ojos encendidos en medio de la oscura noche; unos ojos brillantes y rojizos, como brazas ardientes.
Al cabo, mientras me siento sobre mi cama para tranquilizarme un poco, un fuerte viento comienza a desplegarse afuera, y la ventana se abre de golpe y con violencia. Comienzan a agitarse las páginas del libro que yace sobre mi mesa de luz. El viento las mueve, una tras otra, y cuando por fin cesa su soplido, el libro queda abierto en una página del capítulo trece.
Es un libro de magia negra. Se trata de la copia de un verdadero Grimorio, cuya información me será de vital utilidad para continuar mi reciente novela.  Y si bien el oscuro contenido del libro jamás me había causado verdadero temor, ahora tiemblo de pies a cabeza al comprobar que el capítulo trece trata sobre los demonios de sombras, seres con ojos de fuego cuya llegada siempre es precedida por un intenso resplandor, pues, sólo donde hay luz puede haber sombras.
De repente, mi habitación se enciende de nuevo con las luces del automóvil estacionado afuera. Al mirar por la ventana, cubriéndome un poco de la luz con mi brazo, la misma tétrica escena se desarrolla frente a mis ojos: una sombra cruza por enfrente del vehículo y, acto seguido, las luces del mismo se desvanecen. Pero esta vez, antes de que aparezcan ante mí los encendidos ojos del conductor, me encojo rápidamente, ocultándome bajo la ventana. Luego asomo lentamente mi cabeza para observar el exterior. El auto sigue estacionado allí afuera, apenas visible en esa oscuridad. Y aunque todo parece normal por unos segundos, casi desmayo del terror al comprobar que unas tenues luces comienzan a encenderse dentro del vehículo. Allí, en el lugar del conductor, aparecen de nuevo dos candentes brazas.
Me encojo de nuevo bajo la ventana, temblando de miedo. Se me pone la piel de gallina al oír una especie de aullido lastimero en el exterior. Cuando me incorporo, con la intención de salir corriendo de la habitación, en búsqueda de ayuda, me asalta de nuevo el intenso resplandor, así que de inmediato me lanzo hacia el suelo para que el demoníaco conductor no advierta mi presencia, si es que todavía no lo ha hecho.
¿Acaso saben  los demonios que estoy sólo en ésta habitación? ¿Acaso a ninguna otra persona le ha llamado la atención ese misterioso auto ahí afuera? De improviso, sopla de nuevo el impetuoso vendaval. La ventana se golpea con violencia mientras las cortinas se sacuden enloquecidas. Y las páginas del libro se agitan una vez más. Me arrastro por el suelo hacia la mesa de luz, y tanteando en la oscuridad logro tomar el libro. Alumbro las páginas con la tenue luz de la pantalla de mi celular, pues allí en el suelo la penumbra no me permite leer con claridad. Me asalta un pavor enloquecedor cuando compruebo lo que dicen las páginas del libro: de acuerdo a la información del Grimorio, los  demonios de sombras alertan a su víctima tres veces antes de lanzarse a capturar su alma.
Ya van dos avisos, pienso para mis adentros. Debo salir de aquí antes de que las luces se enciendan por tercera vez. Con el libro en la mano, me arrastro cuerpo a tierra hacia la puerta, tratando de no hacer ningún tipo de ruido que pueda delatar mi presencia. Debo llegar hasta la puerta, abrirla y salir corriendo hacia la recepción del motel, o hacia el bar, o hacia cualquier sitio donde pueda haber más gente. Los demonios de sombras sólo atacan a personas solitarias, evitando siempre, por algún motivo desconocido hasta ahora, los grupos de personas.
Sin embargo, cuando ya me encuentro a centímetros de la puerta, sucede algo que me cala los huesos y me hiela el pecho. Por la rendija debajo de la puerta puedo ver, aterrorizado, como se enciende una intensa luz en el pasillo. Es tan brillante que, aunque sólo discurre por ese estrecho intersticio hacia mi habitación, basta para lastimarme los ojos. Y luego sucede algo que me aterra tanto que casi fallezco ahí mismo. Por debajo de la puerta puedo ver que alguien, o algo, cruza caminando: una silenciosa sombra se traslada de izquierda a derecha.
Ahora se escucha de nuevo un aullido en las lejanías, y el viento sopla de nuevo con fuerza.
Comienzo a gritar, pues siento que algo está quemándome los pies. Y cuando me vuelvo para ver de qué se trata, percibo que una sombra de ojos rojos, y que tiene una boca con centenares de dientes, está masticándome las piernas. La sangre brota a borbotones, y todo se vuelve oscuro para mí.
Despierto de repente, confundido y adolorido, en el asiento del conductor de un automóvil que no me es familiar. Está todo muy oscuro alrededor. Aparentemente, estoy estacionado en lo que  parece ser un jardín, enfrente de una pequeña casa de huéspedes, por lo que puede leerse en un cartel.
Intento abrir las puertas del vehículo, pero me es imposible; es como si estuviesen selladas. Entonces intento dar arranque, pero el contacto tampoco funciona. Y después de tocar los diversos botones y palancas, compruebo que lo único que funciona son las luces altas. Me doy cuenta de que estoy alumbrando hacia la ventana de una de  las habitaciones de la pensión.
Me invade de repente una sensación rara. Un tipo se asoma por la ventana y me hace señas; creo que quiere que baje las luces. De repente corre un viento muy fuerte afuera, y un hombre extraño aparece de entre las sombras y cruza por enfrente de mi auto. Mientras lo hace, se vuelve hacia mí y me mira. Tiene los ojos encendidos con un color rojo brillante. Y cuando me sonríe, deja a la vista cientos de dientes filosos que brillan en la oscuridad.
Me invade de nuevo una sensación extraña, y entonces sonrío también. Al cabo, apago las luces del vehículo, y el tipo de la ventana se asusta y cierra las cortinas.
Sólo le quedan dos oportunidades más, susurro en voz baja.


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