Hugo Toscadaray: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Hugo Toscadaray nació el 26 de
agosto de 1957 en la ciudad de Buenos Aires, la Argentina, y alterna su
residencia entre su ciudad natal y el pueblo de San Antonio de Areco, provincia
de Buenos Aires. Integró los grupos literarios “El Taller del Sur – Resistencia
Cultural”, “Tome y Traiga” y “La Sociedad de los Poetas Vivos”. Poemas suyos
fueron incluidos, por ejemplo, en las antologías “Testigos de tormenta” (Colección Elefante en el Bazar, 1995), “Cuerpo de abismo” (Colección Elefante
en el Bazar, 1999), “Poesía en tierra”
(Editorial Fondo de Cultura Económica, 2004), “Canto a un prisionero (Antología de poetas americanos: Homenaje a los
presos políticos en Turquía)” (Editorial Poetas Antimperialistas, 2005).
Obtuvo primeros premios en España y Brasil, y entre otras distinciones, la
Mención de Honor del Premio Hispanoamericano del Diario “La Nación”, en 1998.
Fue traducido al inglés y al italiano. Colaboró en las revistas argentinas
“Amaru”, “La Carta de Oliver”, “El Aleph”; en “Babel” de Venezuela; en
“Prometeo” de Colombia; en “El Lagarto Verde” de México, etc. Fue
co-coordinador de dos cafés literarios en la década del noventa. Publicó los
poemarios “10 Tangopoemas y 3”
(Editorial El Cañón Oxidado, 1989), “La
isla de la sirena de las escamas de fuego” (Colección Elefante en el Bazar,
1995), “Naufragario” (Editorial
Turkestán, 1997), “Amantes zodiacales”
(Edición Premio Especial, 1999), “El
nadador unánime” (Editorial Fondo de Cultura Económica, 2004), “La balada del pájaro tinto” (Ediciones
del Viento, 2005), “Los pasajeros de
Renca” (Ediciones del Viento, 2006), “Fuego
negro” (Editorial Turkestán, 2011).
1 — ¿Cómo has ido (y venido)? ¿Cómo
vas?...
HT
— Cuando cumplí cincuenta
años me miré en el espejo, entonces vi señales que antes no estaban. Pero me
dije: El tiempo no existe. Luego recibí un llamado por el que supe que un amigo
muy querido había muerto. Pero me dije: El tiempo no existe. Después llegó mi
pequeña hija casi hecha mujer. Pero me dije: El tiempo no existe. Finalmente
giré la cabeza y vi que el camino hacia atrás era mucho pero mucho más largo
que el que tenía por delante. Pero ya no me importó porque lo que había detrás
era tan fuerte, tan poderoso, como aquello que aún estaba por venir.
Como he manifestado en otras
oportunidades, nací en el barrio de Villa Luro. Porteño por nacimiento y
andanza, virginiano por naturaleza y cronopio por decantación mágica (o al
menos es lo que me dijo Cortázar en el ‘84 tocándome el hombro).
Mi infancia (sus increíbles tesoros) y mi
barrio son mi andamiaje, mi única patria y mi bandera.
Soy un muchacho triste que siempre
anda contento.
He vivido en muchos barrios de mi
ciudad natal pero he dormido en todos.
También he vivido en el faldón del
Cerro Uritorco entre hippies y alucinados. Y además en la ciudad capital de la
provincia de San Luis donde conocí el insomnio y la desesperanza.
He trabajado en el puerto de Buenos
Aires muchos años junto a los barcos que alimentaron mi sed. Tengo un master en
supervivencia y otro en soñar despierto. Fui publicista, vendedor de perfumes
sofisticados, fundidor de iniciativas comerciales, burócrata y coordinador de
talleres literarios, empezando por centros barriales, hasta la Universidad
Nacional de San Luis. También ejerciendo el periodismo en diferentes espacios,
como las llamadas, en su momento, FM Truchas o en la FM Universidad, y en
distintas revistas y periódicos barriales. Hoy lo sigo haciendo en una radio
cultural y en desperdigados impresos.
Por definición callejera fui un
atorrante desde la adolescencia, es decir, una especie de fauno que deambulaba
por los bares en las noches de la gran ciudad, hasta que vino el fantasma del
paso del tiempo y me anunció con su matraca el fin del recreo.
Amigo fervoroso, bohemio
incorregible, dionisíaco en las mesas e intrépido en los funerales; simpático a
veces, cabrón muchas y melancólico siempre hasta la pesadilla.
Olvidé
cada fracaso para reincidir después en cada uno, tanto hasta lograr corporizar
al dolor para que fuera mi amigo.
Amo el rumor de los pájaros, la
solemnidad de los escarabajos, la música del agua y los abrazos, la rebelión de
los abrazos. Amo la lluvia, el perfume de las hojas quemadas en otoño y las
tormentas. Amo la noche, los bodegones hundidos en la noche, los barcos y los
puertos, las cocinas humeantes, las asambleas populares y el canto colectivo.
No hablo del odio, el rostro aciago
del amor, porque voto al amor y su faena; mas desprecio la injusticia y la
violencia cotidiana de los poderosos sobre los que no tienen nada. Aborrezco
además a los automóviles porque matan al hombre más que las fieras; a los
teléfonos porque carecen de piel y de temblores y a los aviones porque
despojaron del misterio a las enormes distancias.
No creo en dios alguno pero
parafraseando a Robert Desnós “Tengo un
profundo sentido de lo infinito, lo que me hace tan religioso como cualquiera”.
