Rogelio
Ramos Signes responde “En cuestión: un
cuestionario” de Rolando Revagliatti
Rogelio Ramos Signes nació el 14 de diciembre de 1949 en La
Rioja, capital de la provincia homónima, República Argentina, habiendo
transcurrido su infancia en San Juan, capital, también, de la provincia
homónima, y su adolescencia en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe.
Desde 1972 reside en San Miguel de Tucumán, capital de la provincia de Tucumán.
Es miembro fundador de la Asociación Literaria “Dr. David Lagmanovich”. A
partir de 1982 dirige la revista “A y C” (Arquitectura y Construcción). Obtuvo
el Gran Premio Regional de Cuentos del Noroeste (2011), otorgado por la
Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación. Ha sido incluido en más
de cien antologías de poesía, narrativa y ensayos de diversos países (citamos “La ciencia ficción en la Argentina”, “Antología del cuento fantástico argentino
contemporáneo”, “Sleepingfish”, “The global game”, “El verso libre”, “200 años
de poesía argentina”, “Minificcionistas
de ‘El Cuento’. Revista de Imaginación”, “Poesía de pensamiento”, “El
Quijote de Tucumán”, “La vita in brevi”).
Fue el compilador del volumen “Monoambientes.
Microrrelatos del Noroeste Argentino” y co-compilador de “Ajenos al vecindario” y “Cuaderno Laprida”. En el nº 10 de la
revista “Minotauro” fue difundida su nouvelle “Diario del tiempo en la nieve” (Segundo Premio CACYF, Círculo
Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía, en 1984) y en el nº 13 de la revista
“El Péndulo” su nouvelle “En los límites
del aire, de Heraldo Cuevas” (Primer Premio “Más Allá” a la mejor novela argentina
de ciencia ficción en el bienio 1985-1986). Publicó el libro de cuentos “Las escamas del señor Crisolaras”, el
de microrrelatos “Todo dicho que camina”,
los de ensayo “Polvo de ladrillo”, “El ombligo de piedra” y “Un erizo en el andamio”, las novelas “En busca de los vestuarios” (Premio
ALIJA, Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina, al mejor
libro ilustrado, en 2005), “Por amor a
Bulgaria” (Primer Premio en el Concurso de Novela Breve 2008 “Luis José de
Tejeda”) y “La sobrina de Úrsula” y
los poemarios “Soledad del mono en
compañía”, “La casa de té” y “El décimo verso”.
1: ¿Cuál fue tu primer acto
de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
RRS: Mi primer acto de creación fue antes de aprender a escribir, cambiándole la
letra a las canciones que cantaban mis hermanas. Ellas (de ocho y diez años más
que yo) se enfurecían. Una vez que aprendí a escribir coseché los primeros
beneficios porque inventaba cuartetas obscenas para mis amigos, canjeándolas
por aquellas manufacturas para las que yo era un negado: una buena honda, un
autito fabricado con latas de sardinas, etc.
2: ¿Cómo
te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la
velocidad, con las contrariedades?
RRS:
Con la lluvia y con las tormentas me llevo muy
bien. Ambas me gustan, porque me despiertan la imaginación y me sumergen en un
ambiente acorde con mis sentimientos: por lo general no me agradan los días de
sol extremo.
Sin embargo mis recuerdos en relación con
las lluvias son tristes y jamás pude escribir sobre ello. Pasé mi adolescencia
en las afueras de Rosario, cerca del arroyo Saladillo, y sufrimos dos
inundaciones. En la segunda, con más de un metro y medio de agua dentro de la
casa, perdimos todo.
Con la sangre me llevo mal, me
impresiona.
Detesto la velocidad. Me he acostumbrado
a conducir con mis hijos pequeños sentados junto a mí, y siempre fui muy
prudente. En síntesis: luego de cincuenta años conduciendo sólo choqué una vez,
en un pueblo sanjuanino, porque la ruta estaba con arena y, a pesar de frenar
con tiempo, el auto igual se deslizó hasta dar contra un camión. ¡Única
experiencia de ese tipo! Eso sí, a mi vehículo lo chocaron varias veces.
¿Y cómo me llevo con las contrariedades?
Creo que son un clásico dentro de mi vida cotidiana. Supongo que más o menos
como en la vida de todos. Así que convivo pacíficamente con ellas, a sabiendas
de que en algún momento me van a salir de improviso a ponerme palos en la rueda.
3: “En
este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro
rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He
oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?...
