sábado, 22 de septiembre de 2018

Marianela Puebla-Chile/Septiembre de 2018


La ventana

La ventana se cimbra en los brazos del viento.
Los postigos apenas la sostienen
entre  columnas mohosas atacadas de herrumbre.
El frío la penetra una y otra vez, es insaciable,
roba cada visita, un trozo del último cristal empobrecido.

La ventana se agita, quiere volar al infinito,
abre sus hojas incitada por  pajarillos
que se cuelan en  noches  de luna
en busca de su corazón tibio.
Mas no puede, se queda allí, envejecida de tiempo,
bañada de  sudores y  lloviznas.

No tiene a dónde ir, no conoce nada,
ni siquiera el árbol que le dio la vida.
Sólo antiguos recuerdos vagan ciegos
en sus desvencijados recuerdos.
Tal vez fue el centro de las atenciones y  miradas,
cubierta de cortinajes de sueños,
lustrosa y llamativa en su cuerpo de madera
cuando  era parte de una familia pudiente.

Ahora todos se han ido,
ha quedado sola en la intemperie,
saqueada por inescrupulosos  duendes
que se apoderan de sus partes.
Siente desamparo entre la espesura de  noches
y   envolvente niebla de  madrugadas.
La soledad la visita constantemente
y le deja  un rastro de resignación.

Hoy ha descubierto a una enredadera
que  se empina de su tallo alargando sus brazos
y alcanzar el hueco por donde  se escapa
la esperanza.
Eso le da una pequeña luz en su roído pecho,
le da ánimo moviendo suavemente el marco
que aún puede sostenerla en sus brazos.

Entonces, deja que la brisa la penetre  y susurre su canción
arrancando el pedazo de cristal que tanto atesora,
lo deja caer al vacío, así la  naciente enredadera
pueda llegar a ella.
La aguarda con ansiedad,
usa el ulular del viento
y entona una melodía entre  sus hilos transparentes,
cual  madre arrulla a su bebé.

La ventana tiene otro brillo,
esta  cubierta de verde esperanza
y junto a su marco despintado,
brotan flores que la embellecen de orgullo.


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