Pienso, por otra parte, que sin misticismo no hay arte. Todo poeta es místico.
Además de todo esto, voy enamorado.
2 — ¿Qué programas radiales estás
conduciendo? ¿Qué te demanda cada uno en su producción?
HT
— Cuatro son los programas a mi cargo en la FM Origen —Radio Cultural— 102.9:
“Las Cosas y los Días”: periodístico de noticias, lunes a viernes de 11 a 13
horas; “Alrededor de la Medianoche”: dedicado al jazz, lunes, miércoles y
viernes de 22 a 24 horas; “El Caballo en el Tejado”: dedicado a la poesía,
martes de 22 a 24 horas; “Casa de
Náufragos”: sobre el hombre y su entorno, jueves de 22 a 24 horas.
Con relación a la producción de cada
uno —porque soy el productor de mis propios programas—, lo que me demandan es
tiempo, concentración y —lo que más me exijo— el buen gusto. Hay programas como
el de 11 a 13, que me ocupa toda la mañana ya que debo levantarme muy muy
temprano, leer las noticias, elegir las que me parecen relevantes pero que
además se ocultan en los grandes medios, masticarlas, reflexionar sobre cada
una y a partir de allí armar el discurso comunicacional. A todo eso debo
agregar la elección de la música para cada una de esas noticias.
El caso del programa de jazz es bien
diferente porque lo que hago es elegir uno o dos intérpretes, buscar el
material biográfico sobre cada uno y luego la mejor parte: seleccionar la
música. En el caso del de poesía, el modus operandi es similar: opto por la
obra de un poeta, selecciono el material para dos horas de programa y le sumo
un intérprete para la música, generalmente instrumental, que acompañará los
textos.
Finalmente “Casa de Náufragos”, que
es el que más disfruto y —por los muchos y diversos comentarios que recibo— el
que más disfrutan los oyentes. Es un programa de tono intimista, lo que se
denomina “un programa de autor”. En él tomo un tema diferente en cada entrega,
que van desde La Soledad o La Infancia hasta La Guerra o Los Medios de
Comunicación, desde El Vino o El Tabaco hasta La Democracia o La Explotación.
Siempre es un tema central desde el cual expongo mis sentires y mirares.
También es el programa que mayor producción requiere, ya que cuenta con unos
veinte textos para cada noche de jueves y la particularidad del eclecticismo en
la música; nunca repito un mismo género en cada emisión: hay un tango, una
cueca, un landó peruano, música gitana, jazz, fado, chansón, en fin, trato de
acompañar cada texto con lo que emotivamente me lleva a una música y muchas veces
a una región particular. Como verás, Rolando, podríamos decir que es insalubre
pero eso sí: me mantiene despierto y muchas veces exultante.
3 — Siendo un veinteañero formaste
parte de “El Taller del Sur — Resistencia Cultural”. ¿Con quiénes, cómo resistían
en plena dictadura cívico-militar?
HT — Yo militaba en una organización
de izquierda (lo hice desde el 74, en la secundaria, hasta iniciado el nuevo
siglo) y estaba de novio con la que fue mi primera pareja. Ella es pintora y
vivía en Sarandí-Avellaneda. Nos movíamos en ese entorno de artistas y
bohemios. En el 79 decidimos estar en la calle con lo que cada uno hacía, de
ese modo tomábamos, por ejemplo, el Parque Domínico y montábamos la muestra de
pintores y la lectura de poemas, habitualmente parados en los viejos bancos de
mármol del parque. A veces alguien cantaba y otras, alguien bailaba. Esto lo
hacíamos itinerante, mudábamos la muestra cada domingo. Cuando aparecían “caras
extrañas”, nos íbamos. Te debo los nombres, alguien podría ofenderse con estos
recuerdos, es gente que dejé de ver hace mil años.
Lo que podría
agregar es que hacia el final de esta etapa y por contactos surgidos de ella,
comencé a frecuentar las oficinas de la Editorial Botella al Mar. Allí conocí y
confraternicé hasta su fallecimiento con Arturo Cuadrado; y con Francisco
Madariaga, Élida Manselli, Alejandrina Devescovi, Irene Marks, Francisco Squeo
Acuña, Carmen Bruna, Horacio Laitano, Eduardo Biravent, Carlos Giovanolla
(quien publicó mi primer poemario en su Editorial El Cañón Oxidado), y otros
cuyos nombres ahora se me escapan. El caso es que los jueves a la tarde/noche
en la oficina de la calle Viamonte se armaban unas reuniones formidables en las
que las conversaciones y la risa eran el centro.
4 — Pocos años después, durante el gobierno de Raúl
Ricardo Alfonsín, integraste “Tome y Traiga”, el grupo multicultural dirigido
por los poetas Armando Tejada Gómez (1929-1992), Héctor Negro (1934-2015) y
Hamlet Lima Quintana (1923-2002). ¿Cómo eran ellos entonces, de quién te
sentías más próximo, con qué palabras los evocarías?
HT
— El “Tome y Traiga” duró poco, una pena, era un buen proyecto. Nos juntábamos
al inicio en el sótano de “LiberArte” y al fin terminamos en el sótano de una
pizzería en Villa Crespo, que se inundaba con las lluvias porque estaba a la
altura del arroyo Maldonado, sobre la Avenida Juan B. Justo. Probablemente lo
más significativo de esa experiencia para algunos de nosotros haya sido que
funcionó como embrión de lo que muy poco después fue la conformación de La
Sociedad de los Poetas Vivos. En el “Tome y Traiga” nunca sacamos la cuenta
real del número de artistas y escritores pero éramos un montón. Había de todo,
poetas, narradores, músicos, bailarines, plásticos. En fin, era una movida que
iniciaron quienes nombrabas, tipos con un prestigio bien ganado como poetas
pero también como militantes del campo popular.