RRS: Soy de los que ignoran qué cosa es la inspiración, y abogo permanentemente
por el trabajo. Lo que otros llaman inspiración, si es que estamos
refiriéndonos a nuestro oficio, es la actitud que tenemos los escritores frente
a la vida como testigos de determinados acontecimientos. Cosas que a otros se les
pasan por alto, porque no ven en ellas ni una pizca de fantasía, para nosotros
es el germen de una historia o de un texto que vendrá. Andamos siempre con las
antenas paradas. He ahí la diferencia, el terreno donde germina y da frutos eso
a lo que llaman inspiración.
4: ¿De qué artistas te
atraen más sus avatares que la obra?
RRS: Me atrae cómo manejan sus contratiempos los
músicos populares que actúan en varios lugares diferentes en la misma noche,
que sufren las mil y una en el camino, pero que suben al escenario con una
sonrisa.
Me gustan las historias de los colegas
que, al igual que yo, produjeron alguna obra casi sin darse cuenta, con piloto
automático, y resultó que ¡es su mejor obra! para lectores desprevenidos.
Me gustan los artistas plásticos que
tomaron imágenes de algún sueño sin saber que lo estaban haciendo.
Me gustan los descubrimientos casuales en
lo que respecta a avances en la salud. Esas historias tienen mucho que ver con
el realismo mágico de cierta literatura.
5: ¿Lemas,
chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
RRS:
Por lo general me agrada deconstruir los refranes
y clichés de la lengua cotidiana, quitarle su componente metafórico a ciertas
frases hasta dejar las palabras desnudas, a expensas del absurdo que genera la
lógica en estado puro. De hecho mi libro de microrrelatos “Todo dicho que camina” es exactamente eso: situaciones lógicas y
absurdas que cambian el sentido de frases hechas.
Ahora bien, en la charla cotidiana uno de
mis clichés más usados es: “De algo hay
que morir”, cuando una conversación entre amigos se convierte en un insoportable
compendio de enfermedades. Es mi manera de cortar por lo sano. ¡Detesto hablar
de esas cosas! También suelo usar, por oposición a mi edad, cuando ya sé que
nunca haré tal o cual cosa: “Ya sabemos
que tengo la vida por delante”. La mayoría lo toma como una frase de
esperanza y buena onda. Muy pocos se animan a retrucar con alguna humorada
afín. Pero siempre hay alguno que lo hace. ¡Esos son mis amigos más queridos!
6: ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente—
estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de
perplejidad?
RRS:
Me sigue pasando con “El Quijote”, que estoy leyendo por cuarta vez.
La primera vez fue una fea experiencia.
Hice una pésima lectura y por obligación en el colegio secundario.
La segunda fue por mi cuenta y por simple
curiosidad. Debo haber tenido poco más de treinta años y recuerdo haberme reído
muchísimo.
La tercera fue más o menos veinte años después.
Me reí muy poco y tengo presente que lloré en muchas partes. Quizás tenía que
ver con algún momento determinado de mi historia, o con el hecho de aceptar el
fracaso de algunos principios que había mantenido durante toda mi vida. ¡La
terrible funcionalidad del arte!
Esta cuarta lectura es más calma: tomo
notas, comparo, busco términos en algún diccionario de palabras olvidadas,
produzco otros textos a partir de lo que leo. En fin, sé que esta será mi
lectura final.
Me sigue emocionando la poesía de mis
“maestros a distancia”: Antonio Cisneros, Pedro Shimose, César Fernández
Moreno, Gregory Corso, Ezra Pound, Antonio Machado, Alfredo Veiravé, los poetas
del Siglo de Oro Español. Textos muy variados y de múltiples fuentes.
Me sucede lo mismo con algunas novelas,
además del Quijote de Cervantes; “La
muchacha de las bragas de oro” de Juan Marsé, “En la pendiente” de Markus Werner, “Zama” de Antonio Di Benedetto, “Martedina”
de Giuseppe Bonaviri, “La señora Calibán”
de Rachel Ingalls, “El último encuentro”
de Sándor Márai, “Pedro Páramo” de
Juan Rulfo, “Todos los nombres” de
José Saramago, “Lolita” de Vladimir Nabokov,
“País de nieve” de Yasunari Kawabata, varias novelas de
Murakami, más todas las que estoy olvidando en este momento. Con “Lolita” me ocurre lo mismo que con “El Quijote”, requiere diferentes
lecturas en diferentes edades, a veces con resultados totalmente opuestos.
