EL PLACER DE LA VENGANZA
Miró su reloj con
desesperación. Aún contra su voluntad, llegó más atrasada que en días
anteriores. Apenas cruzar la puerta, la esperaba un recado del jefe.
Trabajaba en una empresa en
donde se manejaban finanzas a nivel internacional. Desde cierta altura, los
espacios ocupados por los empleados parecían una gran colmena, moviéndose cada
uno en su propio recinto, separado de los otros por mamparos de vidrio
traslúcido. Un escritorio personal con su respectivo computador, fotocopiadora
y todos los elementos de última generación que permiten estar al tanto
de las transacciones económicas que se suceden en el mundo bursátil.
Había llegado a esa empresa
casi dos meses antes, recomendada por un pariente lejano comprometido por la
gran estimación que tenía con su abuela, y también por las excelentes
calificaciones que había logrado en su carrera de ingeniero comercial. Un
diploma enmarcado en una pared del salón de su casa lo demostraba.
Golpeó la puerta de la elegante
oficina de su jefe superior – ¡Adelante señorita!- dijo sin
levantar la vista del papel que tenía en sus manos. Luego de un momento de
espera, pretendiendo causar expectación respecto a lo que debía decir, y
adoptando un tono grave, continuó. -Lamento informarle que la empresa ha
decidido prescindir de sus servicios. Sabemos de su competencia y de su
excelente currículo, pero reiterados atrasos en la hora de llegada, crean un
mal precedente entre el personal de la empresa.
Ese día deambuló desorientada
por el centro de Santiago, llevando consigo sus pocos efectos personales que
manejaba en la oficina. Sus zapatos de taco fino y alta plataforma, los había
reemplazado por las zapatillas con las que empezaba su diaria carrera matinal
para llegar a tiempo al trabajo. Mientras caminaba, reflexionaba sobre el mal
rato que le había significado perder su fuente laboral. Realmente la empresa
tenía razón. No así su jefe, a quien había puesto en antecedentes de su
problema con anterioridad. Su casa quedaba bastante lejos, y la locomoción era
endiabladamente difícil para quienes debían trasladarse al centro de Santiago y
llegar a tiempo al trabajo. Pero las cosas estaban así. ! El tráfico mañanero
le había jugado una mala pasada!
Muchas amigas y parientes le habían
aconsejado que se mudara a un departamento más cercano a su oficina. Sin
embargo, para ella era muy difícil dejar sola a su abuela. Era la única
pariente más directa, y a quien debía sus estudios y cuidado desde la
adolescencia. Justamente ese día, había logrado subir al bus a fuerza de
empujones, incluso en los forcejeos por trepar al bus, dejó a una anciana en la
acera antes que el vehículo cerrara la puerta, ya en su interior no cabía ni un
alfiler. El cargo de conciencia la acompañó durante varias cuadras, pero debió
concentrarse en su persona, porque había percibido las miradas interesadas en
su cartera, de un engominado jovenzuelo que llevaba un portafolio en sus manos.
-Bueno,
así tendrá que ser. Aunque él me prometió que como una compensación a la
empresa, me podría quedar hasta más tarde para reponer los minutos de atraso. Y
así lo estaba haciendo. Pero una compañera me insinuó que mi puesto estaba
reservado para una amiga del jefe. Que no creyera mucho en su buena voluntad.
¡En fin, vaya una a saber! Lo único cierto es que ahora voy por la Alameda, sin trabajo, ni
posibilidades inmediatas de obtener otro. Pero, no le haré asco a cualquier
tarea y aunque sea de Asesora del Hogar, pronto encontraré algo, aunque sea
momentáneo.
El mal rato anterior, hacía
que Clarisa tomara este paseo como una forma de relajación. Quería estar
animosa antes de llegar a casa y contar a su abuela este panorama negativo.
Quería mencionarlo sin darle mayor importancia al asunto. No debía preocupar a
su Lela sobre algo que tendría pronta solución, a lo mejor no tan buena, pero
solución al fin.