Tanto Armando
Tejada como Héctor Negro fueron siempre generosos y abiertos conmigo. Con
Armando discutíamos bastante, “sin perder jamás la ternura”, pero bastante. Era
habitual que reclamara de mí un “compromiso con la poesía popular” —cosa que
invariablemente yo desestimaba— y enfatizaba, además: “dejá el surrealismo porque eso distrae”. Cuando terminaban esas pequeñas
trifulcas, me abrazaba y me repetía que “a
pesar de todo” le gustaban mis poemas. Discutíamos, sí, pero también nos
reíamos mucho. Con Negro fortalecimos la relación con el paso del tiempo. Tuvimos
encuentros con más frecuencia en los últimos años que al inicio. Con quien
siempre me sentí más hermanado fue con Hamlet. Creo que tiene que ver con el
simple hecho de que Hamlet andaba más por el centro, por los bares que yo
frecuenté casi toda mi vida y era muy común, casi cotidiano juntarnos alrededor
de una ginebra y quedarnos hasta el amanecer hablando de las cosas de la vida,
como hacen los amigos.
5 — Como Lima Quintana, Tejada Gómez
y Héctor Negro, también poemas de tu autoría fueron musicalizados, en tu caso
por Carlos Andreoli, por Moncho Mierez. ¿Nos contás sobre esta arista?
HT
— Sí, y también por Hugo Pardo y por Juan Carlos Muñiz. Yo no soy letrista,
siempre lo puntualizo, soy un poeta que algunas veces escribe un poema para ser
cantado. Y eso es todo. No conozco las reglas de la letrística ni me desvela
conocerlas. Desde la infancia he tenido una asombrosa facilidad para la rima.
En mi casa natal se escuchaban canciones todo el día y deduzco que mi oreja se
acostumbró a eso. Para mí escribir una letra es un recreo; lo lúdico, me
distrae, y especialmente me saca de ese lugar fangoso del poema. Obviamente que
este comentario no va en detrimento de los letristas entre quienes tengo amigos
entrañables, ni debo aclararlo, pero escribir la letra de una canción no me
quita el sueño. El poema sí me quita el sueño.
6 — Aunque probablemente no te has
esmerado en difundirlos, tenés tu experiencia como bloguero: ¿cuántos blogs
tuviste, tenés, con qué perfil cada uno?
HT
— ¡Ah! Los blogs, claro, nunca lo menciono ni hago hincapié porque seguramente
me resulta algo natural. Un blog para mí es como sentarme con amigos a beber
algo y contarles qué poetas me gustan. Tengo uno de poesía contemporánea: El
Naufragario. Otro de poesía argentina: Las Cosas y el Delirio. Otro de poesía
del mundo: Infierno Alegre. Y otro en el que voy desde poemas más extensos
hasta ensayos o crítica poética: La Nube Centrífuga. Pero hay más: uno con
poemas míos que muy raramente expongo; otro con textos de mi programa radial:
Casa de Náufragos; y otro muy querido: Andanzas y Abismos de Monsieur
Saralegui, en el que aparece toda mi veta callejera, toda la cosa del barrio,
en fin, el humor que me ha salvado la vida infinidad de veces.
7 — ¿Observaciones, anécdotas
originadas en encuentros de poetas en los que hayas participado?
HT — Concurrí a encuentros de poetas
desde muy temprano. En Capilla del Monte, Chilecito, Monteros, Luján de Cuyo,
Rosario, Gualeguay, Santa Fe, Mendoza, San Juan, Neuquén, distintas ciudades
del interior de la provincia de Buenos Aires: desde hace más de treinta años
que ando con la mochila llena de gente. En las anécdotas no voy a detenerme
porque podría llenar un libro con ellas. Pero puedo
contar una a modo de ejemplo: El primer encuentro nacional de poetas al que es
invitada La Sociedad de los Poetas Vivos se realizó en Luján de Cuyo, provincia
de Mendoza, en 1991. Hacia allí partimos Marcos Silber, Carlos Carbone, Jorge
Propato y yo. Eugenio Mandrini, que es como decir “mi padre”, siempre reacio a
viajar lejos, se quedó en Buenos Aires, y en Mendoza nos esperaba el otro
integrante del grupo, Carlos Levy (años después, ya en este nuevo siglo, se
sumó Santiago Espel). La cosa es que cuando el micro —en el que viajaban cuatro
monjas y siete gendarmes, detalle que nos llevó a bromear todo el trayecto—
efectuó la primera parada en Pergamino, pedimos papas fritas. Nos trajeron un
paquete de papas saladas y no hubo modo de que el mozo entendiera que era otra
cosa lo que habíamos pedido. En la segunda parada, en Villa María, sucedió
exactamente lo mismo: un calco. Cuando llegamos a la terminal de Mendoza, ya
desesperados por una fuente de papas fritas, nos metimos en el primer comedero
que encontramos. Pedimos una fuente de papas fritas y nos trajeron un paquete
de papas saladas. Fue una larga semana sin esas papas y nuestro deseo había
cobrado ribetes de desproporciones, se convirtió en un tema central. El último
día, parados frente a la combi que nos llevaría a Mendoza, nos llamó la
atención que Marcos —el más puntual de nosotros— no apareciera. Minutos después
hizo Marcos su entrada épica: portaba una enorme bolsa con papas fritas después
de convencer al dueño de una rotisería que las hiciera cuando el hombre ya estaba
cerrando su negocio. Nunca sabremos cuánto le costó esa fritanga.