Y cuentos: “Un día perfecto para el pez
banana” de J. D. Salinger, “El perro que nunca existió y el anciano padre que
tampoco” de Francisco Candel, “El evangelio según Marcos” de Jorge Luis Borges,
“Antártida” de Claire Keagan, “Los destiladores de naranja” y “Tacuara mansión”
de Horacio Quiroga, “El perjurio de la nieve” de Adolfo Bioy Casares, “Vecinos”
de Raymond Carver, y algunos otros que ahora tampoco vienen a socorrerme.
Y en cuanto a música, son incontables los
discos que necesito escuchar por lo menos una vez al mes; pero no quisiera que
esto se convirtiese en un listado de títulos y de autores.
7: ¿Tendrás
por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos
protagonista y que nos quieras contar?
RRS:
Siempre hay algún fracaso, en cualquier terreno y
no sólo en el de la literatura, que es mejor callar. Lo bueno es que se lo
puede procesar, maquillar y envolver para regalo. En fin, disfrazarlo hasta convertirlo
en confesión privada; escraches a uno mismo que seguirán siendo historias
secretas de las que nadie encontrará la llave exacta, sino apenas una que otra
ganzúa.
8: ¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?
RRS:
Me produce incertidumbre. Mi amor por lo
fantástico tiene mucho que ver con eso. A veces siento que la posteridad es un
componente de la ficción, otras veces la siento como lo opuesto, como una
realidad que llega a destiempo, que se ha convertido en una nueva metáfora de
la tristeza. En el mejor de los casos la posteridad es pariente cercana del
azar.
9: “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te
aplastan?
RRS: Me aplastan los caminos sin salida; no ver la luz al
final del túnel; la falta de posibilidades en el país que, por ser el nuestro,
amamos; el esfuerzo gastado en tareas inútiles dentro de una rueda de la que no
podemos salir; nuestro destino hámster.
De todos modos necesito
una vida tranquila, sin demasiados sobresaltos, para que mi imaginación pueda
correr a campo traviesa durante la escritura; para que allí dentro se generen
todas las tribulaciones y avatares, hasta convertirse en palabras más o menos
bien ordenadas.
10: ¿Para
vos, “Un estilo perfecto es una
limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus
Barga? Y siguió: “…un estilo es una
manera y un amaneramiento”.
RRS: Me gustan los estilos cuando funcionan como un
perfume, que algunos pueden descubrir sin que sea algo demasiado visible. En cambio
me molesta, y mucho, cuando es un cliché; por más que sea un cliché personal,
inventado por ese autor.
Creo que la repetición es
una manera anticipatoria de la muerte. Es horrible leer un texto inmerso en la
obviedad.
11: ¿Qué sucesos te producen mayor
indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te
hartan instantáneamente?
RRS: Me indigna (como a muchos, pero no a todos) la
injusticia que, por lo general, produce el dinero. La falta de oportunidades en
la que se mueve la gente de nuestro entorno, nosotros incluidos; ni hablar de
quienes no tienen ni siquiera esas escasas perspectivas. No soy un tipo
físicamente violento, pero puedo serlo mentalmente y desearle cosas horrendas a
quienes se mueven con impunidad amparados en la injusticia reinante. Así como
los milicos asesinos son un tema que para mí divide las aguas, sin
posibilidades de reconciliación; siento que algo parecido, aunque no tan duro,
me está pasando con quienes manejan el dinero de una manera mezquina y sin medida…
Tal vez por eso también escribo poesía, para tratar de cortar de alguna manera
el vacío discurso del poder.
Me hartan los ignorantes
que, una vez descubiertos, se jactan de su ignorancia; también la gente sin
opinión propia; los que no leen un libro o ven una película sin antes haber
tenido acceso a una crítica previa; esa repetición (digamos, universitaria)
donde tus trabajos sólo tienen valor si están sostenidos por un andamiaje
bibliográfico.
Me harta también el coro
de seguidores de gente mediocre. Los “me gusta” indiscriminados y los
comentarios sin freno que a diario vemos en las redes sociales.
Muchas cosas me hartan;
tantas que sería imposible cerrar la respuesta a esta pregunta.
12: ¿Qué postal (o postales)
de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?
RRS: La del niño lector, de clase media, que se hizo
culturalmente como pudo, a los ponchazos. La del músico frustrado. La del
tímido irrecuperable. La del inseguro que se inventó un personaje con el mismo nombre,
la misma edad e idénticos rasgos personales.
