sábado, 22 de julio de 2017

ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Julio de 2017



UN TROZO DE VIDRIO AZUL

           Siempre estaba sobre mi cómoda aquel antiguo florero de vidrio azul, presidiendo la cubierta, entre frascos de perfume y adornos. Este recuerdo de uno de mis antepasados lo consideraba como una herencia familiar. Fue de mi bisabuela materna a la que no pude conocer y de la que me separa más de un siglo.    
                  Pronto terminé un trabajo pendiente y me fui a la cama, pero antes de apagar la luz, no pude evitar observarlo a la distancia y un escalofrío me recorrió el cuerpo…                            

            Me incliné a recoger algo extraño que brillaba en el suelo, con una tonalidad que alertó mi vista. Era un trozo de vidrio azul que estaba en el suelo de la puerta principal de aquella enorme casa que debía ocupar. Se trataba de un trozo de  florero antiguo.
                      Una vez en el interior de la casona, me vi paseando por piezas grandes, muy altas, por donde el sol penetraba a través de las ventanas de guillotina, con vidrios cuadrados, pequeños, semejando varias ventanas en una. Mientras hacía mi recorrido por la casa, iba distribuyendo mentalmente los muebles que llevaría para convertirla en mi nuevo hogar.
                  Seguramente estaba sola, pues no se escuchaban voces ni ruidos que me distrajeran. Sin embargo, a medida que avanzaba, empecé a sentir un miedo que me sobrecogía sin motivo aparente, sólo era un presentimiento de algo indefinible, inespecífico y que no sabía a qué atribuirlo.
                      Finalmente lo deduje, era aquella, la última pieza en un extremo del largo pasillo. Antes de llegar a ese lugar debía terminar mi recorrido. No acertaba saber la razón de aquella aprensión. Estaba dispuesta a enfrentarme a lo que fuera, no obstante, intuía que estaba escondido en ese cuarto que causaba mi temor.
            Una vez terminada mi comisión, me armé de valor y me dirigí hacia aquel lugar. Abrí la puerta con rapidez y decisión. Inmediatamente mi piel se congeló de miedo. Mis pulsos se aceleraron y mi estómago se sumió en el vértigo.
                   Condensados en el éter, estaban todos los demonios conocidos en mi fértil imaginación infantil y adulta. No tenían presencia física, pero podía advertirlos con tal magnitud que sentía que me devoraban y yo no podía luchar contra ellos…
                 
                  Desperté bruscamente, transpirando un sudor frío y pegajoso. Con la sensación de un miedo irracional que alteraba mi psiquis.
                  Recé para calmar los estragos de mi pesadilla y al cabo de la segunda oración, logré conciliar nuevamente el sueño. En la mañana, al despertar, aún recordaba mi aterradora experiencia. Comencé a sacar conclusiones sobre este sueño reiterativo. En varias oportunidades anteriores había estado a punto de llegar hasta ese cuarto que escondía mis miedos. Sin embargo esta vez tenía las imágenes totalmente nítidas.
            Entonces, recordé algo olvidado en un recodo de la mente. Mi madre me contó que el esposo de mi bisabuela era un pastor luterano, demasiado apegado a su ministerio. Tanta fue la rigidez para con su familia que su mujer vivió un verdadero cautiverio hasta cuando sus hijos fueron adultos. Fue casi una esclava de un esposo frío e intransigente. Y precisamente en la pieza con que soñé, era el escritorio de su esposo y allí estaba el florero azul. Dentro de él, mi bisabuela dejó una nota de despedida. Un aciago día la encontraron colgando de las vigas del cobertizo. 

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