LOS OJOS COLOR MIEL
El conflicto interior de un
hombre fracasado y
enfermo,
que encuentra valor para
salvar
su propia dignidad
pisoteando
la única oportunidad de auxilio...
En el
subterráneo del hospital, los pasillos del policlínico bullían de enfermos.
Necesitados, no solamente de salud, sino de buena ropa, alimentación, aseo y
fundamentalmente de consuelo. Venían indigentes desde muy lejos al Servicio
Asistencial, sin desayuno aún, con la misma ropa de la noche, un sospechoso
color cetrino que se debía más a la ausencia de un buen refregón con agua y
masaje de toalla que a una enfermedad específica. Unos se introducían por la
puerta de la
Asistencia Pública, otros aguardaban que se abriera la
ventanilla del Laboratorio portando misteriosos frascos. Mujeres grávidas
pasaban directamente al Centro Materno Infantil, algunas con dos o tres
moquillentos chicuelos de la mano esperaban en Pediatría, la luz fluorescente
pestañeaba intermitentemente y en algunos tramos del largo pasillo ya no sé
encendía, dejando caer ojeras sobre los rostros y un mortecino colorido que
hacía parecer difusa la vibración del color y la forma. Las ocho y media de la
mañana y el olor es desagradable. Humores de ropa carente de higiene imperando
sobre los desi9nfectantes. Enfermeras, dietistas, auxiliares, administrativas,
uniformes celestes, blanco azul, tocas con algo verde, muchachitas y enfermeros
cruzándose presurosos para asumir sus puestos. Estaban repartidos los números
para atenciones médicas. Pasaban por las
narices bandejas con materiales: pinzas, termómetros, vendas, gasa, tintura
violeta, algodón. Pronto abriría la ventanilla de la Farmacia. Algunos
chicos lloriqueaban y sus madres intentaban entretenerlos con unos mendrugos mientras
se contaban unas a otras sus calamidades. Una oblicua sordidez resbalaba por
los muros cuando el hombre que recién había llegado se deslizó hasta el fondo
del pasillo. Le había caído en suerte el último número y debería esperar
pacientemente en la larga y lastimosa fila. Su aspecto en cuanto a vestimenta
era algo superior a los demás, pero los zapatos, a pesar del furioso brillo que
lucían, estaban terriblemente usados y deformados. La camisa le quedaba un par
de números más amplia, pero estaba limpia. El cuerpo lacio carente de
vitalidad, con estatura regular demostraba de alguna manera una ruina
silenciosa. Aislado al final de la banca
de espera, casi vuelto a la pared donde la luminosidad era aún más escasa,
compartía la concentración de cuerpos, materia, olores y sufriente angustia de
la miseria. Se diría que los intersticios entre cuerpo y cuerpo estaban
ocupados por la desolación. La nueve, las diez. Se efectúan cambios. Los
citados a Rayos son cancelados por haberse estropead9o el equipo, pero podrán
volver con la misma orden en unos quince días. La ambulancia que devuelve a su
hogar a los de Traumatología tuvo un desperfecto en el primer viaje de la
mañana. La Posta
ha recibido veinte heridos de un choque y todos los médicos se han centralizado
en el pabellón, abandonando las consultas. También llamado el doctor que
atendía a los del policlínico y, como su reemplazante, ha aparecido una doctora
joven y buenamoza.
La fila en la sección de Teodulfo Zamora ha
disminuido y él suspira al comprobar que le tocará el turno para entrar a la
consulta. No le interesa cuán médico lo examine. Está de todas formas, mayormente deprimido que otros días. No puede
trabajar, comer ni dormir. En su mente juega en un cruce la melancolía. En
frascos de farmacia se están evaporando las economías y el sustento de la mujer
y sus cinco hijos, por las malditas úlceras al estómago. Los nervios, Sólo los
nervios. Siempre ha sido el consuelo que dejan caer sobre su agotado espíritu.
Pero la existencia no ha sido miel sobre hojuelas y muchos tumbos ha dado para
enrielar su hogar. Un maligno trueque cambia energía, dinero equilibrio
emocional y salud física por más años sobre sus espaldas, pero duplicados de
los que corresponden cronológicamente.
-Pase el
siguiente- la voz de la enfermera lo despabila.
Entra
tímidamente y entonces... Toda alba como paloma. Seria amable, inteligente,
observadora, el cabello corto, las manos blancas, igual que entonces... ¡Oh
Teodulfo! Las piernas pierden firmeza, vuelve el dolor justo en la boca del
estómago y el físico se derrumba, porque ahí, frente a él, ofreciéndole asiento
condescendientemente está ELLA... !La muchacha de ojos color miel, aquella su
compañera en el último año de su Liceo y su primer y silencioso y apasionado
amor...Ha vuelto a Valparaíso convertida en Doctora Jefe... ¡
Veloz en el
recuerdo Teodulfo retrocede veintitrés años...Al Teodulfo macizo y moreno, apasionado del deporte, inconstante en el
estudio, el mismo que a tropezones cursa Humanidades hasta que en sexto año encuentra a Beatriz
Merillo. El atolondrado muchachón se avergüenzo de su ignorancia ante la serena madurez de ella. La
desigualdad hacía instintiva la natural búsqueda de la complementación.