13: ¿En los universos de qué
artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras
elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como
personaje o de algún otro modo?
RRS: Me hubiese gustado que existiera y
haber conocido a la pulpera de Santa Lucía, que inmortalizó Héctor Pedro
Blomberg. También hubiese deseado escuchar las arengas entre lógicas y
desopilantes del licenciado Vidriera, de Cervantes. Haber asistido a la Casa de
las Bellas Durmientes que imaginó Kawabata, habría estado muy bueno; conocer a Francisco
de Quevedo, de quien se dice que a veces hablaba en perfecta rima, no en
desprolijidad rapera, sino en inobjetables alejandrinos, con sus
correspondientes hemistiquios y la acentuación exacta; intimar con las modelos
del fotógrafo checo Jan Saudek hubiese sido todo un galardón; o haber tocado un
instrumento en alguna pista de “Sgt. Pepper”.
14: El
silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación,
el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes
mencionado con algún criterio, orientación o sentido?
RRS:
Todos esos puntos son protagonistas de mi novela “Por amor a Bulgaria”.
Eso, llevado al acontecer cotidiano es,
en definitiva, una síntesis de la vida que vivimos; o al menos de la vida que
yo vivo, si dejamos fuera la intemperancia.
No sabría cómo recomponer tremendo
andamiaje cotidiano cuando siento que estamos obligados a correr sin freno en
un bosque invadido por la niebla. ¿Quién se salva de llevarse un árbol por
delante?
15: ¿A
qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la
acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
RRS:
Varios, porque ellos son mi espejo y envidia. Voltaire,
sin dudas; Sarmiento, también; Lichtenberg, eternamente; en lo literario,
Conrado Nalé Roxlo, sobre todo sus textos costumbristas y mordaces firmados
como Chamico; las anotaciones de Adolfo
Bioy Casares que, de alguna manera, son la puesta en palabras del insustituible
humor de Landrú.
16: ¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué
imprecisiones preferís?...
RRS:
No aprecio (porque no sé o porque no tuve una educación
clásica) la evaluación de la música con un sentido matemático, o como un
hallazgo de la neurociencia. Escucho música todo el día, y he llegado a
producirla intuitivamente, pero no dispongo de conocimiento para disfrutarla
y/o desmenuzarla desde otras perspectivas.
Me gustan las imprecisiones del “arte
encontrado”: la figura fugaz que nos entrega una nube, el microrrelato oculto
que aprisiona algún párrafo de una novela, el humor involuntario que surge de
hechos cotidianos.
En definitiva, me gusta y emociona lo
parecido, pero no lo simétrico. Dos senos femeninos ligeramente diferentes podrían
ser un buen ejemplo.
17: ¿Viste que uno en ciertos casos quiere
a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas
que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
RRS:
Aquello de “el hombre y sus circunstancias” puede
contener el quid de estas valoraciones, a veces momentáneas, a veces
injustificadas. No todo es igual en todo momento ni en todo lugar.
El hecho de no tener siempre una
justificación para mis amores o mis fastidios no me entristece. Sí me
entristece ser consciente del origen de mis rencores, que es punto tan distante
del amor como del odio.
18: ¿El mundo fue, es y será
una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en
su tango “Cambalache”?
RRS:
No desde mi punto de vista; porque, así
expresado, nos liberaría de responsabilidades a nosotros que somos los
verdaderos culpables de que el mundo haya podido ser una porquería, o de que
tal vez lo sea hoy, o de que quizás lo siga siendo en el futuro.
19: Por
la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los
tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?
RRS:
Jesucristo, Johannes Gutenberg, Miguel de Cervantes
Saavedra, Voltaire, Domingo Faustino Sarmiento, Camille Saint-Saëns, Patrice
Lumumba, Dolores Ibárruri, Albert Sabin, Ho Chi Minh, John Lennon, Amelia
Earhart, Dmitri Hvorostovsky, Jorge Luis Borges, Fidel Castro y varios que se
me escapan en este vuelo de pájaro, incluyendo igual a Marilyn Monroe que no
entraría en el casillero de “entrega a una causa o proyecto”, supongo.
20: ¿Qué
te hace “reír a mandíbula batiente”?
RRS:
El humor involuntario, sin duda. El que surge de
situaciones absurdas, que no fueron pensadas como tales. Los avisos
parroquiales, suelen ser un buen ejemplo en este sentido.
21: ¿Cómo
afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos
o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?