Pienso que los
encuentros sirven para eso, para encontrarse con seres con los que uno termina
hermanado y también, vale decirlo, con desencuentros con otros seres. A mí
personalmente (y eso que soy de Buenos Aires y uno erróneamente da por sentado
que en Buenos Aires estamos todos) me ha servido para conocer en otros sitios
gente maravillosa, a la que quisiera ver más seguido. En resumen, los
encuentros sirven para escuchar y conocer otras voces, otros tonos bien
diferentes al de uno y entre sí, pero fundamentalmente para entrelazar afectos
que han de ser, muchas veces, indestructibles.
8 — Hay un Toscadaray dramaturgo. De
refilón he sabido que una pieza tuya se titula “Paradero Singapur”. Contanos,
Hugo, sobre ella, si se estrenó, de qué trata, y eventualmente sobre otras que
pudieras haber escrito.
HT
— ¡Uh, bueno! Durante mi residencia en el barrio de San Telmo (casi dos
décadas) me relacioné con personas de teatro vinculadas al Teatro Escuela.
Cuando supieron que escribía, uno me pidió un monólogo para presentar en clase.
Ése gustó y llegó otro pedido. Y luego otro. Así es como empecé a escribir
monólogos. Hasta que una muy querida amiga con un cargo en el Instituto
Nacional de Cine y muy conectada con ese ambiente, me preguntó si me animaba a
escribir una obra de teatro. Yo era joven e inconsciente y le dije que sí. La
obra en cuestión se llamó “Paradero Singapur”. En el fondo no era otra cosa que
un pariente de “Esperando a Godot”,
pero estaba bien y le gustó al productor cuyo nombre —gracias a los dioses— he
olvidado. El productor en cuestión un día desapareció con el original (era el
único ejemplar, porque en esos tiempos era caro hacer cien fotocopias), y por más
que con mi amiga lo buscamos, el tipo y la carpeta se hicieron humo. Es el
motivo por el cual no quise escribir nunca más teatro. Seguramente el espíritu
de Moliere debe estar muy agradecido.
9 — Un domingo por la tarde, mateando
en mi casa con cuatro personas más, algo nos empezaste a contar sobre una
novela que te gustaría escribir, sobre personajes de ella de los que te valés
para expresar ciertas ideas y opiniones y aspiraciones. Ahora tenés todo el
espacio para pormenorizar sobre esa novela y sus personajes.
HT — Sí, recuerdo la charla. Aquí
valdría una introducción. Tengo una teoría sobre mí mismo y es la siguiente: de
pibe yo quería ser músico, mis padres me mandaron al conservatorio y era muy
bueno en solfeo y teoría pero mis manitas no obedecían y aunque incursioné en
alguna banda barrial de rocanrol, desistí. Derrotado por mi torpeza decidí que
debía ser pintor, amo la pintura. Mi ex mujer es pintora y además nieta de
Miguel Diomede, uno de los padres del impresionismo argentino, pero mi torpeza
de nuevo me indicó que no me alcanzaba con los parentescos prestados y me
decidí por la escritura. Comencé con la narrativa, relatos fantásticos y
siempre breves. Algunos llegaron a publicarse en revistas literarias, de esas
barriales. Pero si tenía que extender el relato lo dejaba a medio hacer. Me
agotaba. Así descubrí que lo mío era la poesía. O como decía un narrador
chileno amigo mío: la poesía es fácil porque hay que escribir poquito. Es decir: llegué a la poesía de la mano del puro fracaso,
fue mi último recurso.
Ahora en serio: creo que soy poeta
porque pasé por todas esas disyuntivas sin las cuales no hubiera encontrado mi
propia voz, pero fundamentalmente lo soy porque la palabra es lo que mejor me
define.
Lo de la novela —y lo anterior venía a
cuento— es una idea de muchos años que nunca termino de comenzar por el
esfuerzo que —descuento— me implicaría. Los personajes son los mismos que
aparecen en uno de los blogs que ya mencioné: Andanzas y Abismos de Monsieur
Saralegui. Y ellos son personajes que me acompañan
desde hace décadas, personajes que he utilizado no sólo en la escritura de
relatos, no sólo en las redes sociales, sino también en uno de mis
programas de radio. Monsieur Saralegui, don Lupercio, Joe Cannabis, Nina
Molotov, el viejo Torrejona o el ñato Partagás, entre otros, son personajes que
se desenvuelven en un mundo de conversaciones bizantinas, divagaciones variadas
y acciones bizarras. Tengo muchos capítulos por terminar y lo más importante:
tengo el inicio, el nudo y el remate, es decir: una historia que contar. Pero
por todo lo que enumero antes, me da fiaca. Quizá algún día pueda sentarme y terminarla. Ya que lo pedís, Rolando, y como muestra, dejo aquí
uno de los breves diálogos que se dan entre capítulo y capítulo:
“¡Vamos
a armar un poco de bardo, hablemos de arte! Dijo en alta voz Monsieur Saralegui
mirando de reojo a don Lupercio y a Joe Cannabis que se apoderaban sin disimulo
de unos bocadillos vascos rellenos de anchoas y se servían sin detención un
borgoña bien grueso que estaban sobre el mostrador del bar Los Bizantinos, valiéndose
de que el viejo Torrejona —agachado y sin poder verlos— acomodaba sus célebres
almorranas. ¡Ojo, lo van a destronar, Saralegui! Gritó el japonés Brailowsky
mientras aprovechando la distracción del adversario “repatriaba” en el tablero
un alfil que le habían comido 5 minutos antes.