De pronto le llamó la atención
una larga fila de mujeres jóvenes. Mientras esperaban, parloteaban de todo,
especialmente sobre cosas del corazón o de la última teleserie con mayor
reiting. Pensó que se trataba para obtener un trabajo. Preguntó a un hombre que
controlaba la puerta e introducía, de una en una, a las muchachas. El fulano le
contestó de mala gana - ¡Esto es un Café con Piernas que se va a
inaugurar el próximo mes. – en ese momento la miró, insolente, de
arriba abajo. –Parece que se equivocó, ésto no es para usted.
Clarisa no le contestó, pero
muy en su interior ella se dio una respuesta. ¿Y por qué no, si la paga
es buena? Y se dirigió al final de la larga fila a esperar y allí se
instaló. Cuando estaba cerca del hombre de la puerta. Sacó del bolso sus
zapatos de taco y se cambió de calzado nuevamente.
Por fin le tocó el turno. La
pieza tenía un escritorio sencillo, un poco destartalado y colmado de papeles
en desorden. De un cenicero lleno de colillas de cigarrillo, humeaba uno a
medio consumir. – ¡Hola! – Con voz seca y áspera la saludó una
mujer de mediana edad, vestida con un traje oscuro y casi varonil.
–Tú, vienes por el
puesto, ¿sí?, ¿o por otra cosa? – Pensando que a lo mejor era una
funcionaria de Impuestos Internos.- Claro que sí, vengo por una
colocación. Pero primero quiero saber ¿Cuánto pagan?- La mujer, ahora
la miró con más intriga. –Doscientos. Las propinas son personales. –
Le contestó en forma escueta. -Bien, me quedo. - ! Oye, pero
antes tienes que enseñarme tu mercadería! Súbete las faldas hasta el bikini, colaless, o
lo que uses. Por delante y por detrás.
Clarisa tragó saliva, tratando
de colocar toda su sangre fría. Debía pensar que este trabajo lo tomaba por un
tiempo muy corto. Se subió la falda sin turbarse, incluso con un poco de
desafío que impresionó favorablemente a la mujer.
-Bien, quedas contratada.
Vuelve la próxima semana a esta misma hora, y entonces haremos el contrato
legal. En ese momento sabrás cuales van a ser tus funciones dentro del café.
La tarde de la inauguración, lucía
un coqueto trajecito que dejaba muy poco a la imaginación, sobre todo sus
atractivas piernas. Clarisa, recorría bandeja en mano por entre los elegantes
invitados al evento, de aquel nuevo y elegante Café con Piernas. En su mayoría
eran varones de todas las edades. Predominando los mayores.
A mitad del cóctel, vio
con terror el ingreso de su antiguo jefe, quien la semana
anterior, la había privado de su trabajo. Le llamó a curiosidad su apuesta
sonrisa, el aspecto juvenil y desenvuelto al conversar con otros jóvenes que lo
rodeaban. Al cabo de un tiempo, el hombre advirtió la presencia de la joven y
enarcó una ceja al reconocerla. La saludó con una inclinación de cabeza,
haciendo un recorrido descarado por todo su cuerpo, acompañado de una sonrisa
maliciosa.
Fue el comienzo de un asedio
de miradas interesadas que la acompañó durante todo el evento. Pasado el primer
instante, a Clarisa este detalle no le dio mayor importancia, y continuó su
labor sirviendo tragos y canapés a todos los invitados.
Después de terminada la
inauguración, todo el personal debió quedarse a limpiar y ordenar el local, al
día siguiente abriría sus puertas al público.
Era tarde cuando se retiró del
Café, la noche estaba fría. Iba vestida con ropa deportiva; ésta le daba un
aspecto más juvenil que aquellas sobrias tenidas con las que debía presentarse
en su trabajo anterior.
Se dirigió a la parada de
buses con el ánimo de esperar pacientemente el suyo. Mientras caminaba escuchó
una voz conocida, la de su jefe: - Señorita Clarisa !espere, por
favor!... aceptaría compartir un café en el negocio de enfrente. Se
detuvo sorprendida, y en un segundo sopesó la situación. Luego, con una sonrisa
dio a entender su aprobación, mientras en su mente se fraguaba una dulce
venganza que “comenzaría con un café y terminaría quién sabe dónde” y de la
cual este hombre no saldría indemne.
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