RRS:
No sé si llego a entender correctamente la pregunta,
pero creo que siempre estamos lejos del ideal, y eso es lo que nos lleva a
porfiar una y mil veces por aquello en lo que creemos, si no nos bastaría con
echarnos a dormir una siesta interminable e imaginarnos que eso es la vida.
En lo que hace a la literatura considero
que es más o menos lo mismo. Suelo decir, y es verdad, que me gusta la página
en blanco; entrar en ella sin preconceptos ni ideas. Tal vez ese sea mi mecanismo
para luego sentirme medianamente satisfecho con el resultado de lo que escriba.
Tenerlo todo planeado antes de ponerme a escribir me lleva indefectiblemente a
la desazón: mi imaginación siempre será mayor que mi capacidad para ponerla en
palabras.
22: El
amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido
relacionando con esos tópicos?
RRS:
Con el amor, bien; siempre estuve enamorado,
aunque no siempre los finales fueran felices.
Con la contemplación, bien; creo que esa
es la previa de muchos textos que luego escribí.
Con el dinero, mal; como cualquier
argentino de clase media que vive de su trabajo en un país dominado por políticos
y empresarios insaciables.
Con la religión, bien; gracias a mi padre
no tuve una educación religiosa; y aunque a veces siento que es una falta en mi
vida, la he incluido en mis preocupaciones literarias (un saco inagotable a
donde va a parar todo) y leo sobre diferentes religiones con cierto placer y
respeto.
Con la política, mal; sufrí mucho en el
último y más feroz golpe cívico militar del 76, perdiendo casi todo, y viendo
en la actualidad que mis camaradas (compañeros, correligionarios, etc.) de
entonces se reciclaron sin cargos de conciencia.
23: ¿A qué obras artísticas —espectáculos
coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales
o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
RRS:
Soy buen público para todo tipo de manifestación
artística. Si hay algo que me molesta en ello no son las obras en sí, sino los
presuntos entendidos y sus pavoneos que terminan convirtiendo todo en pastiche
de frases huecas.
Algo que suele aburrirme es eso a lo que
hoy llaman stand-up, pero que viene desde épocas inmemoriales con otro nombre o
sin nombre alguno. Son por lo general refritos de cosas escuchadas hasta el
hartazgo.
24: ¿Qué calle, qué
recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu
adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?...
RRS:
Añoro el camino desde mi casa hasta la escuela,
en la ciudad de San Juan, con todas las alternativas de su recorrido: casas de
mi barrio, un gran descampado, una calle de tierra profusamente arbolada, una
avenida peligrosa corriendo a la par de un canal de riego y finalmente la
escuela.
25: ¿Cómo
reordenarías esta serie?: “La visión, el
bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el
sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el
desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar,
por ejemplo, una microficción.
RRS: La ciudad, el pensamiento, la autenticidad, la
visión, la lengua, el bosque, la danza, la ceremonia, las miniaturas, el azar,
el desajuste, el sufrimiento, el sacrificio, la muerte.
Creo que en ese orden ya está el microrrelato para
mí, que a la vez es el camino opuesto que añoro en la respuesta a la pregunta anterior.
26: “Donde mueren las palabras” es el título de un filme
de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde
mueren las palabras?...
RRS:
En el tormento, en la enfermedad, en el hambre
que no se modifican con el sana-sana de algunas frases bien pensadas, aunque la
intención sea buena.
27: ¿Podés disfrutar de
obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas?
¿Pudiste en alguna época y ya no?
RRS:
Sí puedo. Lo que más deseo, dentro de cualquier
lenguaje artístico, es encontrarme con una obra que me sorprenda, que me
conmueva, que de alguna manera dé en el centro de mi gusto y necesidad; eso es
obvio. Si no se diese así, también soporto lo contrario: una obra que me
incomode. Lo que verdaderamente me resulta inaguantable es una obra compuesta
de obviedades… Si imagino lo que va a venir y es eso lo que viene, no me
interesa.
Hay artistas ideológicamente opuestos a
mí que si en su lenguaje no insisten con cuestiones panfletarias pueden llegar
a interesarme.
28: ¿Cómo te cae, cómo procesás la
decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo
que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y
luego no sólo no cumple sino que jamás alude a la promesa?