— Le
cuento, don Lupercio, que en el locutorio de las hermanitas Molotov, Cannabis y
yo escuchamos a uno diciendo que es poeta o algo así y el tipo gritaba en la
cabina que no lo inviten a lecturas ni encuentros ni festivales de poesía
porque “él está en el futuro”. Qué paparulo ¿no? ¡Si está en el futuro cómo lo
van a invitar ahora! ¿Usted qué piensa?
— No
le puedo decir nada, Saralegui, yo miro una botella estacionada y me da
vértigo. ¿Quién era el poeta?
— No
sé, no lo conocemos, don Lupercio. Usted sabe que yo me la paso leyendo y leo y
leo tanto poeta minimalista, tanto fen shui, tanto sushi, tanto poema bambú y
no me lo creo. Qué se yo, no sé si será amarretismo expresivo o pura moda o las
dos cosas juntas. No hay extrañeza, no hay revelación, no hay impulso. Pienso
en los poetas que me acercaron a la poesía y me entra una tristeza que ni le
cuento. Y claro, a esta época le conviene que los poetas sean unos dormidos, no
vaya que se les dé por romper algo. ¿Y usted qué me dice de este tópico, don
Lupercio?
— Lo
que yo puedo decirle es esto, Cannabis: la heladera Siam 90 fue lo más bendito
que este país nos ha dado.
— Cambiando
de tema, hace tiempo le quiero hacer una pregunta: ¿Usted alguna vez tuvo automóvil,
don Lupercio?
—
¡Pero no, Saralegui, si yo siempre viví en Villa Luro!”
10 — ¿Qué es lo que más te ha
importado —por así decir— y te importa de la poesía?
HT — Lo que más me ha importado
siempre es la poesía (quienes me conocen lo saben y algunos hasta lo han
sufrido), pero la poesía en su estado vital, algo de ella que no se momifica en
la escritura sino que se continúa y extiende: las impresiones, las emociones,
los gestos, lo sutil y lo espeso, lo que flota o se arrastra. Lo que rechaza o abraza. Los datos, los números,
lo probatorio de los objetos siempre han sido para mí un obstáculo o una prueba
por demás insuficiente de lo inatrapable. Es decir, descarto, me quedo al fin
con lo que más me interesa: la búsqueda de la trasparencia.
11 — Rozás el tema de que no poseés
ni un ejemplar de algunos libros de tu autoría.
HT
— Soy un tipo sumamente descuidado en estas cuestiones, y a tal punto lo soy
que, en efecto, ni siquiera he guardado para mi biblioteca un ejemplar de cada
uno de mis libros (ni qué hablar de revistas y artículos en diarios). Como
ejemplo de esto creo que es significativo que jamás guardé ni diplomas ni objetos
ni premios que fui desperdigando en las manos de las personas que quiero. Es
decir, que hay libros míos que yo no tengo, con excepción de “Tangopoemas” y “Naufragario”, porque mis viejos conservaron un ejemplar de cada
uno, y de “Fuego negro” porque es el
más cercano en el tiempo y mezquiné los últimos ejemplares.
12 — ¿Thelonious Monk (1917-1982),
Ella Fitzgerald (1917-1996), Django Reinhardt (1910-1953), Nina Simone
(1933-2003), Enrique “Mono” Villegas (1913-1986) o Billie Holiday (1915-1959)?...
HT
— Al “Mono” Villegas tuve la suerte de escucharlo
muchas veces en vivo y el mejor de esos recuerdos fue durante un ciclo que hizo
Manolo Juárez con diferentes pianistas. Una noche compartieron el escenario, la
música y los chistes dos tipos geniales, uno era el “Mono”, el otro, el “Cuchi”
Leguizamón. Aquello fue de antología.
Con respecto a las
cantantes tengo una particular debilidad por el estilo desgarrado de Billie
Holiday y gran admiración por la capacidad de la Fitzgerald —como de Sarah Vaughan—, especialmente cuando encaran el scat. Pero mi
cantante de jazz preferida es Carmen McRae porque al escucharla a ella sola,
las escucho a todas. De Django Reinhardt puedo decir que la mixtura entre su
enorme talento y su historia personal, es decir: las dificultades que limitaban
su expresión, lo convirtieron en un músico indispensable, aunque —debo ser
sincero— el hot jazz no es de mi preferencia.
Ahora, si de todos
los admirados músicos e intérpretes que mencionás debo elegir a uno para hablar
de jazz, sin pestañear lo elijo a Monk. Porque Monk define el espíritu de lo que en mí
sucede frente a la magia de la improvisación y especialmente en el bebop, que
es —dentro de mi canal emotivo— el jazz por excelencia. Estos locos que un día
inventaron una música para que los blancos no se la robaran como había sucedido
con el swing, entraron en mi adolescencia con una coctelera de fuego. Bird,
Dizzy, Monk, Bud Powell, Mingus y algunos otros me señalaron los caminos de la
rebelión del espíritu, como lo hicieron casi al mismo tiempo los poetas
surrealistas. Gracias a esa etapa entre los catorce y los diecisiete años
aprendí que en el espacio entre mi cabeza y mi corazón cabía todo lo que podía
imaginar y también lo que aún no había imaginado. Al fin y al cabo fue Monk
quien dijo: "Hay luz porque siempre
es de noche". Ahí está el poema.