¡Estupenda pareja! – decían todos – Beatriz, más intelectual, organizando
sistemas para inculcarle las materias escolares, haciendo resúmenes que
Teodulfo, poco concentrado, no puede leer porque se estrella con esos claros y
transparentes color miel que lo embelesan en su contemplación hasta hacerlos
endurecerse furiosos por el tiempo perdido. Al contrario de los muchachos, ella
no hizo jamás bromas de su nombre extraño. –Era el Obispo de Orleáns, consejero
de Carlomagno – explicaba – impulsador
de la instrucción entre los francos y su origen era visigodo.
¡Cómo crecía
la admiración y respeto por ella dentro de Teodulfo...! Pero, terminado el año,
un día cualquiera, se fue Beatriz Merillo con su familia a vivir a otra parte y
nunca más la vio... Entonces la vida empezó a golpear fuerte. Teodulfo
fracasando en el Bachillerato. Teodulfo trabajando en el almacén de su padre.
Pero al fallecer su progenitor, comienzas losa problemas para el hijo ya casado
y poco adaptado a situaciones conflictivas. Años y años sumando sólo
dificultades, incursionando en trabajos diferentes, algunos demasiado duros que
le arruinan la salud, como ese de obrero portuario en el que para contrarrestar
las amanecidas húmedas y neblinosas o
las frías tardes azotadas por el viento, cae en tropel con los compañeros, cada
vez más frecuentemente en cualquier bar donde queda el dinero y jirones de
salud. Y aquel hijo menor que para colmo quedó inválido por la
poliomielitis...La familia no logra arribar y el humor del dueño de casa es un
manantial de hastío. La existencia se vuelve un absurdo tras los ojos ausentes.
Ahí comienzan los dolores estomacales, las comidas caen mal, acidez, ardor,
malestar. Un doctor, otro y otro. Puré, leche. Leche, puré. No resiste otra
cosa. Tratamientos, regímenes, licencias, licencias, licencias. Un año, dos
tres...Pérdida de la capacidad de trabajo. Una cadena sin fin de
insatisfacciones. Ahora ésto...Se siente indefenso total entre las dos mujeres
e blanco.
La auxiliar
ordenando de prisa las fichas anteriores y la doctora escribiendo una receta
atrasada para la farmacia. Teodulfo siente que su enfermedad es ahora
humillante: un sudor frío baña al infeliz. Mira desesperadamente al cielo de la
pequeña sala. Las gruesas cañerías de los desagües pasan por esas secciones del
subterráneo como negros tripajes, tal vez como su propio organismo, retorcido y
oscuro portando putrefactas materias. Una conciencia luminosa de su miseria
física, su flacura, color cetrino. Derrotado. El desaliento de ser distinto de
aquel que hacía veintitrés años...
Los errores e
infortunios construyendo el submundo en
el espíritu .m Si ya está agotado, caducado, desfigurado después de recorrer
diversos centros hospitalarios, falta solamente el elemento fundamental: la
cama para su hospitalización. La respuesta en todas partes ha sido siempre “No hay”.
Ahora es solamente un guiñapo lo que viene a recibir la respuesta determinante
porque su caso ya es urgente y... justamente tocarle a ella...Envidió en ese
momento el desdén de un jugador, un tahúr cualquiera que conoció. Cuando perdía
sacudía los hombros despectivamente: “Hay que saber perder, Zamora.”
Súbitamente l
doctora Beatriz Merillo se dedica a su nuevo paciente. Tomando una hoja se
dispone a confeccionar la presente ficha.
-¿Su nombre?
– distraídamente, aún piensa en el caso anterior.
-Zamora,
Teodulfo Zamora- la voz suena extrañamente enronquecida.
Ella deja de
escribir. El nombre le trae reminiscencias...Lo mira rectamente al medio de los
ojos como en aquellos tiempos.
-¿Nos
conocemos? ¿Es usted de acá?-Pregunta dudosa ante el hombre de mirada turbia y
cabello gris.
Una confusa
vergüenza revolviendo la herida en el dolorido pecho de Teodulfo...¿Debería
confesar su derrota? Aquel adolescente había oído de sus hermosos labios “El
hombre es arquitecto de su propio destino”. ¿Cómo justificar ahora su condición
de fracasado? Y reuniendo todas las poquísimas fuerzas en un último acto de
valentía para que la voz le saliera entera respondió roncamente.
-No señora,
yo no soy de aquí.
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