lunes, 22 de julio de 2019

Ascensión Reyes, Cuento-Chile/Julio de 2019


EL PLACER DE LA VENGANZA

     Miró su reloj con desesperación. Aún contra su voluntad, llegó más atrasada que en días anteriores. Apenas cruzar la puerta, la esperaba un recado del jefe.
     Trabajaba en una empresa en donde se manejaban finanzas a nivel internacional. Desde cierta altura, los espacios ocupados por los empleados parecían una gran colmena, moviéndose cada uno en su propio recinto, separado de los otros por mamparos de vidrio traslúcido. Un escritorio personal con su respectivo computador, fotocopiadora y todos los elementos de última generación que permiten estar al tanto de  las transacciones económicas que se suceden en el mundo bursátil.
     Había llegado a esa empresa casi dos meses antes, recomendada por un pariente lejano comprometido por la gran estimación que tenía con su abuela, y también por las excelentes calificaciones que había logrado en su carrera de ingeniero comercial. Un diploma enmarcado en una pared del salón de su casa lo demostraba.
     Golpeó la puerta de la elegante oficina de su jefe superior – ¡Adelante señorita!- dijo sin levantar la vista del papel que tenía en sus manos. Luego de un momento de espera, pretendiendo causar expectación respecto a lo que debía decir, y adoptando un tono grave, continuó. -Lamento informarle que la empresa ha decidido prescindir de sus servicios. Sabemos de su competencia y de su excelente currículo, pero reiterados atrasos en la hora de llegada, crean un mal precedente entre el personal de la empresa.

     Ese día deambuló desorientada por el centro de Santiago, llevando consigo sus pocos efectos personales que manejaba en la oficina. Sus zapatos de taco fino y alta plataforma, los había reemplazado por las zapatillas con las que empezaba su diaria carrera matinal para llegar a tiempo al trabajo. Mientras caminaba, reflexionaba sobre el mal rato que le había significado perder su fuente laboral. Realmente la empresa tenía razón. No así su jefe, a quien había puesto en antecedentes de su problema con anterioridad. Su casa quedaba bastante lejos, y la locomoción era endiabladamente difícil para quienes debían trasladarse al centro de Santiago y llegar a tiempo al trabajo. Pero las cosas estaban así. ! El tráfico mañanero le había jugado una mala pasada!
Muchas amigas y parientes le habían aconsejado que se mudara a un departamento más cercano a su oficina. Sin embargo, para ella era muy difícil dejar sola a su abuela. Era la única pariente más directa, y a quien debía sus estudios y cuidado desde la adolescencia. Justamente ese día, había logrado subir al bus a fuerza de empujones, incluso en los forcejeos por trepar al bus, dejó a una anciana en la acera antes que el vehículo cerrara la puerta, ya en su interior no cabía ni un alfiler. El cargo de conciencia la acompañó durante varias cuadras, pero debió concentrarse en su persona, porque había percibido las miradas interesadas en su cartera, de un engominado jovenzuelo que llevaba un portafolio en sus manos.
     -Bueno, así tendrá que ser. Aunque él me prometió que como una compensación a la empresa, me podría quedar hasta más tarde para reponer los minutos de atraso. Y así lo estaba haciendo. Pero una compañera me insinuó que mi puesto estaba reservado para una amiga del jefe. Que no creyera mucho en su buena voluntad. ¡En fin, vaya una a saber! Lo único cierto es que ahora voy por la Alameda, sin trabajo, ni posibilidades inmediatas de obtener otro. Pero, no le haré asco a cualquier tarea y aunque sea de Asesora del Hogar, pronto encontraré algo, aunque sea momentáneo.