13 — El vino y la ginebra son un par
de bebidas alcohólicas que ya han sido nombradas. Y un poemario tuyo que
permanece inédito se titula “El whisky
desnudo”. ¿Nos contás de ese whisky,
de esa desnudez? ¿Otros libros tenés ya cerrados y a la espera de difusión?
HT
— Bueno, si vamos a tocar este punto antes debo
decir que mi libro “Naufragario”,
publicado en el 97, es un largo trayecto no sólo por los puertos, no sólo por
las diferentes partes del cuerpo femenino sino además, un largo recorrido por
todas las bebidas alcohólicas que conozco. Ahora bien, “El whisky desnudo”, que no refiere ya a alcoholes sino a la condición
humana, es una sucesión de poemas muy breves y forma parte de un libro aún
inédito que consta de seis poemarios.
Mientras espero de
alguna editorial la absolución para este libro, sigo trabajando en otros dos
flancos: uno es “Elogios”, al que
estoy dejando escanciar ya que si la palabra es tirana conmigo, no lo soy menos
con ella cuando dejo en un cajón poemas para que se aburran y entiendan que si
quieren volver a salir al recreo tendrán que hacerlo con los bracitos abiertos.
Y otro muy reciente que nace de una estadía durante el verano con mi compañera,
la poeta Laura Ponce, en la selva misionera, en el llamado “corredor verde de
la selva paranaense”. Una experiencia —para mí— de gran conmoción, en el medio
de la nada o mejor dicho, justo en el centro del todo.
14
— ¿Cuáles son tus preferencias en el terreno de la narrativa en castellano y
tus autores favoritos?
HT — A ver.
Nací en una casa en la cual mi padre leía el diario todos los días y mi madre
coleccionaba recetarios de cocina, pero era una casa sin libros. Aprendí a leer
de las revistas de historietas, cuando comencé la primaria lo hacia de corrido.
Mis padres, por suerte, notaron por un lado que mi tempranísima verborragia
respondía a alguna cosa extraña que me llevaba a degustar y repetir ciertas
palabras como si fueran chocolates, y por el otro advirtieron mi avidez por
encerrarme a leer. Fue así que compraron la colección Robin Hood y una
enciclopedia en tres tomos que devoré en el trascurso de esos primeros años. Y esos
eran los únicos libros que había en mi casa. Al cumplir doce años recibí un
regalo que me llevó a descubrir que había “otra” literatura, un libro de
cuentos de Julio Cortázar: “Todos los
fuego el fuego”, que leí y releí hasta que alguien se dio cuenta que debía
ampliar mi biblioteca. Aquí me detengo y hago una observación: estamos hablando
de la década del ‘60, pleno auge de la literatura latinoamericana o el “Boom”,
como se lo llamaba entonces. Esto significa que de Cortázar pasé a Gabriel García
Márquez y de ahí a Alejo Carpentier, Manuel Scorza, Augusto Roa Bastos, y aquí
me detengo para no seguir una lista de nombres esperables. Pero esos mismos
nombres —su escritura—, como es de suponer, me llevaron al otro lado del
océano, a otros mundos posibles y también hacia el propio territorio, hacia
adentro. Y así me enamoré de la escritura de Leopoldo Marechal, quien también
me llevó a otros territorios. Y Borges, el narrador, que llegó para quedarse. Luego
aparecieron Haroldo Conti, Daniel Moyano, Juan José Saer. Más cerca en el
tiempo, Andrés Rivera o Ricardo Piglia. En fin, diré una obviedad: quien ama
leer tiene muchos súper héroes.
15 — ¿A dónde pudieran llevarte los
vocablos “crudívoro”, “razonable”, “provecta”, “inercial” y “estaca”?
HT
— No necesariamente todas las palabras me llevan a un
lugar en particular y cuando una palabra me traslada es desde el sonido, no
desde el sentido. En más de una ocasión he planteado que las palabras no son otra
cosa que artefactos, artefactos para alzar o derribar el poema. Elijo cada palabra
por el sentido de lo que se quiere significar, pero no es eso lo que la
sostiene dentro del poema sino su resonancia. La suma de palabras —sonidos—
hacen al ritmo y el ritmo es primordial para que el poema cobre vuelo o se
derrumbe. Si además agrego que la búsqueda de la transparencia es para mí sustancial
en un poema, difícilmente tropiece con palabras que yo sienta que lo enlodan o
al menos trato de evitarlo. Aquí agregaría que esos artefactos, las palabras,
conllevan en algunos casos elementos que podría llamar cósmicos o directamente
mágicos y que —por destino ya del mundo espiritual, ya del inconsciente, nunca
sabré la procedencia— me disparan hacia territorios inesperados. Pero, insisto,
eso ocurre con algunas palabras, no con todas y no siempre.
16
— ¿Causas perdidas?...: tuyas o no únicamente tuyas.
HT — ¡Quienes
me conocen bien sostienen que yo mismo soy una causa perdida! Ahora, en serio, hoy
no visualizo causas perdidas en lo personal. Quizá en lo colectivo,
seguramente, y digo quizá porque en algún punto no las siento perdidas sino en
estado de permanente espera, en constante vigilia. Aquello a lo que algunos
llaman utopía, eso que me sigue desvelando —hoy con menos energía en el cuerpo que
ayer, pero con la misma convicción— y que continúa siendo para mí primordial,
es decir, la búsqueda del camino hacia un porvenir humano verdaderamente justo,
equitativo, libre, solidario.
17
— ¿Acordarías con la poeta Patricia Díaz Bialet en que de las corrientes
poéticas del siglo XX, las más interesantes son “el creacionismo y el
surrealismo”?