RRS: Es algo que siempre me ha dolido, y
mucho, pero como se trata de una actitud clásica en un gran número de las
personas que conozco (incluidos algunos amigos cercanos), he tratado de pasar
esa desazón a segundo plano, y ya no espero que se cumplan las promesas. Muchas
veces, también, me pregunto si yo no habré caído en ese formato sin haberme
dado cuenta; y, a pesar de que creo que no, cada vez hay más cosas que no
podría asegurar.
Me tranquiliza, eso sí, saber que les
doy a todos algo de mí; es decir, les doy mi tiempo. Lo malo es que cuando soy
consciente de eso, noto la diferencia y la decepción a la que hacés referencia
se hace presente.
29: No concerniendo al área
de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
RRS: Creo que eso ya está incluido parcialmente
en una respuesta anterior, donde menciono a Jesucristo,
Gutenberg, Lumumba, Sabin, Ho Chi Minh y Fidel. Pero esto podría completarse
con varias personas que fui conociendo a lo largo de mi vida, gente cuyo nombre
nada le diría a quienes lean esto; simples trabajadores que hicieron su tarea
con eficiencia y respeto por los demás.
En áreas más banales, si es que esta
respuesta puede desviarse hacia allí, admiro a algunos futbolistas de
Independiente, el club de mis amores. Podría sintetizarlos en uno: Raúl Emilio
Bernao.
30: ¿Tus pasiones te pertenecen o sos
de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos.
¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos
acorde a la gravitación?
RRS: Creo que ambas cosas, dependiendo de
diferentes momentos de mi vida. Priorizando siempre el trabajo, como único
medio de sustento para criar a mis hijos, pude poner mis pasiones en segundo
plano y dedicarles las escasas horas que podía. Liberado parcialmente de esas
obligaciones tengo mucho más tiempo para entregarle a mis pasiones, que son
mías, que me pertenecen totalmente.
31: ¿Qué artistas estimás que han
sido alabados desmesuradamente?
RRS: Escucho mucha música, de toda y casi
todo el día. En ese terreno hay muchos artistas que han sido alabados y que a
mí no me conmueven en absoluto, pero siempre pensé que es una cuestión de
gustos. Y me parece maravilloso que no todos gustemos de lo mismo, si no el
mundo ya se habría acabado en medio de guerras interminables por tener lo que
tiene el otro, o tal vez nos aburriríamos tanto por no poder escuchar otra
campana que nos sentaríamos a esperar el fin.
En música de rock, sólo por dar algún
ejemplo que complete la idea de esta pregunta, considero que la capacidad de
Jimi Hendrix y de Eric Clapton está sobrevalorada. La pintura de Salvador Dalí
no me sugiere demasiado. El premio Nobel de Literatura a Bob Dylan me parece
una barbaridad. Si querían premiar a un músico popular que hace literatura con
la letra de sus canciones, opino que Leonard Cohen lo merecía mucho más.
En nuestro terreno también se da por
épocas. Las novelas de Sándor Márai me aburren tremendamente, salvo “El último encuentro”, ni hablar de las
de Leonardo Padura. E históricamente, no termino de entender la devoción por
Marcel Proust.
32: ¿Acordarías,
o algo así, con que es, efectivamente, “El
amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito
lindo” de Luisa Futoransky?
RRS: El amor, al menos desde mi experiencia,
casi siempre fue asimétrico, desnivelado, a destiempo; muchas veces, la
añoranza del paraíso; otras veces, la imaginación de lo que podía ser y que
raramente fue.
Eso no impide que haya fugaces chispas
de simetría en el amor, que sería el paraíso añorado de la frase anterior.
33: ¿El
amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo
vespertino, la noche plena o la madrugada?
RRS: Depende para qué. Para descansar, la
siesta. Para alucinar, la noche.
34: ¿Qué dos o tres o cuatro
“reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las
artes nos propondrías?
RRS:
Por rubros: Mozart y Charly García, Borges y
Quevedo, El Bosco y Piet Mondrian.
Mezclados: Beethoven y Werner Herzog, San
Juan de la Cruz y Marilyn Monroe, Estanislao del Campo y Leo Dan.
35: Seas
o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...
RRS: Mi partida actual, o la de siempre, es la del peón
eternamente enamorado de su reina, dispuesto a jugarse la vida ante un rey
ocioso, a caballo o a pie, a riesgo de ser visto desde la torre por esos
alcahuetes llamados alfiles, incapaces de ir de frente.
*
Cuestionario
respondido a través del correo electrónico: en las ciudades de San Miguel de
Tucumán y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1250 kilómetros, Rogelio Ramos
Signes y Rolando Revagliatti, 2019.
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