MI AMIGO “PATALETA”
“Vivir, es
recordar el pasado”
Su nombre era Raúl. Le decíamos
por sobrenombre “Pataleta” por su peculiar forma de caminar. Lo hacía como pato
de corral, con balances al lado izquierdo si adelantaba esa extremidad y al
lado derecho al dar el siguiente paso. En un principio fue sólo el “Pata”,
luego de un tiempo, derivó al “Pata de aleta”, para quedar finalmente como
“Pataleta”.
Era mi amigo, aunque un par de
años mayor, él tenía diez años y yo ocho, ello no fue obstáculo para realizar
cuanta diablura se nos ocurriera. Almorzábamos en la escuela y a las tres de la
tarde nos reuníamos, junto a otros niños, en el atrio de la iglesia, para urdir
algunas fechorías.
Recuerdo, que nuestro paseo
preferido era ir a la estación de FFCC., a esperar la llegada del tren carguero
que provenía de Coquimbo, repartiendo vituallas en las estaciones de la red.
Única forma de abastecer los pueblos del Valle del Elqui. El convoy llegaba a
las cinco de la tarde a Vicuña. Nos sentábamos sobre los rieles que
configuraban un corral para vacunos a presenciar las diferentes maniobras que
ejecutaba la locomotora para ubicar los carros en la vía de bodegas. Luego, la
máquina entraba en la tornamesa con fuertes resoplidos de vapor, como si
estuviera cansada. En tanto, una gruesa columna de humo negro surgía de la alta
chimenea, saturando el ambiente con agradable olor a alquitrán quemado. El
chirrido de los frenos nos indicaba que ya estaba en posición, para que cuatro
carrilanos hicieran fuerza para girar la pesada estructura dejándola en
posición para continuar su viaje con destino a Diaguitas y Rivadavia.
El regreso a casa lo hacíamos
por la vía férrea. Cazábamos lagartijas con lazos confeccionados con largas
pajas de teatina, en cuyo extremo hacíamos un bozal. Medíamos el animal con una
ramita dejándola ir. El que cogía la más grande ganaba y era llevado a la
“tota” (a la espalda) por un buen trecho.
Un día, el Párroco, le ofreció
$30 pesos al mes al “Pata” para que realizara el aseo del templo, y tocara las
campanas para anunciar la proximidad de la misa, de una novena, o funeral. El
campanario, hasta el día de hoy, se ubica en el tercer nivel de la torre.
Corría el mes de Noviembre de 1943, se celebraba el mes de María. El
templo se repletaba de fieles para rendir homenaje a la Reina de Chile. Durante
la misa se daba lectura a la “Oración para todos los días del mes”. Al
finalizar la ceremonia, la “Oración final”. La gran concurrencia que asistía al
oficio, dejaba bastante dinero en la “colecta” como también en las diferentes
alcancías recolectoras ubicadas a los pies de los altares laterales e imágenes
religiosas. “El pata”, a esa fecha, ya había egresado de sexto año y yo aún
cursaba el quinto. Por lo tanto, sólo le ayudaba por las tardes en el aseo. Mi
tarea consistía en sacudir el polvo de las imágenes que ornaban el templo. En
cierta oportunidad, observé que desde el borde de la alcancía de “San Judas
Tadeo”, sobresalía la punta de un billete. Lo tiré hacia fuera, ¡un poquito no más!
Mil cosas pasaron por mi mente. Miré los ojos del Santo, me pareció que decía
-“¡No, no lo hagas, es mi sueldo!”.- Lo dejé ahí. Al terminar la jornada le
conté al “pata” lo acontecido.
-“Vamos a ver” - y fuimos. Tiró
el billete, salió completo pero arrastrando a otro. “cara de palo” le dijo al
Santo -“Gracias San Judas, prestadito no más”- Sin embargo, no recuerdo que le
haya devuelto el dinero. Esa tarde compramos “pan de huevo” donde las señoritas
“Arratia”, veteranas que se ganaban la vida confeccionando dulces de membrillo,
de manzana y Pan de huevos. También compramos dos tarros de “leche condensada”,
nos servimos todo en nuestra guarida, en el quinto nivel del campanario.
Llegó Diciembre. El día 31 le
encomendó que esa noche; a las 24 horas, a su señal con la luz de una linterna,
repicara las tres campanas anunciando la llegada del nuevo año. Durante 3
minutos, recalcó - Coto, (ese era mi sobrenombre) -Ya sabí, te espero a las
11.45 en la torre para que me ayudí…”. “Listo “patita”, ahí estaré” - respondí.
Justo a medianoche el Párroco
dio la señal, y el “Pata” empezó el repique.
Tan-tan-tan, luego las tres
juntas sonaban más o menos así: tu-tu-tanto, tu-tu-tanto,
tu-tu-tanto-tanto-tanto; tu-tu-tanto, tu-tu-tanto, tu-tu-tanto-tanto-tanto;
tu-tu-tanto, tu-tu-tanto, tu-tu-tanto-tanto-tanto.
Pasados los tres minutos, el
sacerdote apagó la linterna, ¡estábamos “embalados”!. -“Ya Coto, te toca a ti.-
-Ya “Pata” a ti te toca”.- Así pasó media hora. Hacíamos el relevo sin perder
el ritmo. Hasta que nos cansamos.
Al bajar de la torre, nos encontramos con que el pueblo se había reunido
en el atrio para saber qué clase de emergencia anunciaban las campanas.
Monseñor, como podía, les hacía saber que no había tal emergencia. Cuando nos
vio aparecer, cogió una escopeta y nos agarró a escopetazos vociferando:
-¡Que el diablo se los lleve! ¡Bestias!.-
Arrancamos y desaparecimos bajo
un mar de risa…Pasó bastante tiempo para que se nos perdonara. Finalmente lo
hizo Don Tomás Guillermo Álvarez, Párroco de Vicuña, un verdadero Santo…
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