HT
— Adhiero plenamente, claro. Son vanguardias,
además, que estuvieron hermanadas en algún punto: de un lado el creacionismo
exponía la idea de una creación pura, producto de la invención y de alcanzar la
belleza a través de la imagen. Del otro, el surrealismo proponía por medio del
azar o la escritura automática, lo onírico y el humor, privilegiando el lugar
del inconsciente como disparador y alejado de lo racional, también alcanzar la
belleza a través de la imagen. Pero el surrealismo hizo un aporte fundamental,
fue más allá. En el surrealismo lo más importante, lo más vanguardista, no
fueron sus “técnicas” o aquello que Bretón convirtió en “escuela”, sino el
hecho de quitar la divinidad del centro y en su lugar poner al hombre. El
surrealismo encarna “una concepción total
del hombre y del universo”, como decía Enrique Molina. Y eso fue lo revolucionario.
18 — El silencio, la gravitación de
los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la
intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo reordenarías con algún criterio,
orientación o sentido?
HT — El
silencio, como lo sorprendente, son aspectos cardinales, la combinación de
ambos me impulsa a la escritura y refuerza lo místico que hay en mí. Hasta
diría que no me imagino sin ellos. El fervor es una característica importante
en mi poesía del mismo modo que lo es en mi forma de ver el mundo y de transitarlo.
No la oscuridad, pero sí la penumbra es una vieja y querida compañera por la
que me siento abrigado siempre. La gravitación de los gestos, para alguien tan detallista
como lo soy, tienen un componente principal a la hora de conectarme tanto con la
escritura como con el entorno. El sentimiento de desolación y del que soy
totalmente consciente porque la vida me ha enseñado a reconocerlo bien, me
arrastra a la tristeza, motivo por el cual trato de apartarlo aunque
inútilmente muchas veces. En cuanto a la intemperancia, la dejo para el final
porque me reconozco (y se me reconoce en el ámbito de lo íntimo) como una
persona intolerante y lo soy, pero sólo frente a las cosas que —según mi
visión— atentan contra lo humano.
19
— ¿Qué significa para vos —y elijo aquel cuyo título me entusiasma— tu libro “El nadador unánime”?
HG
— “El
nadador unánime” es una serie de poemas
breves, un recorrido por una parte sustancial de mi infancia y un homenaje a
mis abuelos maternos. Mis abuelos vascos tenían un pequeño tambo en las afueras
del pueblo y muy cerca del río en San Antonio de Areco, a 100 kilómetros de
Buenos Aires. En las vacaciones de verano me quedaba con ellos, ya que mi padre
atendía su negocio y mi madre y mi hermana regresaban con él a la capital.
También las vacaciones de invierno y los fines de semana largo eran en Areco.
Para un pibe urbano como yo, aquel era un mundo de fantasía. Esos altos montes,
la vastedad de la llanura, los pájaros, los insectos (que me siguen maravillando),
los animales de granja y los otros, ese río (en el que aprendí a nadar) y su paisaje;
en fin, todo un concierto de asombros. Y ese mundo diferente que me rodeaba
presidido por mis abuelos, mis dos más grandes y amados fantasmas.
Antes de pasar a
lo central de tu pregunta quisiera detenerme en otro asunto: No puedo hablar
por todos, claro, sólo hablo de mí y de lo que a mí me pasa. La poesía siempre
responde en primera instancia a una lógica de las emociones. Entre los pasos
inevitables que me llevan finalmente al poema, es decir: la contemplación, la
revelación y la aproximación, pasos en donde siempre está presente lo inasible
de la belleza, es el niño que vive en mí —el niño como representación de lo instintivo
o su rostro más salvaje— quien late, intuye y me empuja a la escritura. Luego
el adulto es quién corrige, porque es el adulto el que sabe, el que razona, el
que intelectualiza. Pero al poema lo hace el niño, siempre, porque es el niño,
aún frente a las cosas más triviales de lo cotidiano, quien avista, se
conmociona y traduce a través de la palabra hecha imagen.
Volviendo a “El nadador unánime”, en un momento que
no puedo precisar surgieron estos textos que conformaron el poemario. Fue una
irrupción vertiginosa, como suele sucederme, escrito en unas pocas semanas en
un estado de inquietud ensoñada que generalmente saca de sus casillas a mi
entorno. Y también como suele sucederme, así como la escritura nace
intempestivamente, la corrección fue de una lentitud embalsamante. En mi poesía
la presencia de la naturaleza es una constante, un elemento permanente en mi
discurso poético, pero no lo transcendental; en este poemario sí lo es y para
responder en concreto a tu pregunta diría que “El nadador unánime” es para mí el intento de atrapar la felicidad
de aquel mundo perdido. Aunque si lo pienso bien, esa persecución está en toda
mi poesía porque, al fin y al cabo, como diría Molina —y lo sigo citando—, la
poesía es “el demonio de la
insatisfacción permanente".
20
— Santiago Espel, en su “Notas sobre la
poesía” se formula las preguntas que ahora te transfiero: ¿Dónde refleja el
poema su época? ¿En el tratamiento del lenguaje o en los temas que aborda?