     El mal rato anterior, hacía que Clarisa tomara este paseo como una forma de relajación. Quería estar animosa antes de llegar a casa y contar a su abuela este panorama negativo. Quería mencionarlo sin darle mayor importancia al asunto. No debía preocupar a su Lela sobre algo que tendría pronta solución, a lo mejor no tan buena, pero solución al fin.
     De pronto le llamó la atención una larga fila de mujeres jóvenes. Mientras esperaban, parloteaban de todo, especialmente sobre cosas del corazón o de la última teleserie con mayor reiting. Pensó que se trataba para obtener un trabajo. Preguntó a un hombre que controlaba la puerta e introducía, de una en una, a las muchachas. El fulano le contestó de mala gana - ¡Esto es un Café con Piernas que se va a inaugurar el próximo mes. – en ese momento la miró, insolente, de arriba abajo. –Parece que se equivocó, ésto no es para usted.
     Clarisa no le contestó, pero muy en su interior ella se dio una respuesta. ¿Y por qué no, si la paga es buena? Y se dirigió al final de la larga fila a esperar y allí se instaló. Cuando estaba cerca del hombre de la puerta. Sacó del bolso sus zapatos de taco y se cambió de calzado nuevamente.
     Por fin le tocó el turno. La pieza tenía un escritorio sencillo, un poco destartalado y colmado de papeles en desorden. De un cenicero lleno de colillas de cigarrillo, humeaba uno a medio consumir. – ¡Hola! – Con voz seca y áspera la saludó una mujer de mediana edad, vestida con un traje oscuro y casi varonil.
      –Tú, vienes por el puesto, ¿sí?, ¿o por otra cosa? – Pensando que a lo mejor era una funcionaria de Impuestos Internos.- Claro que sí, vengo por una colocación. Pero primero quiero saber ¿Cuánto pagan?- La mujer, ahora la miró con más intriga. –Doscientos. Las propinas son personales. – Le contestó en forma escueta. -Bien, me quedo. - ! Oye, pero antes tienes que enseñarme tu mercadería!  Súbete las faldas hasta el bikini, colaless, o lo que uses. Por delante y por detrás.
     Clarisa tragó saliva, tratando de colocar toda su sangre fría. Debía pensar que este trabajo lo tomaba por un tiempo muy corto. Se subió la falda sin turbarse, incluso con un poco de desafío que impresionó favorablemente a la mujer.
     -Bien, quedas contratada. Vuelve la próxima semana a esta misma hora, y entonces haremos el contrato legal. En ese momento sabrás cuales van a ser tus funciones dentro del café.
    
     La tarde de la inauguración, lucía un coqueto trajecito que dejaba muy poco a la imaginación, sobre todo sus atractivas piernas. Clarisa, recorría bandeja en mano por entre los elegantes invitados al evento, de aquel nuevo y elegante Café con Piernas. En su mayoría eran varones de todas las edades. Predominando los mayores.
     A mitad del cóctel, vio con terror el ingreso de su antiguo jefe, quien la semana anterior, la había privado de su trabajo. Le llamó a curiosidad su apuesta sonrisa, el aspecto juvenil y desenvuelto al conversar con otros jóvenes que lo rodeaban. Al cabo de un tiempo, el hombre advirtió la presencia de la joven y enarcó una ceja al reconocerla. La saludó con una inclinación de cabeza, haciendo un recorrido descarado por todo su cuerpo, acompañado de una sonrisa maliciosa.
     Fue el comienzo de un asedio de miradas interesadas que la acompañó durante todo el evento. Pasado el primer instante, a Clarisa este detalle no le dio mayor importancia, y continuó su labor sirviendo tragos y canapés a todos los invitados.
     Después de terminada la inauguración, todo el personal debió quedarse a limpiar y ordenar el local, al día siguiente abriría sus puertas al público.

     Era tarde cuando se retiró del Café, la noche estaba fría. Iba vestida con ropa deportiva; ésta le daba un aspecto más juvenil que aquellas sobrias tenidas con las que debía presentarse en su trabajo anterior.
     Se dirigió a la parada de buses con el ánimo de esperar pacientemente el suyo. Mientras caminaba escuchó una voz conocida, la de su jefe: - Señorita Clarisa !espere, por favor!... aceptaría compartir un café en el negocio de enfrente.  Se detuvo sorprendida, y en un segundo sopesó la situación. Luego, con una sonrisa dio a entender su aprobación, mientras en su mente se fraguaba una dulce venganza que “comenzaría con un café y terminaría quién sabe dónde” y de la cual este hombre no saldría indemne.

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