HT
— En ese sentido puedo pensar que el poema
refleja su época en ambos planos, podemos encontrar muchas muestras de ello;
pero creo que más allá de los sucesos que, parafraseando a Marx, son cíclicos,
lo que definitivamente determina la época en el poema es el lenguaje. No
obstante pienso que la buena poesía es atemporal. Voy a ese tipo de ejemplos antipáticos,
extremos e inútiles: ¿Podemos imaginar la irrupción del movimiento piquetero
del siglo XX descripto en el lenguaje de Quevedo o de Góngora? Al menos nos
haría gracia. Trataré de dar otro ejemplo pero en la dirección que intento
responder y para ello regreso a Enrique Molina, para mí quizá el mayor poeta
que ha dado nuestro país. Creo y pienso y siento que la mejor poesía es lárica
y es lírica. Lo lírico en Molina es claro, está dado por el uso de sus imágenes
sorprendentes y la conmoción que de ellas se desprende. En cuanto a lo lárico,
Molina no se detiene nunca en una geografía, su lugar es el mundo. ¿Y esto qué
tiene que ver con la pregunta? Pues que en la poesía de Molina no hay temas que
se vinculen con un tiempo en particular, con sucesos fidedignos, con aspectos
de la realidad histórica. La época, el tiempo, para Molina es el de la poesía y
lo que lo hace un contemporáneo es justamente su lenguaje.
*
Hugo Toscadaray selecciona poemas de su autoría para
acompañar esta entrevista:
SOBRE
LOS OBJETOS HALLADOS EN LA COSTA
he aquí el zapato negro del negro pájaro de Kansas.
en él se pueden oír:
-
el abrir y cerrar de los párpados del encantador de serpientes
-
el dedo del jardinero batiendo la casa de los escarabajos
-
la rodadura final en los durísimos labios de un viejo
y cansado trompetista
-
el jadeo de una vendedora de cosméticos en la mente
de un hombre desesperado
-
el roce de los dedos acariciando la copa en un pub
solitario de la calle 52
-
el mortal jaque de un blues clavándose en la ojera
del amante
-
el rugido de un cádillac de piernas afiladas demoliendo
la torre del bebop
hoy el zapato negro
es un animal delicado de cabellos de sal
flotando sobre la arena
con la arrogancia de una cama de bronce.
(de “La isla de la sirena de las escamas de
fuego”)
*
TRAMO
CUARTO:
EL
ÍNDICO MIRA CON SU OJO DE TRASATLÁNTICO
QUE SE
DESLIZA POR UN SILENCIO DE ALGAS.
dice que debo lavar mis ojos en abu qutub
para poder tocar su cuerpo.
la sulamita dice estas y muchas otras cosas.
la sulamita es pequeña /
pequeña ante el desierto pero
es grande / grande la sombra que delatan sus axilas
y fresca y dulce
como duraznos bañados en negro vino grueso.
y su vientre /
su vientre es un oasis.
es abu qutub ella cuando hace alivio en mí
cuando hay su sombra en mí
cuando me moja.
(de
“Naufragario”)
*
ADÁN Y
EVA ENTRE EL CASTIGO Y EL ÉXTASIS
Con la palabra y su filosa piedra construí un hueco donde
durmieran.
Con estrellas innumerables les fabriqué un techo para el amor.
Para que se soltaran puse al mar y su fragancia de sal y puse al
viento.
Plantas y animales fueron para que ambos crecieran en los otros.
Y los dos así me pagan probando la esfera deleznable del deseo.
Así me han postergado por adorar a venus
después de prodigarme en
ofrendarlos.
Sabiendo que jamás tocaré cuerpo de mujer ni hombre.
Sabiendo que jamás nadie ha de tocarme.
Burlándose de mí entre susurros.
Diciendo al señalarme:
padre dios el eunuco.
(de
“Amantes zodiacales”)
*
LOS
DÍAS MUERTOS
Escribo que te amo mientras bebo el secreto licor del desvarío.
Escribo bajo el peso suspendido de tu ausencia
—escorpión alado y mudo—
Escribo que te amo en la noche anegada y afirmo:
Tengo
corazón que tiembla y suda
como un caballo rojo.
¡Oh corazón mío!
¡Caballo palpitante y mojado!
¡Matungo de nubada enrojecida!
Le haré una pampa, con éste, tu silencio
escribiendo que te amo,
inclinado
y solo,
semejante
a un puño hundido en la noche anegada.
(de “La balada del pájaro tinto”)
*
POEMA
PRIMERO
Durante la estación de los pájaros que estallan, cuando la
creciente sacuda la paz del río y el cielo, todo, brame como un animal herido o
madera del monte astillada por el peso del viento que allí se detiene un breve
instante. Cuando las flores silvestres y las plantas del trópico entrelazadas
rocen a los colibríes machos y a las ranas bombinas de vientre de fuego. Digo,
cuando todo esto ocurra: Allí me veréis, desnudo e intacto como un cazador
olímpico.
(de “Los pasajeros
de Renca”)
*
PAGODAS
Yukio Mishima ingresó en el pabellón dorado
buscando la huella del samurái perdido.
Yukio Mishima solía decir que añoraba el pasado porque amaba el
futuro.
Él sabía —o al menos presentía— que esa huella
lo llevaría hasta la barba misma de las tradiciones más puras
que su gente dolorosamente había olvidado.
Yukio Mishima comprendía o se esforzaba por imaginar
que con esa búsqueda su pueblo recobraría la felicidad.
Yukio Mishima —ahora el poeta Yukio Mishima—
ingresó en el pabellón dorado buscando la huella del samurái
perdido
y encontró la rebelión y mudó en harakiri.
(de “Elogios” - Inédito)
*
Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en las ciudades de San Antonio de Areco y Buenos Aires, distantes
entre sí unos 115 kilómetros, Hugo Toscadaray y Rolando Revagliatti.
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